El Papa Juan Pablo II y su Beatificación

Se puede gritar a los cuatro vientos “soy ateo”, “No creo en Dios”, “Dios no existe”, “la religión es el opio de los pueblos”, “soy marxista o comunista” y cuantas consignas antirreligiosas se piensen o se divulguen, pero lo que es difícil sostener en la teoría es no reconocer que ha habido Papas que no sólo han denunciado las injusticias de las clases que explotan y oprimen a los pobres sino, mucho más allá, han orado y hecho llamados por la liberación de los pobres o de los oprimidos. Los revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX recuerdan, con mucha satisfacción, al Papa Juan XXIII por sus posturas –sin duda fundamentalmente orales o escritas- políticas a favor de la justicia, la libertad, la paz y la solidaridad entre los pueblos.

La religión se sustenta, así lo creo aunque mucho lo respeto, en dogmas, mitos, milagros, supersticiones, en poderes divinos e inmutables y siempre creyó, hasta la era del Papa Juan Pablo II, que sus ideas eran, desde todo punto de vista, irrefutables. El Papa Juan Pablo II ha sido beatificado por el Vaticano bajo el gobierno del Papa Benedicto XVI; es decir, en reconocimiento de sus virtudes previamente calificadas se autoriza que se le rinda culto debido a que disfruta eternamente de bienaventuranza. Si algo no merece un Papa bueno, amigo de la causa de los pobres, que haya denunciado el régimen de injusticias que impera en el mundo y que denominó “globalización capitalista salvaje”, se le rinda culto a su personalidad, porque eso conduce al fanatismo, a la obediencia inconsciente y hasta la indiferencia por descubrir verdades o armarse de conocimiento científico. En fin: es como construir un caudillo en laboratorio capaz de hacer los milagros que jamás se materializan en la práctica social pero que sí satisfacen la sicología de sus creyentes.

Cuando el arzobispo Karol Wojtyla fue elegido Papa en 1978, salió a la luz pública que había sido colaborador de los nazis y enfurecido luchador anticomunista. Eso creó una animadversión en los revolucionarios contra el nuevo Papa. Eso era hasta lógico. Ningún revolucionario de concepción marxista en ese momento, por ejemplo, ni si quiera se imaginaba lo que en adelante podía pensar, decir, escribir o hacer el Papa que decidió llamarse Juan Pablo II en homenaje al Papa Juan Pablo I, muerto de manera extraña al poquísimo tiempo de haber sido elegido como máximo jerarca de la Iglesia católica o cristiana. Incluso, quienes éramos demasiado ignorantes de muchísimas cosas y, especialmente, de religión y de doctrinas políticas o sociológicas para ese entonces, nos dejamos arrastrar por las opiniones contra el Papa y hasta nos hicimos eco de ellas sin preocuparnos por averiguarlas o medirlas en la exactitud de su dimensión. Y me atrevo a decir que hasta el sol de hoy (2011 y ya muerto el Papa Juan Pablo II) ni siquiera nos hemos preocupado por leer alguna de sus muchas encíclicas ni el nuevo catecismo que hizo posible en 1992 y, mucho menos, sus poemas recopilados en “Tríptico romano”, publicado en 2003. Su anticomunismo era demasiado evidente. Ahora, en verdad, siento enorme deseo de leer sus encíclicas y sus poemas.

Ningún Papá viajó tanto por el mundo como Juan Pablo II. Su ojos miraron, en muchos casos, la miseria de los pueblos visitados pero, en otros, también vio el sufrimiento de miles de millones de personas que no vivían ni siquiera en las mínimas condiciones socioeconómicas para sentirse seres humanos con derechos que deben ser respetados por quienes, en nombre de Dios y de la propiedad privada sobre los medios de producción, se han convertido en los amos del mundo con potestad para decidir que la inmensa mayoría padezca de la pobreza y el dolor y la menor minoría goce de la mayor riqueza y los privilegios sociales. Y en esa andar, de tanto andar, de tanto mirar, de tanto ver, el Papa Juan Pablo II fue haciendo un camino para ponerse al lado de la causa de los más pobres, de los más necesitados, de los descamisados, de los condenados en la Tierra a la perenne pesadilla de la pobreza. Visitó la Nicaragua cuando el gobierno sandinista y visitó, aun contra el deseo de terroristas batistianos y el gorilismo imperialista, a la tierra de Martí, del Titán de Bronce pero también de Fidel y de la revolución cubana. Que no haya solicitado u ordenado nunca a sus feligreses que le hicieran la guerra al capitalismo salvaje, es otra cosa, que debemos aceptar y que no le estaba permitido y sepamos entenderlo para respetárselo.

Pero, para las ciencias o los científicos como para los políticos o historiadores, el Papa Juan Pablo II tuvo un significado como ningún otro Papa del pasado. Desafiando la costumbre o el hábito de una Iglesia o religión que creyendo en que sus ideas son eternamente verdades irrefutables, un día le anunció al mundo que Dios no había hecho ni al hombre ni a la mujer, que eran fruto de la propia madre naturaleza y, además, solicitó que se perdonara a la Iglesia por los crímenes de lesa humanidad que cometió la Inquisición en nombre del Ser Supremo. Eso se puede decir que fue una revolución en el pensamiento, en el conocimiento que puso de manifiesto el poder de las ciencias para la humanidad. Ya Darwin como Galileo y tantos otros científicos combatidos irracionalmente por la Iglesia cristiana o católica pueden dormir en santa paz.

Ahora, cuando en un poquito he reducido mi nivel de ignorancia en cosas de ciencia y una ñinga en religión, rechazo la beatificación del Papa Juan Pablo II para solicitar a los feligreses que asuman, con igual validez para los marxistas, sus enseñanzas y entendamos que cuando él etiquetó a la globalización capitalista el término salvaje, nos estaba invocando, sin decirnos nada de socialismo, a luchar por un mundo nuevo posible. Ese es otra de sus grandes virtudes históricas.

Beatificado o no, igual el Papa Juan Pablo II como el Papa Juan XXII y otros pocos, se han ganado un lugar privilegiado en la historia humana por sus ideas de rechazo y condena a esos regímenes que cada día que pasa más globalizan la pobreza y el sufrimiento para los muchos y más desglobalizan la riqueza y el privilegio para los pocos. Beatificar a un Papa es como incrementar el dogma haciéndole creer a la gente, y muchos feligreses se prestan para ello, que un muerto hace “milagros” para los vivos. Un muerto sólo es milagroso cuando un pueblo, para vengarlo, arrasa con todos los obstáculos que lo separan de un nuevo modo de producción o hacen posible la derrota de un gobierno repudiado por la mayoría de la sociedad.

Viva el Papa Juan Pablo II, el sacerdote, el hombre, el amigo de los pobres, el denunciador de injusticias, el peregrino que siempre llamó a establecer el imperio de la justicia social, el condenador de guerras imperialistas, el respetador de las ciencias, el reconocedor de los crímenes de la Iglesia durante el feudalismo y no el Papa que es capaz de hacer milagros sobrenaturales, tal como no los quiere vender la Iglesia o el Vaticano.



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Freddy Yépez


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