Sin duda alguna, el pueblo egipcio se anotó una victoria política importante al lograr el derrocamiento del atroz y despótico Presidente, el señor Mubarak. De nada le valieron las múltiples maniobras o jugadas políticas para mantenerse en el poder del Estado. Todos los tiros le salieron por la culata. La Casa Blanca, con raciocinio pragmático, jugó varias cartas y acertó en la que tenía debajo de la manga al fracasar que Mubarak se mantuviera en el gobierno hasta después de la elección presidencial en septiembre del presente año. Lo que no se puede negar es que el señor Mubarak, en sus treinta años de gobierno, construyó un poder personal tan autocrático y bonapartista que casi hizo que lo convirtieran en un profeta de un Dios distinto al Dios Alá, aunque a éste lo invocó siempre para cometer todas sus atrocidades contra el pueblo egipcio. Lo que sucedió es que no pudo engañar todo el tiempo a todo el pueblo egipcio que mayoritariamente cree en un Dios Alá distinto al del señor Mubarak. Eso demuestra, entre otras cosas, que los gobernantes que profesan alguna religión podrán burlarse de su Dios durante toda su vida o su mandato, pero no podrán hacerlo todo el tiempo, sin respuesta o protestas contundentes, con los pueblos que gobiernan. Aun así, fue tanto el poder concentrado en sus manos que renunció y dejó gobernando en el país al Consejo Supremo de los militares.
Igualmente, podemos decir que el derrocamiento del señor Mubarak fue una victoria para los pueblos árabes que siguen siendo víctimas de gobiernos bonapartistas y serviles a los máximos intereses económicos y políticos del imperialismo capitalista. De la misma manera, ha sido un triunfo para ese mundo que, por lo menos, desea una democracia aunque sea ésta expresión de un capitalismo menos salvaje que el practicado por el gobierno de Mubarak. El mundo árabe –en particular- como, el musulmán o islámico –en general- está en tensión, porque ya se han producido manifestaciones no sólo para expresar solidaridad con el pueblo egipcio sino, también, para protestar contra gobiernos árabes y gobiernos islámicos o musulmanes que dan evidencias irrefutables de marchar en vía contraria a los sueños de un régimen de verdadera justicia social. Incluso, no escapan aquellos países donde, hasta ahora, se ha creído existe consolidación de gobiernos revolucionarios, como son los casos de Argelia y Libia; y en ésta última ha sido elevado el número de muertos, lo que le complicará a Kadhafi la continuidad de su mandato de gobierno. Igualmente, se espera que se produzcan importantes protestas en Arabia Saudita y Siria, amén de las que ya caracterizan a naciones como Yemen, donde la situación cada día se complica por lo represivo del gobierno, Los ojos del mundo han visto, de la misma manera, las grandes manifestaciones a favor y en contra de gobiernos como las de Irán y Libia, alentadas `las segundas -especialmente- por factores foráneos, aunque no es fácil determinar, cuál será el destino cierto en cada caso en particular. El imperialismo capitalista, sin duda, está realmente preocupado aunque nada hace pensar que esté preparando maletas para huir o dejar de cumplir con sus políticas de intervencionismo en los asuntos internos de otras naciones. Pensamos, más bien, que ahora es cuando más intención y necesidad posee de intervencionismo en otros países para garantizar su existencia. De lo contrario, nada justificaría el predominio de la globalización capitalista salvaje. El Medio Oriente ha explotado, es un polvorín sin que nada indique evidencias de revoluciones de carácter socialista. Algunos monarcas (casos Jordania y Bahrein) se han apresurado a lamentar las muertes, dar condolencias e indicar a sus gabinetes que dialoguen con la oposición, cosa que antes no se hacía por ninguna circunstancia. Saben que ya una gran parte de la población del Medio Oriente no quiere que la sigan gobernando como antes ni los gobiernos pueden seguir gobernando como antes. Importante elemento de situación que de existir verdaderas vanguardias políticas clasista en esas naciones, otro gallo cantaría.
No somos ni pretendemos ser unos expertos de la ciencia política ni tampoco de la sociología y, mucho menos, de la psicología social. Simplemente, sólo queremos manifestar nuestra humilde opinión sobre lo acontecido, particularmente, en Egipto y, en lo general, en el Medio Oriente porque en opiniones anteriores y publicadas, no fallamos en avizorar lo que actualmente es una realidad. Todo lo que manifestamos es con la intención de contribuir a procesos reflexivos. Creemos en los poderes creadores de los pueblos pero también en las vanguardias políticas revolucionarias en lucha por el socialismo.
El pueblo egipcio celebra su victoria gritando consignas como “¡Egipto es libre!”. La emoción embarga los sentimientos con una pasión desbordante. Eso es muy natural en los acontecimientos políticos que no se caracterizan por la supremacía de una vanguardia clasista y revolucionaria al frente de las masas, mezclada entre las masas, participando y orientando a las masas, dirigiéndolas con acierto hacia un objetivo realmente liberador. En Egipto, con todo el respeto y la admiración que merece su pueblo y merecen las organizaciones políticas que participaron en las grandes manifestaciones de protestas que derrocaron al señor Mubarak, no existe esa vanguardia política revolucionaria capaz de asumir el papel de dirección de las masas que conduzcan a éstas a una verdadera toma del poder político e implantar un régimen político que las lleve a la construcción de una nueva sociedad. En el festejo inmediato, muchas veces ha sucedido, se deja escapar la esencia de una lucha política y vuelven las aguas a la calma dejando intacto el régimen que se quería derrocar. Esto es lo que más le conviene al imperialismo, a los gobiernos árabes reaccionarios, a los príncipes, a los jeques, a los oligarcas, en fin, a los enemigos de la construcción de un nuevo mundo.
Casi el mundo entero, y los grandes y poderosos medios de comunicación capitalistas se han ocupado sistemáticamente de promocionarlo o divulgarlo, cree que en Egipto se produjo una revolución. Algunos analistas del capitalismo, como buscando engañar todo el tiempo a casi toda la humanidad, han dicho que la caída de Mubarak, por la presión del pueblo egipcio –en lo particular- y la presión internacional –en lo general-, es la revolución más importante que se haya producido en el Medio Oriente. Casi dicen que del mundo entero. En verdad, para cualquier análisis serio y objetivo de los acontecimientos en Egipto, nada indica ni siquiera que haya sido un hecho histórico cercano a una revolución, porque ésta, en este tiempo, no puede ser otra que una toma del poder político por los revolucionarios que sueñan, piensan y activan por derrocar el capitalismo para construir el socialismo. Cualquier otra alternativa no es más que procesos políticos que se enmarcan dentro del capitalismo para cambiar algunos elementos del régimen pero dejando intacto, como dominante, ese modo de producción.
En el caso de Egipto, cosa que niega que haya sido una revolución ni siquiera política, es que el poder del Estado y, por supuesto, del gobierno, quedan en manos de unas Fuerzas Armadas que durante treinta años mantuvo en el poder al señor Mubarak; que durante tres décadas reprimió y cometió crímenes de lesa humanidad contra el pueblo egipcio; que durante seis lustros ha sido cómplice del sionismo para violarle los fundamentales derechos humanos y de autodeterminación a otros pueblos árabes y al mismo pueblo egipcio. ¿Puede ser ese un Ejército capaz de llevar a cabo una revolución contra el capitalismo? Si no se atrevió a reprimir a las manifestaciones contra Mubarak fue, sencillamente, porque de haberlo hecho creaba condiciones objetivas y subjetivas para que de verdad verdad las masas -aun espontáneamente- se condujeran hacia una revolución, por lo menos, política en este momento de la historia egipcia. De haber reprimido al pueblo, más de una organización política, sin importar su tamaño cuantitativo, hubieran recurrido a otras formas de lucha política no sólo contra Mubarak sino, especialmente, contra todo el régimen incluyendo al Ejército, la policía y el aparato esencial de la burocracia egipcia. Eso sí sería una revolución verdadera, por lo menos, en el sentido profundo del concepto político. En consecuencia, respetando las opiniones de los demás y –especialmente- la que tenga la mayoría del pueblo egipcio, es difícil creer que “¡Egipto es libre!” si continúa bajo los rigores del capitalismo. Si en Egipto se hubiese producido un solo indicio realmente serio de revolución, el Ejército hubiera respondido con represión para garantizar el orden constitucional capitalista y Mubarak estaría todavía en el silla presidencial, salvo que fracturado el Ejército, una buena parte de él se hubiese cuadrado con las masas en rebeldía revolucionaria. En otros términos: hubiera habido una insurrección popular, pero ésta –una vez estallada- nunca se puede dar el lujo de mantenerse durante dieciocho días consecutivos sin correr el riesgo de una derrota y un fracaso aplastante, es decir: o triunfa o la derrotan en cosas de dos o tres días. Y con toda la admiración, con todo el respeto por los jóvenes egipcios del Movimiento 6 de Abril, reconociendo su destacado papel protagónico en la producción de las grandes manifestaciones de protesta contra el gobierno de Mubarak y la autoridad moral que nosotros no tenemos para juzgar los acontecimientos de Egipto, creemos lo contrario a lo que creen sus integrantes y en vez de terminarse “… la era de la esclavitud y el autoritarismo”, comienza una fase de alternabilidad política donde seguirán disfrutando del poder político los sustentadores de la esclavitud capitalista haciéndole algunas concesiones de democracia política burguesa al pueblo egipcio y a las organizaciones políticas que no se salgan de los cánones estrictos del sistema jurídico burgués. Quieran los pueblos árabes y Alá, no fuese de esa manera y se enfilen definitivamente por el camino revolucionario que conduce al socialismo.
Luego de felicitar el pueblo egipcio por la hazaña de haber derrocado al cabecilla de un gobierno despótico, como el de Mubarak, queremos opinar y denunciar sobre lo que detrás de bastidores nos está vendiendo, como mentira muy engañosa, el imperialismo estadounidense a través de sus más poderosos e influyentes medios de la comunicación social. Pareciera que el imperialismo continúa creyendo que el resto del mundo es un “paraíso de tontos o de bobos”. Amén de catalogar lo sucedido en Egipto como la revolución más importante y grandiosa que se haya producido en toda la historia del Medio Oriente, nos pretenden hacer creer que ella fue posible gracias a la maravillosa intervención de las redes sociales egipcias y del faceboot. Para nada destacan el sufrimiento de una mayoría social que durante treinta años estuvo sometida a los rigores de un gobierno que siempre le dio la espalda a las verdaderas y más apremiantes necesidades del pueblo egipcio; para nada reseñan las causas que generan los grandes y graves males económico-sociales que llevan a los pueblos a revelarse contra sus gobernantes; en lo absoluto hablan de las responsabilidades del imperialismo capitalista en las crisis económicas o políticas que se producen en otras naciones; en nada cuestionan los principios salvajes del capitalismo que conduce a la gran mayoría de la sociedad a vivir en miseria extrema y en sufrimiento intenso mientras que cada vez más es una reducida minoría quien disfruta de la riqueza y los privilegios sociales. Nada de eso. Ahora, cuando domina y quiere hacer de las suyas la globalización capitalista salvaje, basta con redes sociales y faceboot para que se produzcan revoluciones. Se jodieron para siempre el proletariado y las organizaciones políticas de vanguardia clasista. El ocio, por ejemplo y esto nada tiene que ver con la juventud egipcia que invocó las manifestaciones, de algunos jóvenes o personas mayores que incursionen en internet, cansados de tanta monotonía de la vida diaria, puede, por sorpresa para un Estado, hacerle estallar una rebelión y derrocar al gobierno. El imperialismo inventa cada mojón, que éste no sirve ni siquiera para delimitar pequeñas fronteras entre naciones. No estamos negando –para las luchas políticas en este tiempo- el papel de internet, el de las redes sociales como tampoco del faceboot. Pero creerlos decisivos es una tontería que nos quiere vender como verdad el imperialismo. Y si se trata de una revolución, sin una vanguardia política revolucionaria capaz de arrastrar tras de sí a las masas y hacerlas luchar correctamente hasta sus últimas consecuencias el fracaso estaría garantizado de antemano. Ninguna revolución, por el método de lucha que sea y para triunfar, congenia con una dirección donde se disputen la supremacía de su orientación múltiples organizaciones políticas. Las mismas masas rebeladas y con ansias de victoria someten a crítica todas las corrientes del pensamiento político o doctrinario y asumen el ideal de aquella organización política que considere más consecuente y acertada del momento para conducirlas a la conquista de su esperanza. En el caso de Egipto si las gigantescas manifestaciones no hubiesen tenido choques con los partidarios de Mubarak y si no se hubieran dirigido a centros del poder político, todavía estuviese en el palacio presidencial el derrocado. ¿Acaso los más de trescientos muertos y centenares de heridos no indican que hubo rasgos de violencia social? Y aprovechamos, aunque jamás se enteren, de expresar públicamente nuestra solidaridad y nuestro pesar al pueblo egipcio –en general- y a los familiares –en particular- que perdieron seres queridos en las protestas por la caída del dictador Mubarak. Esos muertos, aunque lamentable desde todo punto de vista humano, fueron un factor casi decisivo para que el pueblo egipcio lograse el cometido de la renuncia de Mubarak aunque no la caída completa del régimen político dominante en Egipto que ahora se encuentra en manos de los militares y, detrás de ellos, dirigiéndolos civiles al servicio del imperialismo capitalista. .
Por otro lado, destacado cada momento por los medios de comunicación al servicio del imperialismo, es que han tomado los acontecimientos de Egipto para hacernos creer que la esencia de las manifestaciones contra Mubarak es el rechazo de todos los pueblos del mundo contra aquellos mandatarios que se mantienen más de dos períodos presidenciales en el poder político. De allí que hayan señalado ejemplos como el caso de Fidel y de Chávez, aunque reconocen, a medias, que estos líderes tienen aún un elevado porcentaje de pueblos que les siguen y les apoyan. Las manifestaciones de una buena parte del pueblo libio a favor de Kadhafi indican que cuenta con un porcentaje considerable de la población. Para el Presidente Obama, vocero político actual del imperialismo capitalista más poderoso y explotador del planeta, el pueblo egipcio dio una demostración de democracia haciendo que su “revolución” no sólo cambie a Egipto sino al mundo entero. Debería explicar el Presidente Obama: ¿por qué y qué justifica que sea el Consejo Supremo Militar quien siga gobernando en Egipto luego de haber sostenido, aplicando métodos atroces de represión política, al déspota y autócrata Mubarak? Que nos explique el Presidente Obama: ¿por qué y qué justifica que durante tres décadas el gobierno de Estados Unidos fue el principal cómplice de que Mubarak se mantuviera tanto tiempo en el poder político gobernando de espalda a las necesidades de su pueblo?
Igualmente, queremos denunciar públicamente el oportunismo descarado y la hipocresía palurda de las máximas autoridades políticas de las naciones capitalistas imperialistas que durante tres décadas mantuvieron estrechas, amistosas y solidarias relaciones diplomáticas con el gobierno de Mubarak y ahora, con cinismo, todas se confabularon para alabar con hermosísimas palabras al pueblo egipcio y condenar, cuando ya para nada les servía, al derrocado autócrata egipcio. Toda la hipocresía y todo el oportunismo de esas autoridades lo único que busca es garantizar sus intereses económicos en Egipto y todo el Medio Oriente.
Los pueblos del mundo actual, aunque muchos continúan viviendo bajo regímenes de dominación brutal o de bonapartismo de excesivo autocratismo, ya no son los “bobos” o los “tontos” útiles que pueden ser engañados durante muchas décadas. Los pueblos árabes, aunque ninguno de ellos lleven actualmente el ansia de una revolución socialista en su pecho, está alertando al mundo con sus luchas políticas sobre las clarinadas de un nuevo despertar.