Camaradas: murió Paul: ¿qué hacemos ahora?

El capitalismo tiene sus sentimientos y sus sensibilidades que nadie debe poner en duda. Lo que más le importa es lo que más le produzca ganancia o plusvalía. El rico piensa por su riqueza y el privilegio. Allí están sus mayores dolores de cabeza. Claro, debemos reconocer también que existen excepciones que son aquellas en que muy pocos ricos son capaces de entender la necesidad de una revolución proletaria y se restean con ésta. Europa es un continente que se considera con el privilegio de ser el más culto y, especialmente, porque no sólo en Inglaterra se produjo la primera gran revolución industrial en el siglo XVII y en Francia la “maravillosa” revolución burguesa de 1789, sino, además, por haber sido –más en el pasado que en la actualidad- inmensamente rico en el arte (música, literatura, escultura, pintura, poesía, cine y teatro) y, por otro lado, por creer erróneamente haber “demostrado” que en sus predios el socialismo “… es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia, la prédica de la envidia, y su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”, como lo decía ese personaje humorístico de la política, don Winston Churchill, ganador de un Nóbel de Literatura en 1953 por unas “Memorias” que la aplastante mayoría del mundo lector desconoce.

 El capitalismo, luego de haberse aferrado a la cabeza de la Ilustración o de los enciclopedistas, para alcanzar y estabilizarse en el poder político, comenzó a burlarse –incluso- de quienes trataron de simbolizarlo como el ejemplo de la Liberté, Egalité y Fraternité. Para la oligarquía europea (esencialmente conformada por los grandes amos de capitales financieros y cuantiosos) la muerte de Paul –el pulpo- es mucho más doloroso que la muerte de Néstor Kirchner por una razón muy sencilla: el fútbol para los europeos es la mayor de todas las pasiones sociales y los grandes magnates, propietarios de clubes, son quienes se quedan con la mayor parte de las jugosas ganancias de los eventos deportivos. Y Paul era un pitoniso deportivo mientras que Kirchner era un demócrata político. Para el capital financiero o, más concretamente, al imperialismo capitalista le es mucho más fácil sustituir a un político muerto que a un pulpo muerto por otro con la capacidad astrológica de Paul. En el mundo existen más de seis mil quinientos millones de personas pero en las tres terceras partes de aguas que tiene la Tierra: ¿cuántos pulpos existen?

 El delfín, considerado como el animal más inteligente de todos los animales, se quedó pendejo ante la inteligencia astrológica de Paul. Se pudiera decir, siguiendo la enseñanza de Anaxágoras, que las manos hicieron al hombre por lo cual habría que llegar a la conclusión que ocho brazos son más importantes que un hocico largo. Pero en Paul se cumple –parafraseando la idea de Tomás de Aquino de “Habet homo rationem et manum”, una nueva conclusión científica; es decir, no sólo la mano liberó a la razón y produjo la conciencia humana sino que los brazos liberaron la irracionalidad y creó la conciencia en el animal, por lo menos, en el pulpo. Paul, en cosas de fútbol, no necesita hacer análisis como los críticos deportivos sino que llegaba a sus conclusiones a través de sus brazos y un olfato de distancia mayúscula.

 ¿Cuánto dinero le sacaron al pulpo Paul? No lo sabemos, pero en vida estuvo muy cotizado y muy solicitado por ricos de varios países europeos. Los argentinos intentaron una hazaña parecida con un armadillo y con un pájaro, pero éste último falló estrepitosamente en su fallo cuando vaticinó que Argentina le ganaba a Alemania, por lo cual, hasta el sol de hoy, nadie conoce de su paradero. Con sobrada razón los animales prefieren vivir entre los suyos que con el hombre.

 Sería recomendable investigar si al pulpo Pool le obligaron a consumir algún tipo de droga ante cada acto en que tenía que adivinar qué conjunto futbolístico o nación vencería en su partido contra otra nación. El hombre perverso que, entre tantas cosas, explota miserablemente algunos animales domesticables, es capaz de todo, porque se hace lobo del hombre y nada le cuesta ser enemigo del animal. Lo cierto es que Paul no resistió ante tanto mediatismo publicitario para exprimirle su gratitud o su “sabiduría” de pitoniso o de astrólogo. Si Paul hubiera gozado de un instinto especial en su vivencia irracional, no las hubiese acertado todas, porque a nadie, absolutamente a nadie, avisó con tiempo de su muerte para que los científicos o veterinarios le salvaran la vida por unos cuantos mundiales más de fútbol.

 No nos extrañe que para el próximo mundial de fútbol en Brasil algún monopolio económico de publicidad cree un nuevo pulpo, familia de sangre de Paul, o un delfín que vaticine el resultado de los partidos. Ojalá no sea una serpiente como esa que hizo pecar a Eva y a través de ella a Adán, y nos vaticine que el mundo se acabará justamente con la final del mundial. Habría, entonces, que crear un nuevo reglamente para que ese encuentro final no tenga fin en el tiempo. ¿Resistirán los dos equipos finales un sacrificio que aún no ha sido pensado por la madre naturaleza?

En fin: ¡paz a los restos de Paul… y que viva el fútbol!



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Freddy Yépez


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