Rabia mal dirigida

Aquel radical incorregible de siglo XVIII, Adam Smith, refiriéndose a Inglaterra, diría que los principales arquitectos del poder eran los dueños de la sociedad (por esos días los mercaderes e industriales), y estos se aseguraban de que las políticas del gobierno se atuvieran religiosamente a sus intereses, por penoso" que fuera el impacto sobre la población inglesa o peor, sobre las víctimas de la "salvaje injusticia de los europeos" en otros países.


Nunca antes había sido testigo del grado de irritación, suspicacia y desencanto como al que nos enfrentamos en los EE. UU por las elecciones de mitad de mandato. Desde que los demócratas llegaran al poder, han tenido que vérselas con nuestro monumental mosqueo por la situación socioeconómica y política en la que estamos.

En una encuesta de la empresa Rasmussen Records del pasado mes, más de la mitad de la ciudadanía americana asegura ver con buenos ojos el movimiento Tea Party: este es el espíritu del desencanto.

Los motivos de queja son legítimos. En los últimos 30 años, los salarios reales de la mayoría de la población se estancaron o disminuyeron, mientras que la inseguridad laboral y la carga de trabajo seguirían en aumento, lo mismo que la deuda.Se ha acumulado riqueza, pero sólo en unos cuantos bolsillos, provocando desigualdades sin precedente alguno.

Estas son las consecuencias derivadas de la financiarización de la economía que viene produciéndose desde los años 70, y el correspondiente abandono de la producción doméstica. Avivando el proceso, la manía desregulatoria favorecida por Wall Street y apoyada por economistas fascinados por los mitos de la eficiencia del mercado.

El público advierte que los banqueros, responsables en buena parte de la crisis financiera, y a los que hubo que salvar de la bancarrota, se encuentran disfrutando de beneficios récord y suculentas bonificaciones, y mientras, las cifras de desempleo continúan en el 10 por ciento.La industria se halla a niveles de la Gran Depresión:uno de cada seis trabajadores en paro, y con la pinta de que los buenos trabajos no van a volver.

La gente, y con razón, quiere respuestas, y no se las da nadie, exceptuando unas pocas voces que cuentan historias con cierta coherencia interna: eso es, en caso de que uno deje la incredulidad en suspenso y se adentre en su mundo de disparate y engaño. 

Pero ridiculizar las travesuras del Tea Party no es lo más acertado. Sería mucho más apropiado intentar comprender qué es lo que subyace tras el encanto del popular movimiento, y preguntarnos a nosotros mismos por qué una serie de personas justamente cabreadas están siendo movilizadas por la extrema derecha y no por el tipo de activismo constructivo que surgiera en tiempos de la Depresión, tipo CIO (el Congreso de las Organizaciones Industriales).

En estos momentos, lo que oyen los simpatizantes del Tea Party es que toda institución (gobierno, corporaciones y cuerpos profesionales) está podrida, y que nada funciona.

Entre el desempleo y los embargos, los Demócratas no tienen tiempo para denunciar las políticas que condujeron al desastre. Puede que el Presidente Ronald Reagan y sus sucesores Republicanos hayan sido los grandes culpables, pero estas políticas ya despuntaron con el Presidente Jimmy Carter, y se intensificaron con el Presidente Bill Clinton. Durante las elecciones presidenciales, el electorado principal de Barack Obama serían las instituciones financieras, que afianzaron su primacía sobre la economía en las últimas décadas.

Aquel radical incorregible de siglo XVIII, Adam Smith, refiriéndose a Inglaterra, diría que los principales arquitectos del poder eran los dueños de la sociedad (por esos días los mercaderes e industriales), y estos se aseguraban de que las políticas del gobierno se atuvieran religiosamente a sus intereses, por penoso" que fuera el impacto sobre la población inglesa o peor, sobre las víctimas de la "salvaje injusticia de los europeos" en otros países.

Una versión más moderna y sofisticada de la máxima de Smith es la teoría de inversión en partidos políticos del economista político Thomas Ferguson, que considera las elecciones como eventos en los que grupos de inversores se unen para poder controlar el estado, seleccionando para ello los arquitectos de aquellas políticas que sirvan a sus intereses.

La teoría de Ferguson resulta útil para predecir las estrategias políticas para largos periodos de tiempo. Esto no es ninguna sorpresa. Las concentraciones de poder económico buscarán de manera natural extender su influencia sobre cualquier proceso político. Lo que ocurre es que, en los EE. UU, esta dinámica es extrema 

Y aún así, puede argumentarse que los derroches empresariales tienen una defensa válida frente a las acusaciones de avaricia y desprecio por el bien común. Su tarea es maximizar las ganancias y la tajada de mercado; de hecho, ese es su deber legal. De no cumplir con esa obligación, serían reemplazados por alguien que lo hiciera. También ignoran el riesgo sistemático: la posibilidad de que sus transacciones perjudiquen la economía en su conjunto. Ese tipo de externalidades no es de su incumbencia, y no porque sean mala gente, sino por razones de tipo institucional.

Cuando la burbuja estalla, los que tomaron los riesgos corren al refugio del Estado niñera. La operaciones rescate, una especie de póliza de seguro gubernamental, es uno de los perversos incentivos que magnifican las ineficiencias del mercado. 

Cada vez está más extendida la idea de que nuestro sistema financiero recorre un ciclo catastrófico", escribieron los economistas Peter Boone y Simon Johnson en el Financial Times de enero. Cada vez que sucumbe, confiamos en que sea rescatado por las políticas fiscales y el dinero fácil. Este tipo de reacción muestra al sector financiero que: puede hacer grandes apuestas, por las que será generosamente recompensado, sin tener que preocuparse de los costes que ocasione, porque será el contribuyente el que los acabe pagando a través de rescates y otros mecanismos, y como consecuencia, el sistema financiero resucita otra vez, para apostar de nuevo y volver a caer .

El día del juicio final es una metáfora que también se aplica fuera del mundo financiero. El Instituto del Petróleo Americano, respaldado por la Cámara de Comercio y otros grupos de presión, ha intensificado sus esfuerzos para persuadir al público de que abandone su preocupación por el calentamiento global provocado por el hombre, y según muestran las encuestas, con bastante éxito. Entre los candidatos republicanos al Congreso en las elecciones de 2010, prácticamente todo el mundo rechaza la idea del calentamiento global.

Los ejecutivos responsables de la propaganda saben de sobra que el calentamiento global es verídico, y nuestro futuro, incierto. Pero la suerte de las especies es una externalización que los ejecutivos tienen que ignorar, por cuanto lo que se impone es el sistema de mercado. Y esta vez el público no podrá salir al rescate cuando finalmente se desate el peor de los escenarios posibles.

Tomando prestadas las palabras de Fritz Stern, el distinguido estudioso de la historia alemana: tengo edad suficiente como para acordarme de aquellos días escalofriantes y amenazadores en los que los alemanes descendieron de la decencia al barbarismo Nazi . En un artículo de 2005, Stern indica que tiene el futuro de los Estados Unidos en mente cuando repasa un proceso histórico en el que el resentimiento en contra de un mundo secular desencantado encontrara la liberación en el éxtasis del escape de la razón".

El mundo es demasiado complejo para que la historia se repita, pero de todos modos, hay lecciones de las que acordarse cuando registremos las consecuencias de otro ciclo electoral. No es pequeña la tarea a la que habrá de enfrentarse el que desee presentar una alternativa a la indignación y la furia descarriada, que ayude a organizar a los no pocos descontentos y sepa liderar el camino hacia un futuro más prospero.

(*) Es el intelectual vivo más citado y figura emblemática de la resistencia antiimperialista mundial. Es profesor emérito de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachussets en Cambridge. Su libro más reciente es Hopes and Prospects. Estados Unidos. En Bitácora, Uruguay


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Noam Chomsky (*)


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