“Francia
será vencida. Estados Unidos será vencido. Gran Bretaña será vencida”,
aseveró el Coronel Gadafi el miércoles pasado, y pidió una “disculpa”
de las potencias de Occidente por sus “errores” al apoyar la revuelta
libia. Una declaración sorprendente del Jefe de un Estado desértico
con cinco millones de habitantes. De hecho, una declaración que denota
una separación psicótica de la realidad. Es parte del síndrome de
megalomanía que se observa con frecuencia en los coroneles (coronelismo)
y, casi siempre, en la soldadesca que llega a dominar el poder político.
Gadafi, Saddam Hussein, Noriega, la lista es muy larga.
2. Los megalómanos ante el Tigre de Papel
La megalomanía
de los militares autoconvertidos en presidentes resulta de dos factores:
a) del sistema de dominación autocrático, sin controles democráticos,
críticas públicas o incidencia real popular, que tienden a construir
y; b) de la compulsión eufórica de poder que les suele inculcar la
extraordinaria fuerza de un batallón militar en marcha o el paso de
los tanques y aviones de combate. Sobreestiman ese poder abrumador frente
a un potencial adversario y se les olvidan las reglas más básicas
de la guerra, desde Sun Tzu a von Clausewitz, Napoleón y Rommel.
En el caso
de Saddam Hussein, por ejemplo, antes de iniciarse las operaciones bélicas,
escribí un análisis para el diario mexicano La Jornada, donde
sostenía que pese al gran número de tanques iraquies, su Fuerza Armada
no iba a durar ni seis semanas. Era fácil ese pronóstico (correcto).
Bastaba conocer la Doctrina Militar de la OTAN de entonces (Air Land
Battle 2000), derivada del Blitzkrieg de Hitler; la topología
del campo de operaciones (desierto) y la inmensa superioridad aérea
de los agresores. Estaba claro que las Fuerzas Armadas de Irak nunca
tuvieron un ápice de posibilidad de defenderse, ni hablar de prevalecer.
Saddam Hussein no las llevó a una guerra, sino al matadero; entregando
la nación, al mismo tiempo, en bandeja de plata al imperialismo. Trágicamente,
la situación de Libia es aún peor que la de Irak en su momento, pese
a que era tan fácil de predecir como aquella. (Immanuel Wallerstein
metió groseramente la pata en su pronóstico.)
3. La dialéctica del Tigre
Cuando esos
bravucones invocan la famosa imagen del Tigre de Papel, zhi laohu,
de la cultura china ---popularizada mundialmente por Mao
Tse Tung y el Tío Ho--- usan la frase sin cerebro. Es decir, sin la
dialéctica de los grandes estrategas. Es esa dialéctica que revela
cuándo el Tigre es de Papel y cuando es tan real que mata.
Su arte de interpretación es una cuestión de vida o muerte en la guerra,
como Mao ha demostrado con un sinnúmero de ejemplos en sus obras sobre
la guerra civil contra Tchiang Kai Chek. Pero, se puede ilustrar el
problema también en forma anecdótica.
Cuando los
franceses reocuparon Vietnam después de la Segunda Guerra Mundial,
invitaron a Ho Chi Minh a un recorrido en sus acorazados. La intención
era obvia: intimidarlo con el poder militar para que no iniciara la
guerra de liberación contra los imperialistas. No lograron su objetivo.
Cuando Ho se encontró después con su General Giap, el comentario fue:
“Los franceses cometieron un gran error. Me enseñaron que sus grandes
buques de guerra no pueden subir nuestros ríos.”
Algo semejante
pasó con Chruchtchev. Cuando un político chino le reclamó
que la URSS era demasiado blanda ante el Tigre de Papel del imperialismo
gringo, Chruchtchev contestó: “Sucede que el Tigre de Papel tiene
dientes nucleares”.
4. El crimen de Gadafi
El mayor crimen de los Hussein, Gadafi, Noriega et al es, que permiten al imperialismo reconquistar posiciones geoestratégicas que había perdido. Por eso, sus pueblos tienen que ser vigilantes ante sus promesas del “nuevo mundo socialista” y sus provocaciones populistas al imperialismo. En esto, sí, los bravucones del mundo árabe y latinoamericano pueden aprender mucho de Fidel. Tanto, de hecho, que hasta el día de hoy el Tigre nuclear no ha podido matarlo.