Paso a paso, con pies gastados de tanto caminar, pero con la
decisión de seguir haciéndolo hasta conseguir traer a sus hijos e hijas a
casa.
Paso a paso para vencer la dispersión, esa cruel doble
tortura, ideada por el primer gobierno socialista (el del terrorista de
Estado, Felipe González) para intentar quebrar al colectivo de presas y
presos políticos vascos.
Paso a paso, decenas de miles de personas fueron dejando este pasado
sábado su impronta solidaria por las calles de Bilbao, en una de las
manifestaciones más imponentes y emotivas que se recuerda en un
territorio que con paciencia, dignidad y mucha lucha sigue buscando ser
Nación.
No me lo contaron, lo vi con mis propios ojos: mujeres y hombres con el
pelo teñido de canas y el rostro cruzado por arrugas que evocan
historias de resistencia frente a la opresión. Son, junto a otros
padres, hermanos, compañeras o amigos, una parte de esa insustituible
columna de familiares que semanalmente recorren miles de kilómetros para
mirar -a través de un doble vidrio blindado- el color de los ojos de
ese ser querido que les espera con más animo que el que ellos traen, y
que a la vez ilumina el pequeño espacio carcelario con una sonrisa de
gratitud, por no faltar nunca a la cita.
También estaban allí miles de jóvenes y adolescentes, estudiantes y
obreros, forjados en sucesivas batallas contra la represión, las
ilegalizaciones, la criminalización permanente y una larga lista de
etcéteras cuya finalidad más evidente persigue la idea de quitar toda
esa energía del escenario político de Euskal Herria.
64 mil voluntades en un país de poco más de 3 millones de habitantes,
marchando y marchando, queriéndole demostrar al mundo que por sus venas
corre sangre generosa y peleona, que no se arredra frente a las
dificultades ni la malignidad de quienes usurpan su tierra y persiguen
el propósito de aniquilarlos, como han intentado hacer en Palestina y en
Kurdistán, como ya antes hicieron en Irlanda y ahora repiten con el
pueblo mapuche o con otros tantos que se reivindican originarios.
Caminaron además por las calles de Bilbao (esas que aún recuerdan los
combates que se dieron en sus rincones contra los fascistas de Franco),
gentes venidas desde todos los confines de la península y del exterior,
algunos de ellos vascos, y otros simplemente internacionalistas que
sienten la necesidad de demostrarles afecto a quienes están en la
primera línea del frente de lucha anticolonial, y que hacen de la
reivindicación de la independencia y el socialismo una consigna
innegociable.
Había que oírles gritando sus consignas exigiendo "amnistía", "la vuelta
a casa" de las y los luchadores detenidos y el derecho de
autodeterminación que les niegan esos invasores -España y Francia- que
desde hace cientos de años tratan de aplastar sus reclamos. Había que
imaginarlos, recordar y repetir en voz baja, todos aquellos cantos
guerreros que se corearon siempre, y que hoy, desde Madrid y París,
intentan impedir que salgan de sus bocas. No se dan cuenta los censores
que los están inscriptas en la memoria, porque son señales
indestructibles de la identidad de este pueblo.
Había que escuchar los susurros admirativos, al descubrir cuántos
éramos, al ver que también gastaba la suela de sus zapatos aquel que
durante un tiempo dejó de hacerse presente pero "esta vez no podía
fallarles", o al encontrarse con otros y otras, que durante años
permanecieron recluidos en las mazmorras de los invasores, y abrazarles
con la alegría de contarlos nuevamente entre los que hacían lentamente
el recorrido de la marcha. Todos ellos y ellas desafiaron con su
presencia la brutal campaña deformadora y mentirosa de los medios de
comunicación españoles que intentaron crear en todo momento el clima de
que quienes salieran "a pisar las calles nuevamente" -como dice la
inolvidable canción de Pablo Milanés- estaban condenados de antemano.
Había que hacer esfuerzos para evitar que las lágrimas no salieran en
borbollón cuando esa inmensa multitud entonó espontáneamente el "Hator,
hator etxera", una canción que habla del regreso a casa de los que están
ausentes, y que suele entonarse en Navidad, pero que en esta ocasión
apuntaba claramente a recordar a los presos y presas.
Sólo un corazón insensible podía dejar de conmoverse al arribar
al final de la marcha y ver el edificio del Ayuntamiento de Bilbao
totalmente iluminado y todas las calles de alrededor ocupadas por miles
de personas que agitaban banderolas por los presos y presas. Allí,
además de la lectura de un manifiesto en el que se describió la
aberrante situación que viven los presos y presas y se convocó a la
ciudadanía a redoblar los esfuerzos para "traerlos a casa", también pudo
sentirse el emocionado homenaje de los "bertzolaris", cantantes
populares de este pueblo, que entonaron "a capella" las mejores estrofas
que podía inspirarles el emotivo momento que estaban viviendo. En ese
preciso momento, el canto sirvió para que el pensamiento de todos los
presentes volara hasta los confines de los calabozos donde más de 750
prisioneros y prisioneras aguantan a pie firme las embestidas de
aquellos que quisieran verlos vencidos y arrepentidos. Cada uno de esos
cuerpos torturados, apaleados, gaseados, y dispersos por los puntos más
distantes del territorio español y francés son importantes y necesarios,
pero en la manifestación uno de ellos, el preso político más antiguo de
Europa, Joxe Mari Sagardui (Gatza), con más de 30 años tras las rejas,
tuvo su homenaje especial, al ser trasladada su foto (la única que se
vio en la manifestación) por sus familiares y vecinos.
Paso a paso, este pueblo volvió a escribir una de las páginas más brillantes de su historia de resistencia. Lo ha hecho en un momento en que está decidido a pasar a la ofensiva, a ganarle de una vez y para siempre la partida a quienes desearían borrarles del mapa. Por supuesto que falta mucho camino para recorrer, y que en ese devenir los enemigos de la razón y la inteligencia buscarán hacer aún mucho mal y causar más dolor a los que tienen las espaldas curtidas de eso mismo, pero después de ver, oír y sentir lo que este pasado sábado ocurrió en Euskal Herria, no caben dudas que estos hombres y mujeres amalgamados de coraje, amor y solidaridad, merecen la victoria. Y están dispuestos a no dejar pasar la oportunidad para alcanzarla.