El proceso de construcción del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) entró en una nueva etapa; iniciado desde el nivel municipal con la visita de López Obrador a cada una de las cabeceras municipales del país, en las que se fueron constituyendo los comités de base con gente de carne y hueso, con rostro y nombre; hombres y mujeres libres que atienden a la convocatoria del que, en la mayoría de los casos, es el único político que los ha visitado y les ha hablado con sencillez convincente. En una segunda etapa Andrés Manuel visitó todos los distritos electorales federales para agrupar en ese nivel a los comités municipales. Le siguieron visitas de evaluación, en reuniones estatales con los dirigentes de los comités, en todo el país. Ahora está teniendo reuniones masivas en las capitales de los estados y en las principales ciudades, en las que se constata la fuerza y la capacidad de convocatoria del movimiento, para concluir con una magna asamblea nacional el 5 de junio en el Zócalo de la Ciudad de México. Es este un esfuerzo único en la historia de México: una verdadera hazaña de trabajo político realizado con recursos mínimos, sin comitivas ni avanzadas, pero con el vigor que produce la vocación patriótica. Soslayado por la mayoría de los medios de comunicación, cuando no vilipendiado por los comentaristas a sueldo de los poderosos, la mirada de frente en las asambleas confiere al dirigente la confianza de los interlocutores; la presencia física remonta la machacona propaganda oficial y las heces de la guerra sucia. Convence.
En forma paralela al proceso de organización, el discurso se enriquece y se detalla; el Proyecto Alternativo de Nación incorpora un marco de referencia científico que traza el tipo de sociedad deseable y un conjunto coherente de acciones programáticas. Se convoca a la creación de una nueva república en la que predominen el humanismo y la justicia, en el que priven la honestidad, la verdad y la solidaridad; que rescaten y actualicen los valores culturales del México profundo; adquiere cabal sentido el lema de la convocatoria: SALVEMOS A MEXICO.
Así, con proyecto y con organización, se nutre el liderazgo democrático de Andrés Manuel López Obrador. No se trata de seguir a un hombre, por más carismático que pueda ser, sino a la persona que ha sabido interpretar el significado del momento histórico, con el diagnóstico de la realidad apegado a la sensibilidad popular y a la mejor expresión intelectual del país. AMLO es el único que postula y convoca a un cambio con contenido definido. El suyo no es un discurso de contentillo, de esos que simplemente buscan agradar a la concurrencia y que evitan definiciones que puedan resultar molestas para algún sector; esos discursos colmados de palabras elegantes pero carentes de significado real. Hay quienes, desde una supuesta izquierda moderna, disienten del discurso que identifica a la mafia que se ha adueñado de los destinos del país, prefirieran omitir el tema para no provocar la oposición de los poderosos, como si éstos fueran inocentes palomitas que se dejan engañar. Andrés Manuel hace explícita la forma en que la oligarquía se ha adueñado de los recursos y del destino del país, desde que Salinas de Gortari se los regaló, y de cómo esa concentración inmoral de riqueza ha empobrecido a la mayoría y cancelado sus expectativas de bienestar. Ahí radica el origen de la descomposición del país, incluido el fenómeno lamentable de la criminalidad: el auge de la población joven –el llamado bono demográfico- quedó ahogado en la imposibilidad de estudiar y de trabajar; de fuerza impulsora deviene en lastre y en carne de cañón de la criminalidad. La gente lo entiende porque lo vive en carne propia. AMLO se solidariza con el Movimiento por la Paz y la Justicia, en congruencia con el propio discurso, pero sin oportunismos perniciosos.
A cambio del discurso hueco que a nadie ofende, el de AMLO logra la credibilidad, aunque algunos se ofendan. Quienes lo escuchan perciben al político honesto y sincero; asumen la dignidad del dirigente que, sin necesidad de parafernalias de imagen mercadológica, denota limpieza y autenticidad. Los que se ofenden también lo perciben auténtico; no de otra manera puede explicarse el terror que infunde entre quienes se han visto privilegiados por el caos imperante. En una sociedad como la mexicana, tan acostumbrada al político mentiroso y ladrón, el lograr credibilidad es una riqueza invaluable. A López Obrador la gente le cree.
Hace falta que más gente escuche al líder. Esa es la importancia de las asambleas masivas y de la campaña a ras del suelo, de cara a las personas, sin reflectores ni afeites, sin levantacejas en papel de jilgueros, ni encuestas a modo difundidas por los medios al servicio de la oligarquía. Hace falta también pasar de la credibilidad respecto de la honestidad del dirigente a la credibilidad en la viabilidad del proyecto, dado el escepticismo y el pánico que se nos ha implantado a los mexicanos. El terrorismo de estado y la distracción telenovelera han sido funcionales al objetivo de destruir la voluntad patriótica. La tarea es vencer a las fuerzas de la destrucción y el desánimo. La tarea es salvar a México.