Años más
tarde, en su relato Tres héroes, publicado en el primer número
de la revista Edad de Oro: expuso las razones de tal apremió:
“Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin
sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía,
sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que
el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba
frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando
se le acerca un hijo.”
Se aloja Martí
en una casa de huéspedes, frente a la plaza que hoy lleva su nombre
en Caracas --la Jerusalén de los americanos, según la llamó--, y
pocos días más tardes, con motivo de cumpleaños 28, el periódico
La opinión nacional le da la bienvenida en una nota laudatoria.
Ya era pues José Martí una figura reconocida a nivel continental.
Sus dotes de
excelso periodista y orador habían trascendido la mar: eran conocidas
sus colaboraciones en importantes periódicos y revistas del continente,
a la par de que ya en su labor revolucionaria ocupaba importantes cargos
en el Comité revolucionario Cubano, organización fundada en Nueva
York con el propósito de luchar por la independencia de Cuba.
El torbellino
martiano se deja sentir en Venezuela, y ya en febrero imparte clases
de literatura y gramática francesa en el colegio de Santa María. En
marzo, funda una cátedra de oratoria en el colegio de Villegas, y el
21 de ese propio mes pronuncia un memorable discurso en el prestigioso
Club del Comercio: pero no en los salones privados, según estaba previsto,
sino desde un balcón a la multitud reunida en la plaza.
Los apenas
seis meses que vive en Caracas le alcanzan para colaborar asiduamente
en el periódico La Opinión Nacional, y también para fundar
la Revista Venezolana, cuyas 32 páginas de su único número
escribe en solitario, y de la cual muchos investigadores consideran
que marca el inicio del movimiento literario modernista.
En el primer
texto de la publicación, Martí escribe: “La revista no hace
profesión de fe sino de amor. No se anuncia tampoco bulliciosamente:
Hacer es la mejor manera de decir”. Sin embargo, en opinión del recientemente
fallecido poeta y ensayista Cintio Vitier, “el concepto martiano incluye
otro aspecto de mayor trascendencia: si hacer es la mejor manera de
decir; la mejor palabra, en consecuencia, está llena de hechos y de
actos. Y ello transfiere el asunto al estilo”. Después agrega: “quizás
allí resida una de las claves de la epifanía venezolana del lenguaje
martiano, signada por Ismaelillo, La Revista Venezolana
y las crónicas relativas al centenario de Calderón de la Barca”.
Apresuradamente,
en agosto de 1881, tiene salir Martí de Venezuela. La reticencia a
dar loas en sus textos al presidente de la republica Antonio Guzmán
Blanco, a pesar de pedidos explícitos en ese sentido; así como los
elogios hechos en memoria de Cecilio Acosta, enemigo jurado del general
presidente, provocan la ira de ese personaje que la historia reconoce
como arquetipo de “autócrata ilustrado”.
El incidente, sin embargo, una vez más le permitió legar a la posteridad la muestra de sus principios éticos, y de su pensamiento profundamente latinoamericanista. En carta de despedida a Fausto Teodoro de Aldrey, director de La Opinión Nacional de Caracas, escribió: (...) “los ideales enérgicos y las consagraciones fervientes no se merman en un ánimo sincero por las contrariedades de la vida. De América soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, ésta es la cuna; ni hay para labios dulces, copa amarga; ni el áspid muerde en pechos varoniles; ni de su cuna reniegan hijos fieles. Deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo”.
demetriosalva@gmail.com