Los ricos son culpables, entre otras cosas, de generar calamidades económicas y por tanto revoluciones sociales. Y no puede ser de otra manera: simplemente porque son brutales, egoístas, tramposos, traficantes; su patria es el dinero, les gusta la pobreza porque ella les ratifica sus privilegios, por lo que consideran detritus a los pobres. Pero además no les gusta pagar impuestos, porque para eso están justamente esos pobres que viven de la explotación “bienhechora” de ellos.
En estos días leía sobre unas opiniones virulentas, no de ningún revolucionario escamado de sensacionalismo, sino de Paul B. Farrel, reputado columnista de The Wall Street Journal, diario financiero por excelencia, que antes había trabajado para Morgan Stanley. Y afirmó el provocador Farrel:
-¡O los ricos comienzan a pagar impuestos en esta “mielda”, o se enfrentarán a una revolución!-
De forma tal precedida, advertía en su columna, que la brecha entre el 1% de los super ricos y el 99% restante de la población estadounidense, no había sido tan grande desde la gran depresión (de 1929) y que sólo mediante la artimaña o el ensueño que lanza esta clase privilegiada desde sus tribunas políticas y mediáticas, impide al pobre pueblo darse cuenta que están ad portas de otro colapso como el de hace casi una centuria.
Farrell señala que, tras el estallo de la crisis financiera en 2008 y la intrusión del Estado para amparar el sistema, Estados Unidos vive ahora del quimérico anhelo que le transmiten los súper ricos, de las estadísticas del gobierno maliciosamente exageradas sobre el recobramiento de la economía y de los recados sobre un nuevo mercado alcista de Wall Street. Qué sigan soñando, porque todo lo hacen sólo para seguir enriqueciéndose, porque incluso aborrecen las normas de la SEC (Securities and Exchange Commission). Y expone como ejemplo que, en los últimos diez años, 10 billones de dólares (el 20% de los fondos de pensiones de los pobres gringos) se ha ido por el albañal de Wall Street…
Farrel establece, incluso apoyado en otros testimonios, una vejigatoria equivalencia entre las revoluciones como las de Egipto y la que está por presentarse en Estados Unidos. Y que al parecer será inducida por los chamos condenados a un desempleo arraigado, quienes por tanto resultan los mayores mártires de la crisis, porque serán ellos, los más molidos, cuando el gobierno busque reequilibrar su presupuesto. Habrá de aumentarse los impuestos a los trabajadores y caerá el gasto en educación, en tanto que, los recortes fiscales para los ricos, seguirán siendo sagrados. Y se pregunta a guisa de guerrillero, lo que hará a lo mejor que lo acusen democráticamente de marxista-leninista, y terrorista:
–¿Para que el país estalle como Egipto, cuánto carajo faltará?–
Pero este arrimo de Farrel a la realidad gringa, no es aislado, ya que al parecer en gringolandia está creciendo la opinión que denuncia que la crisis se ha cerrado falsamente y que, la recuperación que vende el gobiernito de Obama, no es más que un fraude estadístico… Y que cuando toque pagar la cuenta del rescate, mediante más impuestos, se “formará el peo” (como dice Globovisión que dijo, a lo venezolanísimo, y con unos “palos” encima Paul Krugman, desesperado de que no le paren bola).
Y la explotadora Arianna Huffington –que públicamente se ha vanagloriado de no haber pagado a la mayoría de sus periodistas y editora que alcanzó la multimillonariedad luego de vender el portal de noticias AOL– es muy crítica de la situación al decir, incluso con una trágica ironía histórica, que se está madurando un Estados Unidos del Tercer Mundo debido a que Washington se atoró en el rescate de Wall Street olvidándose de Main Street, imagen que alude a la gente de a pie.
Porque afirma que la cosa está de mírame y no me toques: uno de cada cinco gringos está desempleado o subempleado. Uno de cada cinco gringos no tiene un saldo en sus tarjetas de crédito. Una de cada ocho hipotecas está en mora o en ejecución judicial. Uno de cada ocho gringos vive de los cupones de alimentos. El “sueño americano” se está convirtiendo en una desazón, lo que anuncia por tanto que una implosión del sistema está a la vuelta de la esquina.
Por otra parte el documental ganador del último Oscar, “Inside Job”, también ha puesto mosca muchas conciencias –y sobre todo las que creyeron que la llegada del premio nobel de la paz mudaría de aires las reglas del juego y su tiesura, y que, por su providencia se restablecerían los controles y la regulación sobre el sistema financiero y se pondría coto a la robadera de Wall Street (como prometiera en su campaña electoral)– pero que, como denuncia el documental, las timoratas mudas que iniciara están atascadas en las comisiones del Congreso o han sido sitiadas por el vigoroso lobby financiero que controla no sólo al glóbulo político sino también al académico, a los fines (siniestros) de hacer valer su falso mensaje… Si esto no es una mafia, ¿entonces qué es?
Porque el documental también evidencia que el premio nobel de la paz no sólo no ha perseguido a los avaros (eufemismo por malandro urbano y salteador de caminos), sino que ha colocado en su equipo económico a muchos de sus más sin pares capos, por lo que el capitalismo con rostro social que anunciara ese oscuro nobel de la paz (que incluso promocionaba en las primeras reuniones del G-20 tras el bombazo de la crisis) continúa hoy con el mismo perfil odioso e inmisericorde, lo que pareciera garantizar su salida del gobierno en la reelección; claro, sin descartar que la necedad del votante gringo le permitiera continuar.
Es preferible en la Casa Blanca –y esto lo digo yo– una “taguato ruvichá”, que una “palomita blanca, copetito azul” como este curioso premio nobel de la paz que logró metérselo a medio mundo, o a más.
Lo cierto es que Farrel llama a la gente a que despierte para que no digan luego que no se los advirtió y que por tanto tienen tiempo para preparar la revolución que se avecina.
Y ruego porque no lo vayan a mandar a Guantánamo para torturarlo, a fin de que confiese sus estrechos lazos con la Unión Soviética…
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