¡Crónica de unas botas infiltradas en las FARC!

Célebre, para los amantes de la salsa, se hizo hace años una canción cuyo título la distinguía como “Los zapatos de Manacho”, que resultaron ser de cartón. Célebre, ahora y mucho más que la canción, se harán las botas del Mono Jojoy que no eran para Manacho ni tampoco de cartón. Eran de cuero con pgs incluido para infiltrarlas en la guerrilla y usarla como arma de información de cacería para dar con el paradero del más odiado de todos los guerrilleros por el Estado colombiano.

Todo vencedor en la guerra escribe la historia a su imagen y semejanza, no importa que de bofetadas a la verdad. Sus hombres armados están para custodiar las mentiras o las fábulas creadas por la inteligencia humana. En ninguna historia escrita, especialmente cuando es larga y ancha como el mar, se dicen todas las verdades pero tampoco caben todas las mentiras. En una balanza cualquier gramo de peso demás inclina un lado hacia arriba y el otro hacia abajo. Winston Churchill fue un humorístico de la política sin quitarle el mérito de sus conocimientos y de sus luchas por el dominio del conservadurismo en la Inglaterra de su sueño imperialista inglés. El dijo, un día, que: “La verdad es tan valiosa que debe ir acompañada por toda una escolta de mentira”. No pocas veces, para que una mentira sea creíble debe, igualmente, ser escoltada por algunas verdades, por lo menos, a medias que resultan ser, casi siempre, las mentiras más peligrosas.

Sin duda alguna, el Mono Jojoy era el trofeo más deseado por el Estado colombiano. Pablo Escobar, el capo de la droga, estaba en los tuétanos del Estado colombiano llenando arcas individuales de dólares para colocar funcionarios a su servicio. El Mono Jojoy no era un capo sino un comandante guerrillero de mucha más proyección política que cualquier capo de la droga sin necesidad de lanzar sobre los escritorios los fajos de billetes que hacían cambiar pensamientos. Para cada revolucionario codiciado por la política de un Estado, para capturarlo o asesinarlo, se escribe de antemano una reseña o breve biografía para desfigurarlo ante la opinión pública. Sobre los miembros del Secretariado de las FARC como del COCE del ELN, muertos o vivos, se han tejido historias elaboradas en los laboratorios de la propaganda oficial. Ninguna es exactamente igual a otra o a las otras pero todas, en muchos puntos y rayas, parecen como gemelas. Sin embargo, en relación con el Mono Jojoy ningún epíteto que encierre la peor crueldad humana ha quedado por fuera para etiquetárselo. La política es, debemos entenderla en su primer párrafo, como el estrechamiento momentáneo o temporal de manos que se adversan y de conciencias que se distancian en el tiempo por ser opuestas. Por eso es la ciencia de la lucha de clases contradictorias y antagónicas. La revolución, está harto demostrado, no execra de su teatro de operaciones la reforma, pero a punta de ésta la revolución  traspasa sólo algunos linderos de esquina y se detiene donde se hace fuerte la corriente y no existe muro de contención.

El morral es para el guerrillero como la casa para cualquier familia abrigarse de la intemperie o como el caparazón para la tortuga. Las botas son para el guerrillero como el casco para el caballo, sin las cuales todo intento por caminar le causa un sufrimiento extremado y, especialmente, si se trata de la montaña. El periodismo busca el detalle, para divulgarlo, que para un ejército resulta ser un secreto de tiempo indefinido. Pero la emoción de una victoria para el Estado colombiano, producto de la muerte del Mono Jojoy, lo ha vuelto tan arrogante que lanzan al aire toda clase de datos para buscar, esencialmente, desmoralizar a las FARC, producir un nivel de desconfianza que se haga insoportable al interior de la insurgencia y, además, incentivar la deserción en masa de guerrilleros. Ciertamente que el servicio de inteligencia y contrainteligencia juega un rol de primera línea, fundamentalmente, en tiempo de guerra. Con inteligencia se puede llegar muy lejos si la contrainteligencia del adversario falla en algo vital de su funcionamiento.

Son las botas las que piensan por los pies como las manos por el tronco y el cerebro por la cabeza. La táctica militar depende, en primera instancia, del nivel de la técnica. Ese es un abc del arte de la guerra. Un Estado disfruta de un nivel de técnica que no puede estar al alcance de un movimiento guerrillero. Ese es otro abc. Pero las necesidades de la guerra, para un movimiento guerrillero subsistir y vencer, lo hace apropiar y dominar condiciones de terreno, de sorpresa y de movilización con menores recursos bélicos. Otro abc. Justo en esas circunstancias es que se desarrolla un nivel de conocimiento en mandos guerrilleros que no le está permitido a los mandos de los ejércitos regulares, aunque eso no desmerite el conocimiento y la experiencia de éstos. A la hora de escribir textos de la guerra, por lo menos en la esfera de América Latina, sería un exabrupto dejar por fuera los aprendizajes y las enseñanzas, por ejemplo, de Manuel Marulanda Vélez, conocido mundialmente como Tiro Fijo. Y creo, igualmente, que execrar al Mono Jojoy de ese listado, independiente de todas las acusaciones que le ha hecho el Estado colombiano y todos los adversarios de la insurgencia colombiana, sería un craso error de historiador o biógrafo.

Pero esta crónica no es sobre la obra y el pensamiento de nadie sino sobre unas botas que en testimonio de los planificadores de la operación “Bienvenida a las FARC” o “Sodoma”, jugaron el papel neurálgico en la muerte del Mono Jojoy. Según, los altos mandos militares de Colombia en el clímax de su euforia por la victoria que más se parecía a la conquista de una lucha por la Independencia de Colombia, dijeron que el bombardeo fue exacto y exitoso sobre el búnker del Mono Jojoy gracias al gps que estaba colocado en una de sus botas. No sé si eso es mentira o es verdad, pero sí debemos reconocer que la tecnología de este tiempo da para eso y mucho más. Que en plena madrugada sobrevuelen una montaña una cantidad de aparatos aéreos y que centenares de guerrilleros no se percaten del ruido tiene que ser, sin duda alguna, obra de alta tecnología. Por pocos o muchos animales nocturnos que se desplacen en la selva buscando su alimentación, el oído del guerrillero de montaña se desarrolla muchísimo más que el de una persona en un caserío o en una ciudad. Lo mismo sucede con la vista. Es un instinto natural de conservación o de adaptación a las circunstancias concretas de tiempo y espacio.

Informaron los mandos militares que hacía unas semanas atrás habían captado comunicaciones del entorno del Mono Jojoy solicitando unas botas especiales para evitar daños que le causaba su enfermedad de diabético. La red de inteligencia y contrainteligencia del ejército y la policía de Colombia lograron capturar a la persona que de la Macarena viajó a Bogotá para mandar a elaborar las botas para el Mono Jojoy. Y lo convencieron -según ellos-, a cambio de una elevada suma de dinero, de participar en el plan de las botas con un gps para ser entregadas al Mono Jojoy. El mando militar sabía, a ciencia cierta, que el Mono Jojoy era una persona muy desconfiada, porque la guerra conduce, sin la exageración mediática publicitada contra el Mono Jojoy, a esa práctica en garantía de sobrevivencia y de conservación de la vida de los mandos guerrilleros y de sus propias fuerzas. Pero el Mono Jojoy que, según los mandos militares colombianos, desconfiaba de la comida, de la ropa, de todo lo que le rodeaba y de su propia sombra, jamás se ocupó de desconfiar de sus botas que eran muy especiales. Parece un cuento de hadas pero, por ahora, aceptemos que eso sea así. Empero, además, sabrá Dios el por qué esa persona de alta confianza de la guerrilla, al regresar a la sierra de la Macarena, no informó al Mono Jojoy o a los responsables de su seguridad el misterio del gps en las botas.

Igualmente, los mandos militares colombianos (tal vez por razón de inteligencia y contrainteligencia) tenían información proveniente del entorno del Mono Jojoy, es decir, gente infiltrada. Supongamos que hubiese sido cierto pero esa política es común publicitarla o divulgarla para crear desconfianza al interior de una fuerza adversa y estimular la deserción. Creer que en el anillo de mayor seguridad del Mono Jojoy hubiese estado infiltrado es demasiado dudoso aunque no imposible. Pero toda la verdad sobre infiltración, para darle muerte al Mono Jojoy, se fue a la tumba, porque no nos vayan a venir con el cuento que el gps incrustado en una de las botas quedó intacto después del bombardeo, aunque no sé si éste tiene la invulnerabilidad de los computadores. No ha habido un bombardeo, incluso ese que destruye un búnker con un grueso espesor de concreto que haya hecho añico un computador de guerrilleros. Lo lógico es que de ahora en adelante la guerrilla invierta recursos en elaborar su uniforme, su morral, su gorra y sus botas con el material con que se construyen los computadores. Eso los exonera de la muerte por bombardeo. Eso no sale de mi pensamiento sino que eso es lo que recomienda la experiencia de sobrevivencia de los computadores a todo bombardeo. Lo que nadie se explica es el por qué no hubo una relación de solidaridad y de intercambio de ideas o de informaciones entre los computadores y las botas del Mono Jojoy o cómo ninguno de los computadores se percató que las botas estaban infiltradas en la guerrilla pasándole información al ejército y la policía de Colombia. También valdría la pena preguntarse el por qué el gps no hizo ningún gesto de dolor durante ninguno de los días que las botas soportaron el peso del Mono Jojoy. Bueno, en verdad si no escuchaban los guerrilleros el ruido de los motores de los aviones y los helicópteros mucho menos el Mono Jojoy podía escuchar los quejidos de un gps que era su peor enemigo. No será que el Estado colombiano quiere que la guerrilla ande descalza o en alpargatas. No nos extrañe un día de estos, para estimular la deserción en la guerrilla y como fruto de una nueva operación militar exitosa, que los altos mandos militares colombianos anuncien a la opinión pública que lograron la precisión de su acción gracias a un gps instalado en un huevo de gallina que se estaba comiendo la víctima. De esa manera recordaremos que hubo un alto miembro del partido bolchevique en la Unión Soviética que tuvo que reconocer, para salvar su vida, que le metía vidrio molido a los huevos de gallina sin romper la cáscara para asesinar a gente del pueblo cuando los consumieran.

Ya la perrita Sacha tiene su monumento como héroe de la patria colombiana. Hubo lágrimas, hubo elogios y se revolvieron pensamientos sensibles a la hora de su entierro. ¿Cuántos de los que la lloraron se recordaron de los ríos de lágrimas de los familiares de aquellas miles de miles de personas que han sido víctimas del paramilitarismo, de los falsos positivos, del sicariato, de genocidios y masacres donde participaron o los avalaron los mismos que elogiaron el heroísmo de la perrita Sacha?

No faltará un ideólogo, especialista en la guerra, que recomiende hacer un monumento a las botas para recordar por siempre que fueron las mejores aliadas de la operación “Bienvenida a las FARC” o “Sodoma”, donde perdió la vida el guerrillero más buscado y odiado por el Estado colombiano. Mosca, camaradas, con ponerse botas especiales para combatir la diabetes o pecuecas insoportables. Algunos cuentos o mentiras comienzan a caerse por su propio peso de incredibilidad. Todos los voceros del Estado colombiano que han acusado al Mono Jojoy de cuanto epíteto cruel se conozca y que los mismos guerrilleros lo aborrecían pero nada hacían o decían por temor a ser fusilados, han reconocido que el grupo guerrillero, luego del bombardeo, lo único que gritaba era la preocupación por la vida de su líder. 

Nacerán o se escribirán muchas crónicas sobre el Mono Jojoy. Tal vez, por ahora, muchas para deformarlo o desfigurarlo, tal como quedó su cadáver, en su obra y en su pensamiento. Algunas pocas, quizá, para reconocerle sus méritos sin exonerarlo de sus errores como ser humano o como político guerrillero. Muchas crónicas se escribirán, desde la derecha política, para elogiar a Cano como el político que tuvo serias contradicciones con el militarismo del Mono Jojoy y capaz de entender la inevitable derrota definitiva de las FARC; algunos resucitarán a Manuel Marulanda para recordarle a la insurgencia que fue la pieza del equilibrio y en su ausencia no queda más remedio que desarme y desmovilización; y no pocas centrarán sus argumentos en que todas las guerras resultan en este tiempo un anacronismo, por lo cual la rendición con amnistía hace olvidar todas las causas que generan la violencia social. Y, al mismo tiempo pero en número menor, no faltarán esas crónicas y opiniones que no harán uso de ningún argumento para desalentar a las FARC en su lucha revolucionaria y respetarle la potestad que tiene para determinar su destino como lo considere acertado dentro de las condiciones internacionales y nacionales en que se desenvuelve la lucha política colombiana. Como, es posible, algún guionista escriba “El final del símbolo del terror” para una telenovela que cautive una gran audiencia televisiva y genere millones de millones de pesos a los dueños del medio de comunicación, tal como lo hacen en la actualidad desvirtuando las verdaderas causas socioeconómicas que han dado origen a al narcotráfico y los capos de la droga. ¡Ah!, se me olvidaba que no dejará de aparecer un frustrado que con ira escriba, refiriéndose a la muerte del Mono Jojoy, una crónica para decir: “Maldito sea: el Presidente Santos le robó un gran honor al expresidente Uribe”. Igualmente no fallarán esas crónicas, construidas por el propio pueblo, que hablen, una,  de un Mono Jojoy bailando a saltos anarquizados en contravía al ritmo de la música y la otra, un problema sicológico para el Estado colombiano, reconociendo sus “milagros curativos”.

Las botas dan para muchas especulaciones y crónicas  de toda naturaleza pero, de seguro, muy pronto se escribirá una sobre esa mujer de rostro cubierto que se presentó a reclamar su cadáver alegando que ella era la que salvaría al Mono Jojoy del pacto que hizo con el Diablo. Mientras tanto, en la memoria de los revolucionarios del mundo la figura del Mono Jojoy vivirá intacta como ejemplo del luchador revolucionario capaz de sacrificarlo todo por su causa. El mundo de la lucha de clases da para todas las conjeturas y crónicas capaces de ser imaginadas por la mente humana, sea ésta o no perversa o justa. Mientras tanto, en Colombia, continuarán rugiendo las armas de la guerra disparando balas de la muerte y creando escenarios para nuevamente reinar la muerte no como castigo de Dios sino de los bombardeos de las fuerzas militares colombianas o de las acciones de la insurgencia. Confieso, sin que nadie me lo pregunte, cada vez que veo las imágenes del Mono Jojoy recorriendo montañas de Colombia, me parece increíble que haya muerto de la manera que lo anunció el Estado colombiano. Por lo demás, no tengo la menor idea de quién es Gabriel Angel, pero estoy convencido que sus crónicas, especialmente “De viaje a la isla del muerto”, cobrará un interés de lectura que el Estado colombiano no podrá evitar ni con todos los bombardeos del mundo. Por ello, envío, junto con este escrito, esa crónica realmente desconocida para la mayoría de los lectores de este mundo y que leyéndola con esmerada atención, les sirva para reflexionar y emitir opiniones sobre el Mono Jojoy: “Una crónica necesaria de leer”.

Ojalá se despierte un oleaje que de verdad verdad busque darle un chance a la paz en Colombia y el rebusque de paso al trabajo creador de un pueblo que realmente se merece la verdadera justicia social. Entonces, ya no habrá botas de la muerte, ni perritas sacrificadas con explosivos ni mujeres sin rostro reclamando cadáveres porque el Diablo no encontrará a nadie con quien hacer un pacto social.

Mucho ojo con esta nota: No olvidemos que todos aquellos que se burlaron, humillaron, se rieron y festejaron su alegría sobre los cadáveres de los tupamarus en la embajada de Japón en Perú terminaron, al poco tiempo, siendo despreciados por la mayoría del pueblo peruano. Comenzando, el pueblo de Cabrera, no muy lejos de Bogotá y sin temor a la represión, quiere darle sepultura en su propio terruño al cadáver del Mono Jojoy.



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Freddy Yépez


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