En verdad lo que uno hace es meterse bocado tras bocado hasta que la tripa, como suelen decir los españoles, quede templada cual tambor. Luego a pudrir, decían los habituales contertulios que concurríamos a la plaza 19 de abril de Cumaná. Esto hacen los cardenales, no los de San Luis, como Stan Musial, el más famoso de todos los tiempos, que son atléticos, sino los de la iglesia, la mayoría rechonchos. Con la diferencia que un mortal cualquiera, de esos para quienes el simple comer es una bendición de Dios, cualquier bocado es bueno. En este caso se dice, comamos bastante hoy porque mañana no sabemos, mientras se dan tres golpes en la lipa.
Berthold Bretch dijo, lo primero es el comer, la moral viene después y el poeta Luis Castro, algo así como, he comido, la moral está en el techo. Este comer del dramaturgo alemán y poeta margariteño, no era exquisito sino de meterle a lo que fuese. Porque, como dijese el Quijote, para tener el dominio de las armas es indispensable tener seguro el de las tripas.
Pero los cardenales de la iglesia no suelen ser gordos por meterle a lo que sea; lo que sería arepa por arrobas, pasta con mantequilla y salsa de tomate, morcilla carupanera, chinchurria barinesa y manteca de cochino, sino de frente a cosas finas, eso que justamente llaman bocatto di cardinale.
A quienes esas comidas exquisitas, no necesariamente sanas y saludables - por eso engordan y producen retortijones - están encomendadas, son personas finas y apartadas del bojote, cree uno. “Sálgase del rebaño”, decía Renny Ottolina para poner a fumar a todo el mundo. Estar en el rebaño, mezclado entre todas las ovejas, como buen cristiano, piadoso, solidario e igualitario, era una mancha, según la prédica del famoso animador.
Los cardenales manejan o intentan manejar el rebaño. Pero nunca mezclarse con él. Por eso, en el comer, lo que es primero para hincharse, son exigentes tanto en calidad como cantidad. Esto les mantiene fuera de aquel, lo que le es principio indeclinable. ¿Igualados?, ni de vaina; por eso les gusta Chávez Abarca y Peña Esclusa, que de un bombazo desigualan, separan y dividen, no multiplican. Mientras tanto, quien sermonea desde adentro a las ovejas, pegado a la lana y las alebresta, con ellas cuenta, porque “amor con amor se paga”.
El socialismo del cual Chávez habla, que es un darle de comer a todos, por aquel principio cristiano de repartir el pan de modo que alcance para todos, gente organizada en comunas para enfrentar y resolver sus problemas, lo que no es más que asignarle a cada quien responsabilidades y deberes sobre el destino de todos, quitarle poder a quienes de eso tienen en exceso, es malo para el cardenal; le llama comunismo soviético. Lo que por cierto, en cierto modo, fue como una iglesia. Por ser más abundoso, cual plato de pata de cochino con frijol, agrega el cardenal, que es copiado de Cuba.
No quiere estar en el rebaño popular, porque allí no abunda Bocatto Di Cardinale, jamón serrano pata negra de bellota, salmón del pacífico del norte, sino productos de mercal, pdval que los puede comprar y consumir todo el mundo, sin hincharse la panza, desinflarse el bolsillo ni atosigarse de colesterol. Cosas que al cardenal le tienen sin cuidado.
Sus preferencias y apetencias le llevan no a estar donde estuvieron en la tierra y ahora entre muertos, el padre Arnulfo Romero, Camilo Torres, los jesuitas asesinados en Centro América y otros cuantos, vivos o muertos que mencionarles sería muy extenso.
El cardinal de este cuento sueña y lucha por ser como los sacerdotes que abjuraron y abjuran de cristo, bendijeron a Hitler, llamaron a Franco “caudillo por la gracia de Dios”, se guindaron de Gómez, Pérez Jiménez, hasta de Blanca Ibáñez y paremos de contar, porque esta parte de la historia aterroriza. Solo digamos que el cardenal de carne y hueso, para seguir con comida y tragazón, daría la vida por un Bocatto Di Cardinale. Con Chávez, se dice así mismo y a los suyos, nada de eso habría, en esta ni en la otra vida.
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