Perspectiva doble para analizar el caso «Joaquín Pérez Becerra»

Estado y comunidades

Desde hace un tiempo he advertido que existen al menos dos grandes perspectivas para el análisis de una misma situación. Una, la que se ofrece desde la i-racionalidad del Estado (o desde la auto-llamada Razón de Estado); otra, desde la racionalidad de las comunas, de las comunidades, de los sujetos emancipados. Esto ya lo dijo Miguel Mazzeo[1], y creo que vale como sustento para muchas revisiones de los aconteceres cotidianos que nos sacuden. El problema viene cuando empezamos a confundir una cosa con otra, o cuando empezamos desde la razón popular y comunitaria a exigir lo que la razón de Estado no dará, a riesgo de disolverse. Se dirá –sé que dirán- que no otra cosa deben exigir todos los movimientos populares, pero he ahí precisamente lo que al menos a mí me distancia de ciertas luchas indígenas, campesinas o urbanas, como me distancia de teorías y acercamientos intelectuales a estos mismos asuntos.

El hecho es que desde las razones de los pueblos, desde las comunidades, nada podemos exigir al Estado (presionar sí, y reclamar reivindicaciones, dentro por supuesto de los marcos que impone el capital, obcecado y tacaño); pues éste no se doblegará (no tiene por qué hacerlo), sencillamente somos invisibles para él; no existimos, salvo como entidades abstractas devenidas votos o programas de asistencia socio-económica. Somos estadísticas, somos problemas, problemas que busca(rá) resolver para justificarse y en definitiva seguir ejerciendo el Poder. Pretender entonces ser atendidos por ese Estado como a actores del poder popular comunitario, es más que una contradicción, una inocentada. El Estado existe y existirá a pesar/a despecho de las comunidades. No las ve en tanto que sujetos porque para el Estado [Él] es el Único Sujeto.

Esto, con ser cuasi elemental, pasa desapercibido cuando algunos eventos se suscitan y sobre todo, cuando desde la racionalidad comunal pretendemos que el Estado nos haga justicia, negándose dicho sea de paso y como ya lo dije arriba, así mismo. El Estado no se negará.

Sé dirá entonces, ¿qué coño hacemos defendiendo a este gobierno? Lo hacemos -lo hago- porque sé que las dos cosas existen, sólo que cada una en su lugar, y como la pelea es peleando y como detesto al Estado, mi opción es por las comunidades y porque alguna vez desde las comunidades el Estado será borrado, perderá sentido y razón de ser, pero sólo porque hemos conquistado la autonomía y ejercido plenamente una racionalidad productiva anticapitalista creadora de circuitos económicos en expansión comunales autogestionarios y autosuficientes.

Lo que actualmente vivimos en Venezuela es una suerte de compás histórico (no transición) en el que tenemos un interregno de paz (que no un armisticio) para desarrollar proyectos socioproductivos comunitarios que nos permitan ir construyendo las bases del poder comunal no estatal que haga posible en un tiempo perentorio, histórico, concreto, que el Estado exista para lo que tiene que existir (en términos de Estado-nación, muro animado que sirva de contrafuerte a los embates del capital, financiando y promoviendo la macro y micro economía que mantenga el intercambio y la comunicación con el capital trasnacional, con la industria petrolera y demás expresiones industriales y empresariales pro-capitalistas), y, desde las comunidades, organizar a la mayoría de la población (pues sabemos que la economía hegemónica no necesita a toda la población trabajando para ella) para el ejercicio del poder comunal.

Preocupémonos sí, si el pleno empleo se traduce en ocupación plena en el mercado laboral (alienador y productor masivo y sin fisuras de plusvalía ideológica), toda vez que el conocido, en tanto que mercado, es necesariamente capitalista, y sometido está no a las leyes de la oferta y la demanda sino a las de la valorización de capital.

Digo entonces que vivimos en un compás histórico de relativa paz pero sólo para que nos aboquemos al único trabajo que podrá garantizarnos otro mundo posible: el de las comunidades.

Cuando esto no lo tenemos claro, es decir, cuando empezamos a mezclar una cosa con otra, como por ejemplo, cuando empezamos a exigir que el gobierno financie la economía comunal, damos inicio a los lamentos. Puede suceder que el Estado ciertamente financie; pero lo hará en aquellos sectores racionalizados por su lógica; no en aquellos donde operen otras, por ejemplo, las comunitarias que se definen anti-estatalmente. En las comunidades no podemos pedir peras al olmo.

Pero ¿y entonces, qué hacemos apoyando a este gobierno? Lo hacemos –lo hago- porque los proyectos que suele financiar, aunque sé que avanzan en la lógica del Estado de bienestar, nos permiten (aunque no garanticen) un lapso de estabilidad social, de paz, que nos debe permitir la construcción lenta pero sostenida, y orientada estratégicamente, a un mundo otro, posible, comunitario, un mundo repito, autogestionario y socialista. Ese lapso es el que he llamado «compás histórico», como una expresión que me permite tratar de entender que la lucha contra el capital es, en principio una lucha para salvar el mundo que inexorablemente avanza hacia su destrucción, socavando las posibilidades de reorganizarse para la vida[2].

No se puede luchar, en lo que a los Estados se refiere, fuera del capital, esto es,  fuera del orden capitalista internacional. A lo interno – y no pocas veces y contra todo- a lo externo, busca el Estado venezolano mecanismos de intercambio, solidaridad y cooperación no neoliberales, que postulen un orden internacional más justo. Un Estado como el actual venezolano está intentándolo, sería absurdo negarlo, pero igualmente absurdo sería esperar una radicalidad anticapitalista que ni la misma Cuba se lo ha permitido jamás.

El compás entonces debe permitirnos redoblar esfuerzos para construir la oiko-nomía, y si en esta suerte de confusión –menos ideológica que propia de límites tan difusos- el estado a través de sus ministerios, organismos, entidades -donde ejercen funciones públicas personas de carne y hueso que, como nosotros, se mueven entre el estado y las comunidades, porque de hecho muchos y muchas provienen de luchas concretas-, financia proyectos comunitarios, populares, rebeldes para con el Estado clásico, romo y obtuso, pues no se trata sino de aprovechar el impulso y con esos –nuestros- recursos (pero que serán nuestros si y sólo si los descapitalizamos, esto es, los des-mercantilizamos y los in-vertimos en la sociedad para alimentar ahora sí transitoriamente los circuitos económicos comunales donde el dinero tiene y tendrá otro sentido) desarrollar proyectos comunitarios cuya naturaleza y dinámica garantice que los objetivos estratégicos no se pierdan, al contrario, sean más y mejor visualizados.

El camino de las comunidades irá pues, borrando el Estado, y el ejemplo de un país comunitario, de una nación de comunidades, como el ejemplo que dan los zapatistas (al interior y haciendo la guerra al estado Mexicano), hará en el futuro que los pueblos se sumen para, entre todos, dar al traste con el Estado como expresión tras-nacional de un capital que, en el corazón de las comunidades, ya no residirá ni con su lógica ni con su poder. La destrucción del estado es (también) desde abajo (y desde adentro).

Por otro lado, al capitalismo actual poco le interesan los Estados, de modo que hoy, apostar por la fortaleza de esa vieja institución que es el Estado-nación es una necesidad estratégica. Cuando el neoliberalismo saltó por encima de las fronteras nacionales destruyendo la base industrial de los países históricamente productores de bienes, y mudó la producción a las llamadas ZPE, al tiempo que, con el avance astronómico de las «industrias culturales» diseminó en las grandes ciudades bienes, pero sobre todo servicios, con el fin de alimentar hasta el paroxismo el consumo de un 80% de la población mundial, el Estado-nación resintió su proyecto de demolición [tal vez sólo en Latinoamérica sobreviva con fuerza y determinación (en algunos países claro está)], mientras sus dueños –las oligarquías- buscan la manera de entregárselo todo a las trasnacionales, de las que ya forman parte, mientras algunos sectores refractarios se debaten entre la sobrevivencia y la desaparición; entiéndanse sindicatos, obreros, indígenas, campesinos, estudiantes… Para las trasnacionales, los Estados-nación son una rémora cuando no están sumados como policías y ejércitos domésticos a las labores ingratas e impresentables de la contención social que disuelva los estallidos y revolcones que provocan la instrumentación de las «políticas» que llevan al acogotamiento de los más empobrecidos.

Cada vez que el círculo de los incluidos se estrecha más, los que quedan afuera duran un rato sacudiéndose hasta que finalmente se quedan sin aire y «mueren». Cada tanto, no obstante, un lacrimoso documental saca a la luz de nuestros (todavía nuestros) corazones, los rostros, las formas de vida, de los desterrados de la tierra.

La instalación del fascismo global, que hoy estamos presenciando, supone borrar definitivamente los restos del Estado-nación, de modo que los nacionalismos del signo que sean, pasan a ser considerados objetivos militares. Ya deberíamos haber advertido que aquellos viejos formalismos en el que tenían sentido frases como «estado de derecho» o «comunidad internacional» están fuera de servicio toda vez que ante la lógica de los intereses del capital trasnacional no hay acuerdos ni consensos donde participen los afectados. El mundo está en manos de las trasnacionales (que han instituido el «estado de mercado») y sus avanzadas son hoy militares: ocupaciones, bombardeos, desestabilización ya no de países sino de regiones enteras. La «primavera árabe» les debe estar resultando un verdadero festín.

De modo que no creo que debamos sensatamente buscar nada en organismos como la ONU o la OEA, el FMI o el BID, la OMC o la UNESCO, sí, también la UNESCO. Estas instituciones responden sencillamente al orden que se dieron las potencias que nacieron tras la Segunda Guerra, y a lo que hoy asistimos es a un nuevo reparto, pero esta vez, protagonizado por entidades más voraces, más insaciables, pero también más pequeñas al tiempo que, desterritorializadas: las corporaciones trasnacionales. Son sus bancos, sus coaliciones, sus juntas, las que están determinando el curso del mundo, mientras los «ciudadanos» con luz eléctrica, acceso a Internet y a la televisión por cable, se comen el cuento de que el mundo es lo que están viendo por televisión, es decir, que el mundo es el paisaje y el orden racionalizado por el ethos y la estética mediática. Importa que lo sigan creyendo, toda vez que en la misma medida, seguirán consumiendo. Y con lo que consumen, el mundo sigue; se entiende que no todo el mundo, sino esta mínima fracción que va en vías de apoderarse de todos los recursos y las fuentes energéticas necesarias para sostener su poder y su hegemonía.

En este marco global, debemos poner el problema del Estado nación venezolano, frente a la destrucción del Estado nación colombiano, país cuyo territorio fue pedido –por sólo citar un dato- en un 40% a las trasnacionales de la minería[3]. En lo que queda, y sólo mediáticamente, «gobierna» Juan Manuel Santos. Él, con un  ejército asesino, (para)militar, enfrentando en guerra sin cuartel contra su propio pueblo.

Ahora bien, con ese «Estado-nación» se sentó recientemente, en el marco del restablecimiento de las relaciones bilaterales que el expresidente Uribe había dejado hechas trizas, a firmar acuerdos, nuestro Estado-nación venezolano; entre ellos, unos sobre seguridad en la frontera y lucha contra el narcotráfico, sin duda que en los mismos términos que lo entiende el Departamento de Estado y la Doctrina Bush. Con la tinta todavía húmeda de esos acuerdos, es que el camarada Joaquín se embarca con destino a Venezuela...

El Estado nación venezolano es una pieza viva en el museo de la historia; es –y perdóneseme la curiosa expresión- un Estado nación en resistencia. Cuando la «inteligencia» colombiana se entera del disparate que iba a cometer Becerra el propio presidente Santos llama a Chávez para que sea interceptado y entregado a Colombia. La fuente de esta acción nada tiene que ver con la justicia colombiana (en los términos del Estado-nación histórico), sino con los intereses de organizaciones paraestatales que hoy co-gobiernan Colombia y buena parte del mundo desde el estado global fascista cuyo despliegue urbi et orbi contemplamos entre boquiabiertos y aterrorizados.

Entre el Estado nación venezolano (golpeado por supuesto por la demolición histórica de esta noción) y el «estado nación colombiano» (cáscara, significante vacío y máscara para presentarse como tal ante los anestesiados telespectadores, a la postre votos y «contribuciones») hay un desfase natural e irremediable, no hay comunicación ni entendimiento real. Los acuerdos que se establecen son y serán duraderos si apuntan o no a las formas de gobierno, de desarrollo y políticas, del estado fascista global. Ahora bien, el Estado-nación venezolano recibe el telefonazo, mismo que no debió existir si la justicia o los procedimientos digamos tradicionales existieran y por lo tanto se hubiesen activado en la propia Suecia o a más tardar en Alemania. De modo que el gobierno quedó en una terrible coyuntura, que no buscó (pues no invitó a Joaquín Becerra) sino que le cayó encima y por sorpresa: PRIMERA OPCIÓN: actuar desde la institucionalidad del Estado-nación y revisar con atención el caso, el estatus del solicitado por el «Estado nación colombiano»; SEGUNDA OPCIÓN: que a la postre fue la elegida, se desentendió del paquete y casi sin que terminara de caer en suelo venezolano lo tiró al lado colombiano y esperó incómodo y sin palabras el consecuente chaparrón.

De no haber ocurrido así, esto es, PRIMERO: si lo mantiene en Venezuela por un tiempo indefinido, sobre todo porque como un alud de no menos de quince días (lo que suelen durar los alborotos mediáticos) se comenzarían a sumar voces, llamados, reconvenciones, que enrarecerían el camino (con respecto a Colombia) que ha tomado el Estado venezolano de construir contra toda realidad política, una Nación. SEGUNDO: si lo regresaba a Suecia, lo avanzado con(tra) el «Estado Nación colombiano» se habría ido si no al traste, al menos por un lodazal y vuelta otra vez a un clímax de no-retorno (por un caso menor e indirecto, pero la prensa de aquí y de allá se habría encargado de demonizar a Becerra hasta convertirlo en un fundamentalista islámico, por lo menos).

Para los objetivos estratégicos nuestros, los de la paz, lo menos que necesitamos es un conflicto con Colombia, y el caso de Becerra (gratuito y sin que nos lo buscáramos) iba a darle pie a una impredecible escalada verbal. Misma que ya buscaba engarzarse con un comunicado del gobierno español, con uno que se viene cocinando en Inglaterra a raíz de la supercomputadora de Reyes y con el bluff que montaba en secreto el departamento de Estado con la «supuesta» muerte de Bin Laden. De paso, la recientísima visita de Ronald Noble ¿estaba preparada de antemano? Y si ya estaba en agenda, qué papel iba a jugar en el caso Becerra de no haberse hecho lo que se hizo. Siempre me acuerdo de Gaviria con el papel de la resolución de la carta democrática deshaciéndose en sus manos al ver que no se daban todas las condiciones para dar la orden de guerra humanitaria contra Venezuela, hasta el punto que para no perder ni un instante ¡se mudó por seis meses a nuestro país!

Pues bien, todo iba a quedar metido en el mismo paquete, y en uno de los centros de la estrategia mundial de desinformación y tergiversación iba a estar Venezuela, sin buscarlo y sin haber invitado a Becerra y sin saber que venía, ni a qué, ni por qué. Como decimos acá, un verguero de a gratis.

Hoy que nuestro país, este Estado-nación que persigue por un lado el bienestar de su pueblo, incentivando el consumo y distribuyendo mejor la renta para incrementar la producción nacional. Hoy cuando todos comemos tres veces, cuando se inició la expropiación de fábricas, empresas y tierras, y se está en guerra frontal contra el mercado capitalista de «bienes y raíces». Cuando existe la voluntad política para que la gente viva mejor, hoy, cuando este gobierno le ha hecho la guerra al capital financiero, desdiciendo con los hechos toda la retórica económica del capitalismo fascista global. Hoy, cuando tenemos un tiempo histórico precioso (corto, pero que no hemos sabido apreciar en toda su magnitud, y que lamentaremos no haber aprovechado si seguimos pensando y haciendo pendejeras) para empezar a hacer lo que nos toca, la construcción del poder popular (no-estatal) en nuestras comunidades (pero sin olvidar lo que ya dije arriba sobre la necesidad también histórica de protegernos contra los embates del capital con el cobertor del Estado-nación, el mismo que hacia dentro se expresa como Estado de bienestar y hacia fuera como abanderado de una estrategia multipolar que a EEUU y la OTAN le sabe a mierda). Hoy, pues, lo que menos necesitamos es un «descarrilamiento» provocado por lo que era a todas luces una «provocación».

El proceso avanza sobre el filo de una navaja, todo es precario y peligroso. El gobierno y el Estado venezolano se salvaron por un pelo de un conflicto internacional atizado desde Colombia; nos hubiéramos quedado con la papa caliente aquí aun mandándola pa’ Suecia, y lo que sobrevendría era un ataque global –que ya existe de paso- a Venezuela, calificada –pero ahora sí refrendada- como «santuario de terroristas».

Contra el ataque, cuántos comunicados, cuantas palabras de apoyo de la intelectualidad de izquierda de aquí y de allá se iban a producir, y qué gratos y qué bien recibidos. Pero cuán inútiles a la hora de parar bombardeos, máxime ¡Dios santo! si los acompañan con sus razonadas palabras. Y me refiero sobre todo a Ignacio Ramonet, el mismo de las cien horas con Fidel, avalando el bombardeo de la OTAN a Libia.[4] 

Hoy se desgañitan diciendo que el gobierno de Chávez se alió con la derecha y va rumbo al abismo, todo por tomar la única decisión que pudo parar en seco lo que se venía. Una campaña de descrédito internacional y de descalificación que nos pondría en la picota de la guerra contra el terrorismo, coronándonos como «santuario de terroristas». Se me dirá que exagero, pero a la vista de la «muerte de Osama Bin Laden» y de cómo han sido capaces de mentir y hasta donde han llegado, creo que sería bien tonto no exagerar. Era lo que venía, y a la vista está.

El «Estado» colombiano no reconoce al Estado venezolano, y muy probablemente no entregue al narco Makled. Hacerlo es reconocer al estado venezolano desde la óptica de una institucionalidad –la del Estado nación- en la que ya no creen y que han desmantelado sistemáticamente.

He aquí el desfase, la disfuncionalidad. Becerra paró en Colombia porque no fue una decisión del Estado nación. Me explico (otra vez): si hubiera existido una legalidad inmanente, propia de una comunidad internacional y de Estados que se protegen así mismos con policías internacionales, Becerra no habría salido de Suecia. Pero como si se tratara de una isla, Becerra llega a Venezuela como a un territorio que es un resto arqueológico de la historia reciente de los Estados. Y será sólo aquí, cuando se activen las alarmas contra un ciudadano sueco nacido en Colombia que huyó de la muerte en su país, en la razzia que dio cuenta de miles de partidarios de la Unión Patriótica, medida que buscó arrancar de cuajo la resistencia urbana (en la rural las FARC todavía dan la pelea) a los planes del capitalismo neoliberal en ciernes.

Sólo aquí, para que de inmediato viéramos activarse la doble moral, el doble rasero internacional y quedara el Estado venezolano en la estacada, ensarta’o, debatiéndose entre tomar una decisión de Estado cuando a los poderes fascistas que se lo iban a exigir (¿vieron a Leopoldo Castillo, el «Mata Curas» hablando de derechos humanos y derecho internacional defendiendo la causa de Becerra?) les importa un soberano bledo la justicia, y sobre todo a los «Santos», uno (el Manuel) orgulloso de haber bombardeado –¡ah, tiempos aquellos cuando la mierda le caía toda a Uribe!, estrategia perfecta que todavía sigue rindiendo frutos- territorio ecuatoriano y el otro (el Francisco) que amenazó con venir a buscar a Venezuela a un alcalde, apresarlo y llevárselo a Colombia. ¿Se acuerdan de eso? Sí: lo dijo con respecto al alcalde de Maracaibo Di Martino.[5] 

O no entregarlo, y jugar una estúpida partida de solitario con los conceptos de legalidad y con las normas de la justicia internacional, mientras la jauría de la derecha inter/nacional se cebaba en las condiciones para marcarnos como «estado forajido», con una prueba de remache caída del cielo.

Lo que hizo Venezuela fue milagrosamente correcto: suspender el estado de derecho, cabalgando la propia mentira de la inteligencia colombiana, estado de derecho al que se le había empujado a que respetara -él y sólo él- con mentiras, repito, como lo del código rojo de Interpol, lo de la acusación terrorista y su extinta ciudadanía colombiana, que se activaron lo que dura el vuelo Frankfurt-Maiquetía, mientras afuera y los factores de dentro por lo visto bien enterados de la operación, esperaban que el gobierno venezolano y el Estado hicieran exactamente lo contrario, que el gobierno investigara y se diera cuenta demasiado tarde de la patraña y como sucede en un pozo de arenas movedizas, mientras más te mueves más te hundes.

El milagro está en la reacción inmediata y contundente: salirse del peo, dejar a todo el mundo loco, pero sobre todo a Colombia y a la prensa internacional que ya estaba lista para iniciar la criminal campaña de guerra, que iba a conectarse con la muerte de Bin Laden en una sola juerga de muerte, mentiras y confusión. Nos salvamos por un pelo, se jodió Becerra, los medios se quedaron con las ganas y babeando, mientras Colombia con la papa caliente de Makled sigue viendo a ver cómo coño hace para no entregarlo[6].

Por lo pronto, en la patria de Bolívar, seguimos. Por un lado contra viento y marea, contra el neoliberalismo y el fascismo global, dando inicio a la Gran Misión Vivienda; por el otro, abajo, en las comunidades, construyendo otro mundo posible.



[1] En El sueño de una cosa (introducción al poder popular): «El proyecto emancipador requiere de la articulación de dos dinámicas: una de soberanía y otra de autonomía. El problema radica en que la primera (vinculada al Estado-nación, la representación, la dirección centralizada, la táctica, la transacción, la política institucional) no necesita en lo inmediato de la segunda (vinculada a la comuna, la expresión, la confrontación, la dirección colectiva, la estrategia), incluso la repele, sin saber que cava su propia fosa.» (p. 54). http://www.editorialelcolectivo.org/ed/images/banners/elsuenio.pdf

[2] François Houtart (El camino a la utopia desde un mundo de incertidumbre, El Perrro y La Rana, 2010): «La gran pregunta es saber hasta qué punto el neoliberalismo está llevando a la humanidad a condiciones de imposibilidad de reorganización de la vida. Asistimos a una doble destrucción; la naturaleza, o sea, un desorden biológico, que afecta todo el entorno natural, hasta el clima mismo. Éste tipo de destrucción de lo que constituye la fuente de la vida física de la humanidad lleva consigo la creación de una incertidumbre sobre el futuro del planeta, indispensable a la vida humana. Sin embargo, el otro aspecto de la destrucción afecta la humanidad misma, con la creación o el mantenimiento de la pobreza, que incapacita millones de seres humanos para sobrevivir o desarrollar una vida normal. Eso crea la incertidumbre sobre la alimentación, el trabajo, el futuro de las nuevas generaciones y, finalmente, la establece como modo de vida. A esto debemos añadir que los seres humanos han llegado a la capacidad de destruir la vida -toda vida- dio, es decir, la fuente de toda la ética» (pp. 43-44)

[3] Las venas abiertas de Colombia, por Darío Arenas, en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=126725

[4] Leer al respecto: «A Contrapelo, Seguimiento al artículo de Ignacio Ramonet «Libia: Lo justo y lo injusto» en el que el intelectual de «izquierda» valida la jerga, la posición y los crímenes de la derecha mundial fascista», en http://josejavierleon.blog.com.es/2011/04/03/a-contrapelo-10936034/, versión en PDF: http://es.scribd.com/full/52205227?access_key=key-1tr5opp4fab2l1uyqggq

[6] Para ver el estado de ánimo del gobierno de Santos para entregar a Makled les invito a leer este vomitivo: «Makled, La Papa Hirviente», de Fernando Londoño Hoyos, en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-9132540

www.josejavierleon.blog.com.es
http://comunicacionubvmisionsucre.blogspot.com/


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