No soy dado a escribir inmediatamente que sucede un acontecimiento para, por un lado, no dejarme guiar por la ira si produce dolor y, por el otro, para poder reflexionar bien tratando que la opinión sea lo más objetiva posible. Si así me equivoco, no tengo inconveniente en solicitar me disculpen los lectores. Pero sobre la muerte del Mono Jojoy fue tan exagerado el mediatismo y tan parcializado el ventajismo de lo publicitado por poderosos medios de comunicación, que no se debe dejar pasar el momento para opinar a riesgo de equivocarse o aun no estando de acuerdo con la postura política o muchas o pocas de las acciones del calumniado en demasía por sus enemigos conscientes o gratuitos.
Brillaron luces de alegría en la risa de varios sectores sociales colombianos mientras en otros, lo más seguro, el silencio es la expresión de la tristeza. El Estado colombiano anunció la muerte del Mono Jojoy, el jefe militar de las FARC. La oligarquía, los militares, los políticos de la derecha, en su mayoría, celebran el éxito de la operación donde perdió la vida el más famoso de los guerrilleros colombianos de las últimas décadas luego del comandante en jefe Manuel Marulanda Vélez, conocido mundialmente como Tiro Fijo. Para entender bien esas cosas hay que comprender correctamente que en Colombia existe un conflicto político armado que ya casi cumple el medio siglo y que la guerra es, en sí misma, una brutalidad de la historia sin la cual ésta no hubiese marchado hasta el nivel de lo que se conoce como la modernidad actual. Si la burguesía no le hubiera hecho la guerra al feudalismo, estaríamos viviendo los rigores atroces del absolutismo político de los reyes y el irracionalismo de la Inquisición. Sin la guerra, la burguesía no le hubiese arrebatado lo poco deponer que había adquirido la Comuna de París en 1871, cuando ésta trató de transformar a Francia por métodos pacíficos y humanitarios. Amar la guerra es una enfermedad social o sicológica pero no reconocerla cuando las condiciones objetivas la determinan, es como vivir extasiado por la luna entre las tinieblas.
Sin duda, la muerte del Mono Jojoy es un terrible golpe para las FARC, para la lucha revolucionaria de colombianos y colombianas como para todos los revolucionarios y revolucionarias del planeta Tierra, lo quieran o no, o lo nieguen o no, los ideólogos del capitalismo y los enemigos del socialismo, independiente de no compartir algunos métodos concretos de lucha política de la insurgencia colombiana. El gobierno colombiano denominó la operación como “Bienvenida a las FARC”; es decir, bienvenida sea la muerte. No se reflejan señales de diálogo si las FARC no se desmovilizan y entregan las armas sin discutir siquiera el por qué casi medio siglo de violencia, de muertes, de sangre derramada, de mucho sudor y lágrimas, de masacres y genocidios, de falsos positivos, de permitir saqueo a las riquezas de Colombia, de tanto ostracismo y sicariato, de tanta represión y desplazamientos.
En fracción de segundos el mundo conoció la noticia del abatimiento del Mono Jojoy y de una veintena más de guerrilleros. Inmediatamente se despertó un oleaje de opiniones sin que ningún medio de comunicación importante consultara a gente humilde, de clases pobres y explotadas, aunque nadie se hubiese atrevido a exponer su criterio. Todas las opiniones vinieron de personajes vinculados, de una manera u otra, al Estado colombiano, a la derecha política colombiana. Salvo unas pocas que no se regocijaron de la muerte del Mono Jojoy, las demás lo celebraron como lo hace una mujer cuando trae al mundo su primer hijo esperado con ansia y con profundo amor durante nueve meses de embarazo.
El Estado colombiano, empezando por el Presidente Santos, festejó y nadie dude festejarán por largo tiempo la muerte del Mono Jojoy. Los militares prefirieron llamar la operación como “Sodoma”, como recordando que hay objetivos que deben ser destruidos por las fuerzas militares antes que venga un cataclismo y les arrebate ese “mérito” sólo dado a los “héroes”. “Lamentaron” los militares que en la operación hubiese muerto una perrita antiexplosivos llamada Sacha por la cual, seguramente, no guardarán luto pero especularán sobre la convicción de sacrificio de ese animalito que llevan inocente al teatro de la guerra. Nadie dude que ya tienen pensado el Estado y los militares colombianos un plan para Gomorra. ¿Cuánto no darían por ver a Cano caer como cayó el Mono Jojoy? Sin duda, fue un golpe al corazón estratégico de las FARC. Ya el Presidente Obama, Premio Nóbel de la Paz, se sumó al festín reclamando el mayor pedazo en el mérito por la muerte del Mono Jojoy.
Para el Estado colombiano, para la oligarquía colombiana, para los partidos políticos tradicionales de Colombia el Mono Jojoy representaba el terror, la violencia, el secuestro, el crimen. Por eso, la muerte del Mono Jojoy viene a ser para ellos como el día más glorioso para la Colombia a su imagen y semejanza. Para el Estado colombiano actual la noticia de la muerte del Mono Jojoy es mucho más histórica que el despojo que le hizo el gobierno estadounidense a Colombia de lo que hoy se conoce como Panamá o que toda el hambre y sed juntas que ha padecido el pueblo colombiano durante siglos. Para el Estado colombiano y casi todos sus personeros conservadores y liberales el Mono Jojoy le hizo más daño a Colombia que todo lo que ellos mismos han hecho más sumándole lo que le ha hecho el imperialismo estadounidense al pueblo colombiano. Una noticia como el abatimiento del Mono Jojoy será siempre para el Estado colombiano mucho más importante y más gloriosa que la de todas las masacres o genocidios juntos cometidos por el paramilitarismo y el propio Estado colombiano juntos. Ese es el mundo cuyo destino es el que le impone el imperialismo capitalista a las naciones que se niegan a transitar el camino del socialismo. Debemos agregar algo tan terrible y terrorífico dicho por el Vicepresidente de Colombia, tenido como un gran humanista prestado a la política, quien pidió a Dios que hubiese, entre los muertos, otros altos mandos de las FARC para que el regocijo por la muerte de otros sean mayor y más sublime. Hay que reconocer que Gómez Zerda o Serna (obispo de la Iglesia colombiana), dijo públicamente que nadie debía alegrarse por la muerte de una persona fuera soldado o guerrillero y más bien llamó a orar por las víctimas. Esa sí es una posición humanística. Debe recordarse que hubo un alcalde de Tibú (Norte de Santander de –creo- de nombre Tirso) que escribió un poema pidiéndole a los soldados y a los guerrilleros que no se mataran entre sí y buscaran la paz por otras vías de no violencia. No sólo fue juzgado y condenado por ese poema sino, que al final, murió asesinado. ¿Acaso el lenguaje del Mono Jojoy, un campesino que se hizo guerrillero obligado por las adversas circunstancias socioeconómicas para su pueblo, es más arrogante o agresivo que el utilizado por personas cultas como el expresidente Uribe y el Presidente actual de Colombia, el doctor Juan Manuel Santos?
Mientras algunos festejan y viven una emoción que los hace eyacular por todos los poros de sus cuerpos como consecuencia de la muerte del Mono Jojoy, muchos también lo lamentamos y no escondemos la tristeza por tan irreparable pérdida para el movimiento revolucionario, especialmente, latinoamericano. Y eso es así, aunque se empecinen en decir que los revolucionarios de este tiempo son narcoterroristas, bandidos, sanguinarios o terroristas. Algunos influyentes personajes de la política colombiana ya han manifestado que en el supuesto que las FARC solicitara un diálogo por la paz, el Estado colombiano debería responder con plomo y cero créditos a las palabras. Eso, a falta de nombre o de concepto, se le pudiera denominar como la “enfermedad senil del derechismo en el capitalismo”.
No vamos a analizar, en este momento, errores achacados de manera gratuita o consciente a las FARC. No vamos a detenernos en precisar si tiene o no vigencia la lucha política armada en la Colombia actual. No vamos a meditar si la insurgencia colombiana debe rectificar en sus políticas. No vamos a ponernos a contemplar extasiados el pasado para determinar que si se hubiera hecho lo que no se hizo el Mono Jojoy no estaría muerto. No, la reflexión es potestad de las FARC, del ELN, aunque, desde el punto de vista del internacionalismo revolucionario, otras fuerzas políticas y hasta personalidades de la izquierda tengan el deber de intercambiar ideas con las primeras en función de enriquecer el conocimiento, la experiencia y la propia lucha revolucionaria. Y eso sólo se logra con crítica constructiva y creadora. Incluso, no vamos a fundamentarnos, para nada, en que el pueblo colombiano lleva ya más de cinco siglos sometido a toda clase de explotación y de opresión tanto en lo nacional como en lo internacional. No vamos a buscar con desespero la respuesta de cuáles serán las consecuencias para las FARC provenientes de la muerte del Mono Jojoy. No, no precisemos en este instante quién tiene o no razón para que en Colombia exista tanta violencia, tantas muertes, tantas masacres, tantos desplazamientos y tampoco tomemos en consideración, ni siquiera para criticarlas, las opiniones de aquellos que fueron rehenes de guerra en poder de las FARC y actualmente gozan de estar libres, porque, ciertamente, quedan con cicatrices de odio que no pueden ser borradas como se borra una línea mal escrita o corregida en una página por alguien que esté escribiendo un texto o un artículo de opinión que revisa constantemente los borradores. En fin: no tratemos de ponernos a desmentir, una por una, todas las falacias o todas las mentiras que se han dicho y se continuarán diciendo sobre el Mono Jojoy como tampoco nos empecinemos en negar los desaciertos que haya podido haber tenido en su lucha revolucionaria. A lo mejor, son perfectos los que participaron en la operación “Sodoma” y que nadie les niega su valor como también lo sean los que disfrutan hasta el clímax por la muerte del Mono Jojoy, pero de lo que sí pueden estar seguros es que éste no era perfecto por ser un hombre de carne y hueso como todos los seres humanos habidos y por haber No, dejemos esas cosas al tiempo y a la historia, pero no olviden los que hoy gozan con la muerte del Mono Jojoy que la historia la hacen los pueblos cuando alcanzan un nivel de “locura” y se llevan por delante todos los obstáculos sociales que pretendan detenerles su marcha.
¿Por qué lo dicho en el párrafo anterior?
Partiendo, como lo dijo la senadora Piedad Córdoba quien no se prestó para el festejo por la muerte del Mono Jojoy, triunfó la muerte sobre la vida y son cosas de la guerra. Unos vencen y otros son derrotados, unos mueren y otros sobreviven, unos festejan y otros lo lamentan, unos cometen errores en un momento y otros resultan actuar con aciertos, unos están a la ofensiva y otros a la defensiva. Así es la guerra cuyo principio fundamental es el aniquilamiento de las fuerzas contrarias y la conservación de las propias y entre los que más sabían de eso, estaba el Mono Jojoy como igual lo saben los jefes militares colombianos que han demostrado, debemos reconocerlo sin tapujos, tienen una capacidad de combate que desearían tener muchos ejércitos en el mundo.
Como nunca antes en la historia colombiana ni siquiera en el tiempo en que murió el Libertador Simón Bolívar, se habían unido tan hermanados e invertido tiempo en dedicárselo, por un lado, a destacar el abatimiento del Mono Jojoy y etiquetarle todos los epítetos que se pueda imaginar una mente humana de derecha y, por el otro, el éxito de los héroes que planificaron y participaron en la operación “Bienvenida a las FARC” o “Sodoma”. Todos los medios de comunicación prácticamente quisieron sacarle de cada boca entrevistada una condena y el uso de epítetos de todo género menos bonito sobre el Mono Jojoy.
Ocupémonos, por ahora, de lo primero. En verdad, jamás conocí personalmente al Mono Jojoy ni crucé con él ningún mensaje de intercambio. De la máxima jefatura de las FARC llegué a conocer a Alfonso Cano, Pablo Catatumbo, Iván Márquez y Andrés París, los cuales entrevisté en un diálogo por la paz para documentación sobre un libro que estaba escribiendo en ese momento y que salió publicado con el título: “Crónicas: guerra y paz en Colombia”, donde igualmente se insertan entrevistas a personeros del gobierno colombiano de entonces y que –incluso- fueron muy comedidos en sus exposiciones.
Hasta un tiempo atrás creía que el Mono Jojoy era un hombre y político muy duro en su lenguaje, que carecía de ciertas sensibilidades que deben ser propias de un dirigente revolucionario. Eso llegué a comentarlo en un círculo muy reducido de camaradas. Sin embargo, en una oportunidad lo hice frente a un viejo político, respetable y admirable revolucionario que anduvo años al lado del Mono Jojoy y quien es, por lo menos para mí, un ángel y un santo a la vez de la política y de la solidaridad revolucionarias y, tal vez, uno de los más altos o dignos y merecidos ejemplos a continuar por todo dirigente revolucionario. Y ese viejo, de entrada, me dijo que yo estaba completamente equivocado. Durante varias horas, en una madrugada más fría que calurosa consumiendo cigarrillo tras cigarrillo y vaciando termos de café, dictó una cátedra sobre la vida y obra del comandante Mono Jojoy. No sólo lo dibujó como una persona de profunda calidad humana sino, muy importante además de su inteligencia y audacia, capaz de saber escuchar y asumir los consejos de otras personas que le hacían críticas, recomendaciones, análisis y estudios sobre diversos tópicos de la lucha política. Y si ese viejo lo dice, hay que creerle al pie de la letra, porque si alguien ha tenido una postura crítica y verdaderamente revolucionaria, estemos o no de acuerdo con ella, sobre la insurgencia colombiana y sus luchas ha sido, precisamente, ese legendario viejo que quiera Dios y la naturaleza le conserven la vida por mucho tiempo para que continúe trasmitiendo sus enseñanzas y experiencias, fundamentalmente, a los jóvenes que comienzan a incursionar en la política revolucionaria.
Por eso, a riesgo de todo lo que este artículo, y particularmente contra mí, pueda generar el contenido del mismo en opiniones adversas, debo decir que el Mono Jojoy, sin conocerlo personalmente y sin exculparlo de errores que son propios de la lucha política en su expresión violenta y por ser el revolucionario un ser humano imperfecto, fue un extraordinario luchador revolucionario, un ser muy querido y respetado por sus camaradas de lucha y por otras organizaciones revolucionarias, una persona de grandes sentimientos humanos, un indispensable de la lucha revolucionaria, un comandante que el tiempo se encargará de universalizarlo. Si pocos o muchos se arrechan por lo que he escrito y deciden despedazarme, por lo menos, les solicito que no me nieguen el derecho a la libertad de expresión por la cual dicen ser los más férreos y fieles defensores ante quienes consideran se los violan, porque ese mismo derecho se lo respeto –y con mucho más convicción- a quienes no comparten la visión de mundo que profeso: el marxismo.
Y para finalizar, una pregunta, solo una: ¿cuántos de los que están brincando en una sola pata de emoción y regocijo por la muerte del Mono Jojoy se han puesto en el lugar de los familiares de los miles de miles de inocentes que han sido víctimas de genocidios, masacres, crímenes de lesa humanidad, de sicariato, de falsos positivos y de toda expresión de violencia social del Estado colombiano? Respondan, no importa que no dejen de reírse por la muerte del Mono Jojoy.
Nota: Aunque no me lo crean, pero este artículo, tal como está sin cambiarle absolutamente nada, fue escrito antes que el gobierno colombiano reconociera que también tiene preparado la operación “Gomorra”.