¡Sentenciado en el Limbo Pinochet!

Ausentes los lirios, los cisnes caminaban los alrededores de la sala del enorme tribunal enseñando las heridas dejadas por los verdugos que les cortaron sus alas. Entre murmullo y murmullo servían de testigo todas las poesías cremadas por orden del verdugo mayor. Una guitarra de cuerdas rotas parecía ser tocada por unas manos cortadas y la melodía era como de una letra-testimonio de un crimen cometido en un campo deportivo. Allende, Neruda y Jara, vestidos de blanco, miraban las distancias y convencían la audiencia con sus palabras irrefutables, demostrando que el crimen sí paga.

La sala parecía un estádium de fútbol donde se disputa la inocencia o la culpa de un reo sentado en el banquillo de los acusados. Un viento frío helaba la mirada del verdugo. Buscaba, con desesperación, una mirada amiga que lo consolara. Pilsudski, Leonidas, Somoza y muchos otros bonapartistas ya sabían que pronto les llegaba compañía y Lorca disfrutaba de los testimonios irrefutables que llevan por dentro las poesías cremadas. Franco alegó sufrir de vómito y diarrea de tanto recordar que mató a una mozuela a la orilla de un río. Whitman sintió remordimiento de haber un día pronunciado palabras impropias a favor de los hacedores de la injusticia social. Desde fuera se dejaba escuchar en la sala un canto de Alí para el “compañero Allende”. Un loco recordaba La Moneda con gritos de golosinas para los nietos del verdugo. Vallejos hacía una cruz para que no llegaran los heraldos negros de la muerte. Las barbas de Marx y Engels parecían como dos gigantescas mazorcas de maíz con granos para todos los hombres y mujeres amantes de emancipación social.

En un rincón de la sala estaban los carpinteros, los albañiles, los mineros, los que fueron burlados por los salarios miserables, los niños calcinados por la miseria, las mujeres cuyos vientres fueron rotos por las dagas de los verdugos y los ancianos que fueron abandonados a la suerte en la pobreza. Todo hacía como una inmensa sombra ardiente como si produjera un fuego especial que penetraba la piel del verdugo haciéndole ver toda la oscuridad de su alma mientras sobre los rostros de Allende, Neruda y Jara se reflejaba una luz de pureza y celestial. Ese día hubo un total silencio en el cinturón de volcanes de Chile como si se estuviese juzgando a un emperador sanguinario. Parecía como si con la luz de ese día se juntaran todos los caminos renovando las horas para que el brillo naciera y luciera para todos los seres buenos y justos en la Tierra. Era como si se estuviese cumpliendo un grandioso sueño que busca más allá de todas las fronteras ser la gran realidad redentora de la humanidad. Cada vez más se acerca ese día en que el mundo ya no tendrá ni dioses ni ídolos, sino seres humanos hermanados por el amor y la solidaridad. Todos recordaban que ningún poeta es una piedra perdida y que ninguna poesía es un canto en vano. Sólo para los verdugos, más acá o más allá, se apagan por siempre los faroles.

En el centro de la sala estaban todos los poetas y todas las poetisas sin masticar teorías, eran como príncipes y princesas de la luz, sembradores y sembradoras de raíces que germinan cada vez que se pronuncia una palabra solidaria de justicia. Era como si en un solo día se reuniese el mundo para decidir su destino colectivo juzgando el destino individual de un verdugo. Un proletario que había dejado su piel rasgada en el níquel y el salitre, hizo de fiscal acusador contra el verdugo. El juez, que más parecía un ángel vestido de azul, simbolizando la esperanza de la humanidad, miraba toda la sala con el ojo clínico de su corazón.

-Haga uso de la palabra el fiscal –dijo el juez vestido de azul.

-“Señor Juez, señores y señoras del gran jurado, camaradas. Ocupo la atención de este máximo Tribunal del Limbo, no para recordar aquel día en que una mitad de mi piel quedó rasgada en el abismo de una mina de níquel y la otra en una de salitre. No, la ocupo para exponer mis alegatos que condenan de antemano al verdugo. Simplemente les pido, y para ello solicito me disculpen los miembros del gran jurado, que me dejen mirar por los ojos de Allende, de Neruda, de Jara y de todos aquellos y todas aquellas que fueron víctimas del verdugo y su régimen. Notable fue la triste historia del verdugo en su tiempo. Quiero recordar, por mi condición de proletario enemigo de todo sistema de explotación y de opresión de clase, aquellos cuatro derechos que fueron invocados precisamente por don Franklin Délano (libertad de palabra, de cultos, vivir libres de miseria y libres de temor), quien fuera Presidente de Estados Unidos, país que se ha convertido en el más poderoso violador de los derechos humanos y al cual sirvió, el verdugo Pinochet, con la fidelidad del guardián que es esclavo del foráneo para esclavizar a su propio pueblo.

¿Qué puede pensar un verdugo que ve agitarse todo un pueblo ante su tétrica mirada de perdido? Todo verdugo se vuelve inhabilitado para ejercer el gobierno, porque su política se completa falsa, se incapacita por sus crueldades y deja de reinar en sus partes y se vuelve inseguro en todas partes, porque la voz del más diminuto de los alegatos del derecho, lo perturba, lo amenaza y lo atormenta. El verdugo, a cada instante, hiere el privilegio de ser del pueblo. Toda palabra que no pronuncie su boca se vuelve una conspiración que no lo deja en paz ni en el día ni en la noche. Todo concepto de persuasión le parece una metralla disparándole balas para derrocarlo. Toda gota de sangre o de sudor que bulla en la crítica a su sistema, se vuelve como una tormenta que lo ciega en sus perversas pasiones de verdugo…”

-No más tiranos ni tiranías –gritaron las ancianas que tejían pasamontañas. Hubo aplausos de todas las manos laboriosas que se juntaron para juzgar al verdugo. Hubo aplausos, de nuevo.

-“Aquí, delante de mí, un nombre del acusado, el verdugo. Acá, ahí, allá y en todas partes los ojos de los acusadores esperando de este Tribunal la más justa de todas las sentencias, esa que no absuelve al verdugo de sus crímenes. Ningún verdugo obtiene bendición de la historia. Ninguna pluma de oro, alabando a un verdugo, lo ha exonerado o exculpado de sus crímenes. La historia se escribe con plumas de fierro y con la sangre, el sudor y las lágrimas de los esclavos que se rebelan para liberarse. La política de un verdugo, por ser demasiado individualista, no es ni explicable ni justificada. Los mejores y válidos conceptos son aquellos por los cuales miles de miles de hombres y mujeres han hilado con armonía la lucha histórica buscando redimir a la humanidad de todo vestigio de injusticia social. Todos los supremos intereses de los pueblos deben ser confundidos con la verdad, la justicia, la libertad, la equidad y la solidaridad. Sin esos elementos, la paz será siempre una utopía.

Todo verdugo se cree con la potestad de considerarse por encima de la patria, del pueblo, de la sociedad; y, por ello, supeditan todos los sueños y las esperanzas del colectivo a sus prebendas personales. No tienen por ideal más que la satisfacción individual de convertir el poder en una fuente de riqueza y de privilegio para sí mismo. Cuando un pueblo hace uso de su derecho al voto piensa más en el programa que se le oferta que en el rostro de quien jura hacer realidad la demanda; lo hace más por los principios de la justicia que por las banderas temporales del tráfico electoral; y lo hace más por alcanzar la satisfacción plena de sus necesidades materiales y espirituales y no por el rendimiento de su gobierno a los postulados de esas fuerzas foráneas que expolian los anhelos de las masas sociales. El verdugo, acá sentado en el banquillo de los acusados, traficó y negoció con los supremos intereses del pueblo para más verlo sufrir y más alejarle la frontera de su porvenir.

Yo acuso al verdugo: de todas las rupturas de las relaciones democráticas y constitucionales en la sociedad chilena y de implantar un régimen de violencia contrarrevolucionaria para callar todas las voces todas del pueblo por sus aspiraciones sociales.

Yo acuso al verdugo: de haber conducido injustamente al sepulcro al presidente amigo y compañero Salvador Allende; de haber apresurado por dolor la muerte del gran poeta Pablo Neruda; de haberle cortado las manos y asesinado al cantante Víctor Jara; y de haber asesinado a miles de hombres y mujeres del pueblo chileno que preferían las libertades de expresión, de pensamiento y de juicio que vivir en la esclavitud.

Yo acuso al verdugo: de haber cremado poesías, de haberle roto las cuerdas a las guitarras, de haber mutilado canciones de sentimientos populares, de censurar textos de la historia, de clausurar bibliotecas del saber y de querer callar a los cantores.

Yo acuso al verdugo: de haberse asociado y solidarizado con el imperialismo, con el nazismo y con el sionismo en perjuicio de los sueños sagrados de los pueblos que claman por la redención social.

Yo acuso al verdugo: de haber dirigido personalmente las hordas de criminales que llenaron de luto y lágrimas a miles de familias chilenas.

Yo acuso al verdugo: de haber utilizado los soldados, hijos del pueblo, a reprimir y disparar balas de la muerte contra sus propios progenitores.

Yo acuso al verdugo: de haber mutilado la posibilidad de una paz creadora y fecunda de mayores niveles de justicia social para nuestro pueblo.

Yo acuso al verdugo: de haber criminalizado la opinión y la crítica a las bestialidades de su gobierno.

Yo acuso al verdugo: en fin, de horrendos crímenes de lesa humanidad.

Señores del jurado: no es difícil, es extremadamente fácil apreciar las huellas de ultraje y de violación a los derechos humanos, a las mínimas normas de la convivencia social, dejadas por el verdugo en su sangriento mandato de gobierno. Pocas palabras son suficientes para demostrar su responsabilidad y su culpabilidad, como verdugo mayor, de todas las atrocidades y perversiones cometidas por él y por sus huestes de criminales.

No tengo nada más que decir, señor Juez, señores y señoras del gran jurado. Que la luz de la justicia brille como siempre ha brillado cuando se absuelve a un inocente o como cuando se condena a un culpable. Es todo”.

Juez: -¿Quién quiere hacer uso de la palabra para defender al acusado?

No hubo leguleyos que sirvieran de testaferros para alegatos en defensa del verdugo. Tantas muertes, tantos crímenes, tantos genocidios, hacían aparecer al verdugo como un monstruo de cien cabezas planificando cien crímenes por día. Muchos años atrás en esa misma sala el tirano Juan Manuel de Rosas fue sentenciado a la oscuridad del abismo por haber solicitado la extradición de Sarmiento acusándolo de traición a la patria y falta de patriotismo.

Juez: -Haga uso de su derecho a la defensa, el acusado.

El verdugo se había quedado completamente mudo de tanto recordar sus crímenes. Las palabras habían decidido, para no ser usadas en justificación de delitos atroces contra los seres humanos, hacerle un nudo indestructible en la garganta. El verdugo sintió como si las cuerdas vocales se le hubieran roto por tanto antes ordenar que se rompieran las cuerdas de las guitarras de los cantores.

Juez: -En vista que el acusado no quiso hacer uso de su derecho a la defensa, tiene la palabra el gran jurado.

Una obrera que el verdugo había hecho abortar en la tortura y le quitó la vida a su cría y a ella misma, tomó la palabra por el gran jurado.

Señor Juez: El gran jurado, por unanimidad, solicita la pena máxima para el verdugo. Que sea enviado a la oscuridad del abismo donde permanecen los escombros de la historia que nunca fueron de provecho para el progreso del género humano.

Juez: -Aprobado. Esa es la sentencia y que se cumpla.

Cuando el verdugo abandonó la sala del Tribunal para ser conducido a la oscuridad del abismo, desde la Tierra se dejaba escuchar en el Limbo un vallenato que decía: “El primer instante/ Dios creó la Tierra/ el sol y la luna/ creó el verbo amar/… La luz que ilumina/ y nos dio la vida/ en su obra divina/ él no habló de final/… El inicio del mundo y la vida, fue así/ no había odio, mentira ni engaño ni mal/ se podía como amigos y hermanos, vivir/ y se daban la mano mostrando amistad…”

El verdugo, buscó con su mirada adivinar el destino de donde venía la melodía y su rostro reflejó como una especie de larga tristeza que ya no podía ser reparada con ninguna de las alegrías del mundo. Tal vez, pensó y nadie de la muchedumbre lo sabía, que el culpable de su desgracia no era tanto el Diablo como la oligarquía que lo adoctrinó en la calurosa defensa de los designios del imperialismo en perjuicio de las esperanzas de su propio pueblo. La muchedumbre lo miraba y lo miraba como diciendo: ¡Ha cumplido la justicia!

El verdugo nunca entendió que la poesía y la canción son las rebeldías de todas las distancias y de todos los climas. No previó el verdugo que un silencio labrado se hace barro convertido en vasijas, es metal transformado en joyas y el acero dando la cara por las estatuas. Esa noche, como nunca antes, se declamaron poesías y se entonaron canciones gozando de libertad. Todos los verdugos que viven en el abismo lo percibieron, con la llegada del nuevo verdugo, más oscuro.



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Freddy Yépez


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