Santos se comió en salsa y en parrilla a Mockus

A la hora de escribir este artículo ya el doctor Santos ha hecho la digestión después de haberse degustado al doctor Mockus en salsa y parrilla colombiana. Son, sin duda, sorprendentes los espacios televisivos que se les brindan a los candidatos a la presidencia en Colombia. En verdad, ninguno se atreve a negarse, porque pierde en la opinión pública. Espacios de medios de comunicación que están dominados por los criterios del Estado burgués sobre las situaciones socioeconómicas de Colombia. Bueno, están en su derecho y en su deber para con los intereses de los grandes propietarios de la economía colombiana.

El doctor Mockus, sin duda también, tiene un nivel de cultura o de ciencia muy superior al doctor Santos, pero éste le lleva una morena en la ciencia política, entendida ésta como una herramienta teórica esencial para enfocar las políticas que favorezcan, en primer lugar, a la oligarquía; en segundo lugar, al Estado y, en tercer lugar, de lo que sobre al resto de clases y estamentos sociales colombianos. Santos fue, al mismo tiempo, león, tiburón y halcón mientras que el doctor Mockus se quedó en la categoría de la inocencia del delfín. Entiéndase los usos de términos de animales no en sentido despectivo sino de capacidades o cualidades como hombres con niveles de conocimientos importantes, independiente de los intereses económicos que defiendan y para los cuales gobiernen.

¿Qué significaron los debates entre Santos y Mockus?

Víctor Hugo sostuvo que sin Danton no es posible una revolución. Y Danton, para Víctor Hugo, significa audacia, más audacia y siempre audacia. Sabemos que una elección presidencial no es nunca una revolución y, mucho menos, en Colombia, pero sí es un hecho político importante. En cosas de elecciones no ha jugado nunca la inteligencia el papel decisivo, aunque no deje de tener su influencia en lo general como en lo particular de los hechos y, especialmente, en la elaboración programática de oferta al electorado. En los procesos electorales de una democracia burguesa representativa juegan un rol importantísimo la astucia, la maniobra, la malicia, el manejo sagaz de la política, el robo de los espacios y tiempos en los medios de comunicación, los recursos económicos, la propaganda subliminal, el ventajismo del poder político y otros elementos concretos de la lucha de clases. La ideología sólo espera agazapada detrás de la política, porque Santos y Mockus, por ejemplo, son expresión ideológica para la defensa de la cultura burguesa y no para transformarla en la satisfacción de la verdadera justicia, la igualdad de oportunidades y la libertad de todo un pueblo.

En los debates públicos entre Santos y Mockus, éste prácticamente hizo el papel de entrevistador del primero en vez de dar prueba de ser su contrincante con diferencias distanciadas y contradictorias, pero en verdad, si las hay, no son muchas ni muy relevantes. Santos estuvo siempre a la ofensiva favorecido por la postura extremadamente defensiva de Mockus. No hubo en la tímida acusación de Mockus a Santos que éste no le respondiera con argumentos que dejaban al primero anonadado y sin aire en los pulmones para refutarlo o contradecirle las respuestas. Y entre las acusaciones más inocente y menos creíble por el pueblo colombiano fue cuando Mockus dijo que Santos no había hecho casi nada para combatir a la guerrilla. En la respuesta, Santos le propinó una verdadera paliza a Mockus que lo dejó al borde del knock-out. No sólo los colombianos y las colombianas conocen de la posición de Santos en relación con la insurgencia sino, también, el mundo entero.

La inocencia de Mockus, creyendo que eso revertía resultado electoral, fue tal que se negó a realizar alianzas políticas alegando principios de la misma ideología que profesan él y Santos con diferencias de métodos pero no de principios. Una apreciable inteligencia no es suficiente para ganar una elección presidencial, porque hace falta un fundamento teórico de granito, un verdadero programa científico, un pensamiento político consistente y firmes principios organizativos que permitan comprender la necesidad de las alianzas temporales para cautivar mayor número de votantes, porque son los votos los que se cuentan y se suman y no las palabras para ganar una elección presidencial. Lo que suele acontecer es que la mayoría de la dirigencia política de la derecha o de ideología burguesa no le gusta estudiar o analizar los textos del marxismo, porque consideran que nada tienen que aprender de ellos, mientras que los marxistas sí estudian con mucho cuidado y tacto las opiniones de la derecha política para precisar corrientes, correlaciones de fuerzas, tácticas y orientaciones. Lenin era un auténtico maestro en eso de las alianzas sin que nunca hiciera concesiones teóricas. Existe un caso digno de destacar del maestro cuando le tocó hacer un frente de colaboración con Bogdanov, quien, de paso, jamás fue santo de devoción de Lenin. Este diferenciaba muy bien una alianza, un bloque de una colaboración. Esta sí la formó con bolcheviques conciliadores, tales como Dubroninsky, Rykov y otros, precisamente para combatir los desvaríos teóricos de Bogdanov. Cuando Lenin hizo colaboración con Bogdanov, fue la expresión de una tendencia proletaria con una tendencia centrista y sectaria contra las pretensiones de hegemonía política del oportunismo pequeñoburgués dentro del bolchevismo. Pero hay algo mucho más importante para medir la claridad meridiana del gran conductor de masas y de revolución. Cuando ésta se vio cercada y atacada por las potencias imperialistas de entonces, hubo una de éstas que le ofreció colaboración al gobierno bolchevique y la opinión de Lenin, frente a todos los ultrosos de izquierda que jamás concilian nada con sus enemigos, la siguiente: aceptemos la ayuda de un bandido para combatir a otros bandidos. Eso, a los ojos de Mockus, no dejaría de ser más que un gravísimo desvarío o herejía de la política.

No en pocas veces Mockus, y esto no contempla nada de burla, hizo las de Cantinflas al comenzar una idea dejándola mocha para saltar a otra, nuevamente dejarla mocha y continuar con otra sin concluirla. Y eso, en política, es cerrar los ojos como el avestruz para no mirar las realidades, es como llover sobre mojado. Otras veces, hizo el papel de más ingenuidad que de sagacidad política. En la guerra de los debates, Mockus nunca hizo nada para burlar el cerco tendido por Santos y presentar algunos combates que le hicieran ver que había pasado a la ofensiva como la mejor de todas las defensivas. Mientras Santos le hablaba al país sobre sus políticas, Mockus se colocaba alguna de sus manos en la cara para mirar extasiado las intervenciones de su contrincante y casi aceptar todo con movimientos verticales de su cabeza. Mockus resultó, al fin y al cabo, demasiado inocente en política. Siendo el candidato que quería diferenciar su gobierno del de Uribe, elogiaba casi todas las cosas realizadas por éste y las apoyaba buscando atraer votos de las filas del uribismo como si no se hubiese dado cuenta que liberales, conservadores y centristas ya le habían confirmado su pleno apoyo a Santos. Para la segunda vuelta, Mockus quiso, prácticamente solo, asaltar el cielo sin el uso ni de la escalera grande ni de la escalera chiquita. Mockus careció de ese olfato o tacto que en política es esencial: captar la determinación de la correlación de las fuerzas. Si lo hubiera hecho, más prestigio para el futuro le hubiera dado no ir a la segunda vuelta.

Mientras Mockus quiso a todas las cosas pintarlas de verde, como si su única ocupación fuera la de filósofo de la ecología y seguidor fiel de Goethe quien decía que verde era el árbol eterno de la vida y gris la teoría, Santos llamó a todas las organizaciones políticas para formar, ¡increíble desde todo punto de vista!, una unidad nacional, porque quiere reunir todas las voluntades en un solo saco para hacerle más guerra a la insurgencia sin darle ninguna oportunidad al diálogo político. Y Santos sí tiene claridad de alianza, porque los llamó “compañeros de ruta”, para que no se crean con derecho a exigirle la aplicación rigurosa de políticas que no comparta. La fórmula del uribismo ha debido ser: Santos a la presidencia y Mockus a la vice-presidencia, reuniendo astucia e inteligencia a favor de los intereses de la oligarquía –foránea e interna- y sus políticas. Ahora, en el caso de Colombia, si se quisiera pintar un poco el rostro de la democracia representativa, lo mejor sería que la vice-presidencia fuera la del candidato que llegase de segundo en primera o segunda vuelta. Bueno, eso es cosa de los colombianos y de las colombianas.

A Santos la política de alianzas le benefició con más de dos millones cien mil votos, lo que equivalió a que incrementara la votación de la primera vuelta a nueve millones más cuatro mil votos aproximadamente, lo cual significó el 69,1%, mientras que Mockus, aumentando su votación en unos cuatrocientos ochenta mil votos para hacer un total de tres millones quinientos noventa mil votos, le equivalió al 27,5% de la población votante. En verdad, hay que aceptarlo, Santos ganó al galope, aunque la abstención fue de un 57%, es decir, dieciséis millones y miles más de colombianos y colombianas dejaron de votar porque son indiferentes al destino de su país, pero es un problema, en primera instancia, de ellos y ellas y no de quienes vivimos fuera de las fronteras de Colombia y no tenemos esa identidad nacional.

Sin embargo, es digno reconocer, que el discurso de Mockus, aceptando su revés, fue breve, sincero, sencillo y extraordinario. Allí sí se expresó como si fuera un político ducho en la lucha y con un manejo dialéctico de la ciencia política. Dijo algo excelente que ya los grandes marxistas lo expresaron hace muchas décadas atrás. Ante la derrota no quedan más que dos alternativas, dijo Mockus: asumirla como argumento para desistir del objetivo abandonando la lucha política o aceptarla, para corregir los errores, y persistir en la continuidad de la lucha política y del pensamiento que se profesa. Alguien dijo que la derrota es la madre de la victoria cuando se asimilan bien sus enseñanzas.

Hay que reconocer públicamente que el furioso antichavista, satírico y polémico Jaime Bayly fue el analista más objetivo en el proceso electoral colombiano, porque, antes de la primera vuelta, vaticinó el resultado con exactitud: primero Santos y segundo Mockus; es decir, cobró ganador, descartes y placé. Arrasó hasta con el queso que había en la mesa.



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Freddy Yépez


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