Obama, la Clinton y los subalternos de ambos regados por el mundo, andan en aprietos.
Según la prensa internacional, la jefa del Departamento de Estado, mientras viaja incesantemente en cumplimiento de apretadísima agenda, de quien cree está obligada a tener al mundo bajo su directa observación y control, como patrón que sale a echarle un vistazo a su ganado, hacer y decir cosas de las cuales les acusan, saca tiempo de donde no tiene para llamar a quien puede para tapar la basura que Wikileaks ha puesto al descubierto.
“Alò, doña Cristina, ¿cómo está?”
“Por esta llamada mía, seguro “all rigth”.
Así pudo haber saludado, con soberbia y presunción, a la presidenta Argentina. No es previsible otro estilo.
Como dice el cable, cada cierto tiempo robado a su ocupación de ordenar, objetar y amenazar, no pocas veces con sutileza, llama a alguien en cualquier parte del mundo, desde Asia hasta América trasera.
“Llamarte para decirte no le pares a Wikileaks. Pese todo, Obama, yo y todos por acá, querer mucho ustedes”.
“Favor no hacer caso eso y lo que venga. Ustedes saber somos panas burdas”.
“Nosotros ser “very good” amigos, aunque tengamos cochocho”.
La organización mediática Wikileaks se soltó el moño e hizo del conocimiento público documentos que ponen en evidencia prácticas habitualmente agresivas e ilegales, por decir lo menos, por todos conocidas y experimentadas, aunque la mayoría se hace la loca, no se mete en camisa de once varas, porque sus autores, el Departamento de Estado y el gobierno de Israel, entre otros, siempre niegan. Mejor estar en la mala con el diablo.
Los gringos, cada cierto tiempo, cuando la noticia es inocua como “un periódico de ayer”, desclasifican documentos por los cuales el acucioso constata que lo que supo fue verdad; pero ya es “clavo pasado”.
De esa manera, “los hechos los locos y gente de buena fe” se enteraron varios años después, que los gringos tumbaron y hasta asesinaron a Allende. Como que también dieron golpes contra Juan Bosch, Rómulo Gallegos y torturaron en Irak.
Hasta han podido inclinar la torre de Pisa y matar el mar muerto. ¿Por què dudarlo? ¿Acaso no están acabando con el planeta?
Desclasifican lo que todos saben; lo permite, hasta obliga la ley y es una manera de decir retadoramente, a quienes nos creen indefensos e inferiores, “fuimos nosotros, ¿y qué?”. También para advertirnos, que si eso hicieron, lo negaron, todo quedó como quisieron y un montón de influyentes reaccionó como si se lo hubiesen creído, dispuestos están a seguir. Tienen patente de corso dada por el miedo.
Pero, pese toda esa impunidad, Wikileaks les ha puesto en aprieto. Ha publicado información de asuntos muy recientes; como dijese Walter Martínez, todavía “en pleno desarrollo”. Hechos, como el golpe de Honduras, de quien todo el mundo sabe detalles íntimos y autores, pero éstos oficialmente niegan.
Pero lo más curioso y hasta alarmante, para quienes fingen chuparse el dedo, es que “paladines de la libertad de prensa, pensamiento e información”, han movido mecanismos para que a Julián Assange, figura prominente de la agencia mediática que ha sacado a luz pública antes de tiempo los quiquiriguiquis de la política nacional e internacional de la Casa Blanca, bajo acusaciones dudosas de fecha atrasada, se le detenga en cualquier sitio que pise. ¿Y la SIP? Ni esta boca es mía.
Por lo menos Human Rights, ha manifestado dudas por las limitaciones en Internet, en el caso de Wikileaks y Julian Assange.
Mientras tanto, en nombre de la sagrada libertad de prensa, Guillermo Zuloaga, quien nada tiene de periodista, protegido está por las autoridades norteamericanas, teniendo aquí abierto un juicio por presuntos delitos tipificados en las leyes venezolanas.
En estos casos, sería como improcedente decir “luz para la calle y oscuridad en casa”, porque las barbaridades puestas al descubierto, han dañado sin mirar a quién. Todo es oscuro y tormentoso.
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