Veo la foto del diario. Tu cadáver tendido en el piso del garaje de la estación de bomberos. Veo el recuadro de un hilo de sangre que desciende. Un carro perforado por muchas balas. Vidrios destrozados. Gente alrededor de lo que se ha dado en llamar la escena del crimen, como si de un montaje de teatro se tratara. Una avenida. Árboles y, detrás de ellos, se adivina un espacio abierto, como de un campo de futbol. Facundo Cabral ha muerto.
Todos se conmueven frente a tu cadáver. Todos miran con asombro el hilo de sangre impresionantemente rojo, sin vericuetos, obstinado, recto como el trazo de un disparo que parte de tu cuerpo hacia la conciencia de los asesinos y de los demás también. El piso frío de una estación de bomberos soporta el verbo enmudecido de tantas experiencias vividas, sentidas, sufridas, comunicadas. El verbo que emocionó mis años de adolescencia y de despertar del mundo. La lucha por el espíritu es también la lucha por un mundo mejor.
Ambos brazos descansando a los lados, inertes, con la serenidad que no pudo sucumbir a la angustia del último minuto.
Veo tu cuerpo sobre el pavimento y siento que, de repente, desaparecen los componentes de la imagen fotográfica. Se pierde la gente estupefacta y sin respuestas que estaba a tu alrededor. Los árboles también se hacen invisibles, los carros de bomberos, el vehículo que te desplazaba y al que ametrallaron los criminales. Los destrozos que ocasionaron las balas que perseguían tu cuerpo tampoco están. No hay huellas de tu asesinato.
Sólo veo tus brazos descansados, tus manos abiertas, tus ojos tragándose la luz. Sólo veo tu cuerpo flotando en el espacio cósmico, sin más asidero que la palabra que engendró vida, sueños y amor. Un volcán de emociones maceradas a lo largo de tanto sufrimiento propio y ajeno. De tanto sentimiento aprendido en las palabras de los iguales, de la incertidumbre aprendida tempranamente; pero, siempre sorprendente en la última tragedia.
Y ahora, ya ni siquiera veo tu cadáver ensangrentado sobre el pavimento. Ahora sólo veo al caminante de mil caminos que emprende su más largo viaje, como una inmensa nave intergaláctica que lleva dentro de sí todo el universo.
Y el hilo de sangre roja, impresionantemente roja, sólo es una estela de estrellas, un cúmulo plural de mundos infinitos que hoy empozan las lágrimas a lo Vallejo: Tanto amor y no poder nada contra la muerte.
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