Es
por cierto el caso del último embajador de Colombia en nuestro país,
quien rebotó embrollado en el mayor concierto de pus de los últimos 25
años en el hermano país neogranadino que, desgraciadamente (y esto de
verdad lo gimo), tiene muchas décadas viviendo de batahola en batahola…
Resulta que el último gran éxito, dentro del Hit Parade de la corrupción en Colombia, es el denominado caso Nule, el cual no creo que tampoco sea capaz de quitarle gloria al de las computadoras de Raúl Reyes y sus múltiples implicaciones domésticas e internacionales, fragua, cálculo misérrimo de un delincuente de cuidado, como Álvaro Uribe, y que la Corte Suprema de Justicia así lo declarara recién en lenguaje judicial posiblemente eufemístico: “que los archivos del computador del comandante guerrillero, dado de baja en un campamento en la zona de Angostura, Ecuador, en marzo del 2008, fueron recolectados por militares que no tenían funciones de policía judicial”.
Y
ojalá que esta decisión no vaya a resultar una de esas que sólo
pretenden demostrar una presunta separación de poderes (recordemos que
Colombia según es el “país de las leyes”) para luego ser dejada sin
efecto por un acto de revocatoria por “contrario imperio”…
El
embajador era acusado de que, por su intermedio, la contralora Sandra
Morelli le solicitaba “dádivas” a los Nule… quienes se encuentran presos
por ser acusados de peculado por apropiación, concierto para delinquir,
falsedad de documento privado, cohecho y fraude procesal. ¡Una pelusa!
¿Pero en qué consiste el escándalo Nule?
Los
Nule son tres jóvenes parientes costeños colombianos -dos hermanos, y
un primo- que por esas particulares realidades abonadas con químicos
liberales en un determinado labrantío capitalista, amasaron, como por
arte de magia, y en relativo corto tiempo, una fortuna tan fuerte como
el hierro… Vale decir, dura, pero a la larga quebradiza.
Los
dueños, de lo que luego se denominaría el sonado Grupo Nule,
esculpieron una civilización empresarial que a muchos dejó
boquiabiertos: más de 35 empresas en sectores como energía, construcción
y agua, llegando a formar parte de más de 86 asociaciones o consorcios
con miras a participar en licitaciones públicas varias en Colombia. Sus
inversiones viajaron incluso allende sus fronteras, ejecutando proyectos
en América Latina y hasta en España, y, buscando recursos, no dejaron
de tocar las puertas en Dubai y en China. Llegaron a facturar, en su
apogeo, más de 200 millones de dólares al año, diciéndose que su
capacidad de empleo -directo e
indirecto- rondaba los 15.000 trabajadores. Se habían convertido, pues,
en los Ladies Gaga de la contratación pública en Colombia.
Y
yéndoles tan bien en su ascenso, comenzaron entonces a darse la gran
vida como los buenos yuppies venezolanos de los 80 en eso de valorar
desproporcionadamente los bienes materiales y a ser arrogantes; a
comprarse yets para viajar con sus panas dentro y fuera del país y a
gastar “generosamente” en sus invitados, lanzando plata sin mesura lo
que, aunado a fallos generalizados en la administración de ese
patrimonio, los llevó a la chirona: pues, comenzaron los incumplimientos
de pagos de sumas astronómicas, retrasos en la ejecución de obras,
solicitud de devolución de anticipos considerables, embargos por deudas
de impuestos,
captación masiva de dinero a guisa de pirámide, lo que a la postre
degeneró en este inmenso escándalo corporativo que se estima en una
pérdida, con un rango entre los 500.000 y 800.000 millones de pesos.
Pero
lo cierto es que esta saga del grupo Nule habla muy bien de la
corrupción enseñoreada en Colombia, y, más concretamente en el Estado,
por cuanto ¿cómo se explicaría que un grupo con tantos líos financieros,
y debiéndole tanta plata incluso, podía contratar tan expeditamente con él?
¿Cómo se llama eso?
Pues sí, sencillito.
Lo que sí me atrevo afirmar
es que los que seguro quedarán guindando en todo esto serán a la larga
los trabajadores, que todo lo dan y muy poco reciben en este capitalismo
tan irreprochable.