En honor a Simón Trinidad

“El baile rojo: memoria de los silenciados”

Existe un interesantísimo y triste documental, no se quién o quiénes lo editaron, que recopila esos testimonios que espeluscan los pelos y los paran de punta, mueven a todo tren los sentimientos –por un lado- de repulsión contra los victimarios y –por el otro- de admiración y misericordia por las víctimas, de esa Colombia sumida en tantas violencias desde hace ya más de medio siglo, prácticamente, continuado. Ese documental se llama “El baile rojo: memoria de los silenciados”. En Colombia se ha intentado tanto matar la esperanza de redención del pueblo, que por cada herida que le abren en sus venas en vez de sangre fluye –ahora- a cántaro el germen de esa luz que un día brillará y lucirá para todos los colombianos y todas las colombianas.

Colombia ha sido convertida en un gigantesco laboratorio donde tratan, los hacedores de la guerra, comprobar todos sus experimentos de cómo es mejor matar la vida y cómo hacer mejor que su historia sea una memoria de silenciados. En Colombia, por ejemplo, se ha asesinado a tantas mujeres embarazadas que en la historia de su tiempo no existe posibilidad alguna de determinar o precisar cuántos cerebros iluminados, en provecho del futuro, han matado sin darles chance a ver la primera luz del día para sus vidas. “Una palabra mal decía, en Colombia puede costarle la vida”, recuerdo me dijo un día por la noche, hace muchos años, el padre de una joven que luego, ya casada y con hijos, le mataron a su esposo y una hija y actualmente vive en el exilio cargando su dolor de haber perdido seres queridos y encontrarse lejos de la tierra que ama por nacimiento e identidad.

A los días después, igualmente,  dijo un humilde campesino, que labra la tierra de sol a sol y continúa viviendo en la peor de las pobrezas, pasándose su mano derecha por su cabellera ya blanca o canosa por el tiempo: “Si se atrevieron a matar a Gaitán, nada, absolutamente nada, les prohíbe asesinar a cuanto hombre o mujer quieran iluminar a Colombia con las buenas voluntades de hacer el bien para todos”. Profecía que se ha ido cumpliendo al pie de la letra.

Sí, Gaitán fe asesinado, siendo candidato presidencial, para evitar su seguro triunfo en un proceso electoral que le abriría a Colombia y, fundamentalmente, a la inmensa masa de pobres, un nuevo horizonte de perspectivas hacia la conquista de importantes reivindicaciones económicosociales. Gaitán era la voz de ese pueblo, era su esperanza en ese tiempo y era el gran enemigo de las oligarquías liberal y conservadora. Su muerte o asesinato desencadenó ola tras ola de violencia social que culminó en la derrota de los explotados y oprimidos, aunque éstos izaron bien en alto las banderas de la lucha revolucionaria contra las oligarquías. Colombia continuó en manos de liberales y conservadores sirviendo, especialmente, a los intereses económicos y políticos del imperialismo capitalista.

Asesinaron a don Pardo Leal siendo candidato presidencial de la Unión Patriótica, hombre generoso, humilde y sencillo, jurista de talle universal, justo como esos seres humanos que todo lo sacrifican por el bien de los demás. Don Pardo Leal tenía mirada lejana y ansiaba para su pueblo un socialismo humanitario como era su anchuroso corazón. Otra voz asesinada de los pobres y humildes ciudadanos y ciudadanas de Colombia. Cada vez que salía de su casa, como vaticinando su asesinato por los enemigos de la justicia y la libertad, don Pardo Leal le decía a su esposa como despedida: “Chatica: no sé si nos volveremos a ver”. Fue acribillado en presencia de su Chatica y de sus hijos. Gigantesca manifestación de dolor fue su velorio y su entierro. La multitud gritaba: “El gobierno lo mató”.

Asesinaron al candidato presidencial de la Unión Patriótica don Bernardo Jaramillo. Joven político y excelente orador. Fue acribillado muy cerca de su esposa. Sus denuncias contra los militares, los paramilitares y un gobierno que daba la espalda al pueblo colombiano siempre fueron coherentes y contundentes. Estando gravemente herido le dijo a su esposa: “No siento las piernas, esos HP (mejor dicho: hijos de puta) me mataron. Abrázame, protégeme, me voy a morir”. Su sepelio se transformó en una verdadera manifestación de rechazo a la violencia de un Estado que se había casado para siempre con los más oscuros intereses políticos, económicos e ideológicos del imperialismo capitalista y de la oligarquía colombiana. Era tanto el odio de los acérrimos enemigos de la libertad, que el arzobispo de Manizales, en nombre de la Iglesia y de Dios y de Jesucristo y de la virgen María, prohibió que se realizaran misas en memoria de Bernardo Jaramillo. Ese arzobispo, esté o no vivo, jamás podrá entrar al reino de los Cielos.

Asesinaron a Carlos Pizarro, candidato presidencial del M-19. Joven promesa de la política de izquierda colombiana. Su asesinato demostró que en la Colombia política nadie está seguro ni siquiera en el aire. Su muerte fue una comprobación más de la disposición del Estado oligárquico de que quien le dispute la presidencia de la república y no esté realmente comprometido con la defensa de los intereses económicos del imperialismo foráneo y del capitalismo interno, corre el inminente riesgo de ser asesinado antes de que pueda entrar triunfante a la Casa de Nariño.

Asesinaron a Galán, candidato presidencial de importante fuerzas políticas del liberalismo y otras tendencias del pensamiento social. Excelente orador político, denunciador de las arbitrariedades del Estado y del régimen político colombiano. Hombre de inclinación hacia la izquierda aunque mantenía importantes posturas de centrismo. Su triunfo se daba por seguro y también seguro que buscaría, sin humillación ni excesivos ventajismos políticos, un acuerdo de paz concertado con la insurgencia colombiana y, además, con la incorporación de los sectores fundamentales que hacían vida en la sociedad colombiana. Su muerte vino a confirmar que la oligarquía y sus instrumentos armados no escatiman ningún esfuerzo ni sacrificio para llevarse por delante y asesinar a todo aquel que no lisonjee los capitales que expolian la vida socioeconómica del pueblo colombiano. Seguirán asesinando toda voz que represente los millones de gargantas silenciadas por el miedo y el terror.

Pero, igualmente, han asesinado a miles de miles de personas -incluso- inocentes o no activos en el conflicto político armado colombiano. Testimonios desgarradores verifican esa inocencia. Mujeres que les fueron arrebatados y asesinados sus hijos, sus esposos, sus sobrinos, sus padres, narran con profundo dolor e impotencia los crímenes para que luego el Estado, reconociendo la verdad de los asesinatos, les pague miserables indemnizaciones como si con ello se fuesen a revivir las víctimas mortales. En Colombia, han cobrado vidas humanas todos los planes de la muerte. Muertes colectivas y muertes selectivas, han caracterizado un tiempo oscuro en la política colombiana. La venganza política personal y de partidos políticos han marcado toda una sangrienta historia que pretenden, algunos, se conserve para siempre en una memoria de silenciados. Todas las expresiones de violencia social han encontrado en Colombia un escenario ideal para imponer la muerte sobre la vida y la tristeza sobre la alegría.

Más de medio siglo la muerte violenta andando, haciendo caminos al andar, estableciendo el terror y el miedo para silenciar las voces que no quieren seguir siendo víctimas de los desvaríos de oligarquías que disfrutan la riqueza ajena y gozan el privilegio sobre el dolor y la pobreza de un gran pueblo destinado no se sabe a cuánto tiempo de inmisericordias.

Quiera la historia colombiana que sobre esos miles de miles de muertos, la mayoría de manera brutal e injustificable, se levante y triunfe un chance por la paz y puedan todos los cadáveres juntos, desde la más profunda oscuridad del silencio, decir: “No han sido en vanos nuestros sacrificios” y los vivos puedan vivir con verdadera justicia social.

¿Por qué en honor a Simón Trinidad?

Simón Trinidad es el seudónimo del camarada y comandante de las FARC, Ricardo Palmeras. Es un hombre que nació de una familia bien acomodada económicamente, lo cual no impidió que abrazara la teoría marxista, la ideología del proletariado y de la revolución socialista. Es un político culto, instruido en las palabras que saben conjugar los verbos del futuro. Pudo, de haberlo querido, ser un político del Estado colombiano (con mucha riqueza y privilegios y hasta impunidad) por el liberalismo o el conservadurismo. Nada lo ató a esos vínculos de clase pudiente, porque su amor y su espíritu de solidaridad por la causa de la redención social son demasiados gigantescos para haber jugado el papel de indiferente ante tantas calamidades e injusticias que padece el pueblo colombiano. Supo mirar las distancias que separan a los ricos de los pobres, y por éstos se decidió en su vida. No sé si llegó a creer en Jesucristo, pero, independiente de religión, supo seguir ese ejemplo que la historia sabrá agradecérselo eternamente y lo llenará de gloria por el resto de la existencia humana.

Simón Trinidad fue capturado en Ecuador y entregado al gobierno colombiano, y éste lo deportó a Estados Unidos para que fuese juzgado y condenado por tribunales que violan los más elementales derechos humanos y, lo que es peor, construyen sus expedientes en base a las mentiras, injurias, difamaciones y deformaciones de la verdad verdadera.

Simón Trinidad, casi seguro, morirá en una cárcel de Estados Unidos. Sin embargo, la responsabilidad mayor en su muerte o, mejor dicho, su asesinato, será del gobierno colombiano que lo deportó. Claro, eso no exonerará ni de culpa ni de responsabilidad al oprobioso gobierno estadounidense.

¡Viva y gloria permanente para el camarada y comandante Simón Trinidad!



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Freddy Yépez


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