Como nunca antes se había festejado tanto un Nóbel de Literatura como el concedido a don Mario Vargas Llosa. La mayoría de los literatos del mundo no pensaban que un Nóbel de Literatura, en este tiempo, podía otorgársele a un novelista de la extrema derecha política. Pues, se equivocaron. Definitivamente don Mario Vargas Llosa (Premio Nóbel de Literatura 2010) es un excelente literato, especialmente, en el campo novelístico. Confieso que no sé si igualmente lo es en el espectro maravilloso de la poesía o en ese escenario de la vivencia y la intuición, el teatro. Es, además, un gran articulista en materia de literatura no política. En ésta, igualmente de manera definitiva, no le agradan las categorías con que trabajan algunas ciencias sociales. El antimarxismo le ha creado demasiado odio en su corazón y en su conciencia.
Escuché parte de su reciente discurso dando las gracias por la obtención del Nóbel de Literatura. Hubo, sin duda alguna, párrafos hermosísimos donde quedaron retratados episodios que enaltece lo glorioso del pasado peruano; muchos cargados de impresionismo con unas descripciones maravillosas que –seguramente- hizo que miles de europeos tengan ahora una idea de ese Perú geográfico donde hubo originarios que alzaron bien alto la bandera en la defensa de sus creencias, su identidad y lo que tenían como pertenencias. De ese Perú donde Atahualpa, hasta los últimos segundos de su vida, defendió al Sol como un Dios frente a un hombre vestido con sotana, un crucifijo y una Biblia que le vendía por Dios lo invisible e inexistente, lo que nunca el inca había visto ni escuchado. Ese Perú donde nació, creció, se desarrolló, luchó y murió un Túpac Amaru, quien a la hora de su ejecución le dijo a sus asesinos un veredicto que la propia Historia de América Latina y del mundo vera hecha realidad con sus propios ojos: “¡Muero no importa, algún día volveré convertido en millones!”. Pero Perú no es sólo historia de aborígenes. Es también la historia del Libertador Bolívar, del Gran Mariscal de Ayacucho, del ejército internacionalista, de miles y miles de hombres y mujeres que han luchado o siguen luchando por la redención del pueblo peruano. Y es Perú, igualmente, la tierra donde fecundó el pensamiento de ese extraordinario revolucionario don José Carlos Mariátegui. Y es también el Perú, sin que el Nóbel de Literatura 2010 lo haya jamás denunciado, donde existen cárceles construidas ocho metros bajo tierra para presos políticos y que son llamadas “tumbas para seres vivos! Y es, al mismo tiempo, la tierra que vio nacer al Premio Nóbel de Literatura 2010, don Mario Vargas Llosa, quien, sin reprocharle absolutamente nada por su decisión, un día tomó la determinación de hacerse español como si ser peruano fuera una cruz pesada sobre un cuerpo que necesita hacer de un país europeo su residencia permanente. ¿Cuál hubiese sido la respuesta del que volverá hecho millones para conquistar la auténtica libertad que merece el pueblo peruano, don José Gabriel Condorcanqui, si los españoles que colonizaron su tierra le hubieran propuesto se cambiase su identidad nacional?
Don Mario Vargas Llosa habló, condenó dictaduras y llamó a gobiernos del mundo a que las combatan y, especialmente, las que existen en América Latina. Nombró a Cuba y Venezuela, pero absolutamente nada dijo de las denuncias sobre torturas que, comprometiendo al Estado estadounidense, aparecen en documentos secretos publicados en WikiLeaks y anteriormente divulgadas o publicitadas por diversos medios de comunicación en muchas partes del mundo. Absolutamente nada dijo del Estado español que sigue manteniendo al país vasco neocolonizado o de su complicidad en la violencia ejecutada por el Estado marroquí contra el pueblo árabe saharauí. Nada dijo sobre los genocidios cometidos por los invasores en Irak y Afganistán que han creado demasiado material para que el Nóbel escriba novelas sobre tragedias colectivas. Nada dijo sobre la globalización capitalista salvaje que cada día genera más pobreza y sufrimiento a los pobres y mayor riqueza y privilegio a los pocos ricos que dominan el planeta ejecutando contra la existencia humana guerras imperialistas de grandes exterminios sociales.
Las denuncias del Premio Nóbel de Literatura sobre dictaduras es una abstracción, porque ni siquiera nos aporta una definición de las mismas. Es como si don Mario Vargas Llosa se hubiese leído miles de miles de obras literarias pero, que me disculpe si estoy errado, también es como si no hubiera leído casi nada o nada de teorías o doctrinas de carácter político o ideológico. Es extraño, por ejemplo, que un intelectual de tan vasto nivel de conocimientos o de cultura como don Mario Vargas Llosa, ganador de un Premio Nóbel de Literatura, habiendo conocido personalmente a otros ganadores de ese galardón, como don Pablo Neruda y don García Márquez, desconozca que desde el nacimiento de las clases sociales toda la historia siguiente ha sido –valga la redundancia- la historia de la lucha de clases, entre las que explotan y oprimen y las explotadas y oprimidas. Si eso no es así, entonces, que don Mario Vargas Llosa escriba un texto de Historia que nos convenza y nos ilumine el pensamiento, sobre lo “bondadoso y solidario” del capitalismo sin clases sociales, en este tiempo de dramatismos y tragedias producto de las atrocidades que acomete contra la aplastante mayoría de la humanidad la terrible globalización capitalista, que el Papa Juan Pablo II denominó salvaje.
Sin clases sociales, don Mario Vargas Llosa, no puede haber dictadura política. La política, como ciencia, tuvo sus orígenes, si no me equivoco y para no andar citando a Marx que no cae bien a los oídos de don Mario Vargas Llosa, con la existencia de las clases sociales, como lo tuvo también el Estado y todos sus aditamentos. ¿No es así, don Mario Vargas Llosa? Es fácil deducir, para un literato del nivel de don Mario Vargas Llosa, que no se puede concebir la categoría dictadura política sin que deje de estar vinculada a la categoría de clase social.
Si aceptamos, como debería reconocerlo don Mario Vargas Llosa, que vivimos en un mundo de lucha de clases como motor de la historia, que el Estado tiene carácter de clase, que la democracia política tiene carácter de clase, que los partidos políticos tienen carácter clasista, entonces deberíamos llegar a la convicción que todo gobierno no es más que un intermediario que se mueve y ejecuta sus funciones más a favor de los intereses económicos de una clase que de otras, y que tiene el deber de garantizar el orden público establecido que favorece a un determinado modo de producción. Para eso se cuenta con la policía, el ejército, organismos de seguridad y la burocracia. De allí es que debemos partir para que la síntesis tenga una relación dialéctica y correcta con el análisis.
Si vivimos en una sociedad de clases sociales contradictorias, con intereses generales –especialmente económicos- antagónicos, es de suponer y así lo determina la lógica que todo gobierno es una dictadura y todo presidente, primer ministro, rey, príncipe, emperador o quien ejerza la máxima magistratura del Estado, es un dictador a favor de una clase y en contra de otra u otras. No puede ser de otra manera. Pensar lo contrario, en las realidades del mundo actual, es ficción, es utopía, es fantasía política que choca con todas las concepciones políticas o históricas, por lo menos, venidas desde Maquiavelo hasta la actualidad para no andar regateándole nada al pasado anterior.
La historia humana, desde que se dividió la sociedad en clases diferentes y opuestas en intereses para la vida y de concepciones del mundo distintas, ha sido la historia –valga la aclaratoria- de una dictadura tras otra dictadura de clase que en no pocos casos ha llegado a convertirse en una dictadura autocrática, es decir, de una persona por encima de las clases pero sujeto –fundamentalmente- a los intereses económicos de una en específico. Ejemplos sobran: Hitler, para no ir tan lejos del pasado. Lo dicho anteriormente es un abc de la política, pero que don Mario Vargas Llosa no lo quiera reconocer así, es otra cosa muy distinta a la objetividad de los hechos históricos y, especialmente, políticos.
¿Qué es lo más importante de una dictadura o de un dictador?
Sin duda: saber a cuáles intereses de clase sirve su gobierno y su persona. Nadie puede tener razón si llega a decir que Bush, por ejemplo, fue un dictador que se puso de lado de las políticas que crean real bienestar y satisfacción a las clases y sectores populares de Estados Unidos. Todo el mundo sabe que sirvió incondicionalmente a la economía de los grandes monopolios que predominan en la vida de Estados Unidos y del mercado mundial. Por eso atacó a Irak, Afganistán y otras regiones del planeta. La democracia para Bush, como lo es también para Obama y muchísimos mandatarios en este mundo, es el derecho que tiene la minoría a disfrutar de los beneficios del poder político en perjuicio de la mayoría, como la libertad es el derecho del imperialismo para poner el mundo de rodillas antes sus pies, explotarlo y oprimirlo. Esa es la misma idea que guía a los mandatarios que sirven incondicionalmente a los intereses de las oligarquías o grandes supermonopolios capitalistas que dominan la vida económica de las sociedades en este planeta. No quede duda de ello.
Ahora, Fidel, por ejemplo, fue un dictador siendo el vocero fundamental de la dictadura del proletariado cubano. Eso no se discute. Pero lo que no se puede negar es que todas sus políticas –de cualquier género y especialmente económicas- estuvieron destinadas a favorecer al pueblo cubano, al ejercicio de la solidaridad internacionalista y del impulso de la revolución en otros países. Eso es una grandeza histórica, un mérito de un dictador al completo servicio de la verdadera democracia política, de la libertad, de la igualdad social, del socialismo. Que éste no haya podido ser construido en Cuba de acuerdo a la concepción doctrinaria del marxismo, no es culpa de Fidel ni del pueblo cubano sino de un proletariado mundial que sigue atado a la visión fronteriza y nacional defendiendo el patriotismo en vez de luchar y cumplir el papel que le corresponde de clase forjadora de emancipación social de todo el mundo y no de algún país en lo particular.
Conclusión: lo importante es que un gobierno y su presidente o mandatario estén al servicio de la aplastante mayoría del pueblo, de la solidaridad con otros pueblos del mundo que claman por verdadera justicia social, de denunciar constantemente al capitalismo y su neoliberalismo como políticas atroces contra la humanidad. Eso es lo que vale para los explotados y oprimidos. Toda dictadura y todo dictador que esté incondicionalmente al servicio de su pueblo para alcanzar un modo de vida diferente, con verdadera justicia social y que en el futuro no haya nunca másnecesidad de gobierno, dictadura, Estado y clases sociales, hay que decir: ¡Viva esa dictadura!, y ¡Viva ese dictador!. Amén.
Que don Mario Vargas Llosa no acepte esas verdades, tendrá sus razones y sus motivos que, simplemente, deben ser respetados aunque no se compartan. Pero para la Historia, como lo dijo Cicerón: “Nadie ignora, en efecto, que la primera ley de la historia es no atreverse a decir nada falso ni a callar nada verdadero; que al escribirla no haya sospecha ni de halago ni de antipatías”. La verdad es y seguirá siendo para siempre la más importante de todas las leyes de la dialéctica.
Si en este mundo hubiese un solo gobierno que no tenga carácter clasista, que execre de su agenda toda parcialidad hacia una determinada clase social, ¡por Dios y los pueblos y todos los santos y santas!, deberían todos los países copiar mecánica y dogmáticamente ese ejemplo para el buen vivir de todos los seres humanos. ¿Alguien puede decirnos cuál es ese gobierno?