“Nunca como
ahora las fuerzas productivas, esas de las que Carlos Marx dijo que
serían las que, llegadas a un punto tal de desarrollo serían las que
provocarían la caída del capitalismo y el consiguiente surgimiento
del socialismo, están más vivas que nunca.
Porque ese
planteamiento de las fuerzas productivas, que se creía era una entelequia,
una simple especulación abstracta, ha adquirido una consistencia material
tan sólida, que ha dejado de ser una teoría para convertirse en un
hecho tan concreto y tangible que hasta se puede ver y tocar.
El formidable
pensador alemán, al estudiar junto con su inseparable compañero Federico
Engels las causas de los cambios de las sociedades humanas, determinó
que las mismas, o sea, las sociedades, cambian en la medida en que también
lo hac|en las relaciones conforme a las cuales se desenvuelven sus procesos
económicos. Y que lo que determinan los cambios de esas relaciones
es el desarrollo de las Fuerzas Productiva.
Pero ¿qué
son las Fuerzas Productivas?, se preguntarán algunos. Valgámonos de
un ejemplo bien sencillo y esquemático para explicarlo.
Como se
sabe, la preocupación permanente y constante de un capitalista es la
de incrementar cada vez más las ganancias de su empresa –ley de la
máxima ganancia-. Esto lo lleva a revisar y reducir permanentemente
los costos de producción (lo que cuesta producir un bien, tanto de
uso como de consumo) y como la mano de obra es el factor que más incide
en estos costos, trata siempre de reducirla a su mínima expresión.
De esta manera piensa, conforme a su ambiciosa lógica, que a menores
gastos mayores beneficios económicos..
De allí
que permanentemente esté atento a la aparición de cualquier novedad
tecnológica que se ponga en el mercado y que pueda ayudarlo a prescindir
de la mayor cantidad de trabajadores posible.
Ahora bien,
¿qué ocurre? Ocurre que el capitalista instala una máquina automática
capaz de reemplazar diez o quince trabajadores. ¡Magnífico!, exclama
exultante el capitalista. Y aparentemente no le falta razón, puesto
que además de haberse ahorrado el salario de 10 ó 15 trabajadores,
ha incrementado significativamente la producción de su empresa. Mejor,
repito, imposible.
Sin embargo,
hay un pero, y consiste en que esos 10 ó 15 trabajadores no podrán
adquirir los productos que se elaboren con esa maquinaria ni en ninguna
otra. Y es esta situación, que extendida a toda la actividad productiva,
la cual se caracteriza por la producción en masa mientras simultáneamente
la demanda se desploma o contrae, es la que ha ocasionado la actual
crisis del capitalismo global.
Quien quiera
saber hasta qué punto el “coloso” del norte está condenado a desaparecer,
sólo tiene que analizar el comportamiento de su economía desde que
se involucró en la guerra de Corea, en 1950, hasta nuestros días.
Al momento
de su participación en dicha guerra, los Estados Unidos disponían
de las dos terceras partes del oro de reserva del mundo. Si se
piensa que en la conferencia de Bretton Woods se había establecido
como medio de pago internacional el patrón oro, se comprenderá lo
que este detalle significó para la nación del norte. Pero además
de eso, también disponía del cincuenta por ciento del producto
interno bruto (PIB) acumulado por todos los países del orbe, es decir,
una acumulación enorme, gigantesca, de riqueza.
Al salir
derrotado en Corea, donde recibió una paliza descomunal, ya la situación
de la economía norteamericana no era exactamente la misma, algo había
desmejorado, aunque, por supuesto, continuaba siendo la economía dominante
en el mundo. Y así, en medio de continuas crisis cíclicas, transcurrió
la existencia de este inescrupuloso gendarme, hasta que decidió involucrase
en l965 en la guerra de Vietnam.
Con motivo
de la derrota de los franceses en la batalla de Diem Bien Phu, las tropas
expedicionarias del país galo se vieron obligadas a retirarse, con
el estigma de la derrota marcada en la frente, del territorio de Vietnam,
que habían mantenido durante muchos añs bajo su control. La ausencia
dejada por Francia fue llenada por los Estados Unidos, que con su acostumbrada
prepotencia imperial habían afirmado que ellos no correrían la misma
suerte que el desplumado gallo galo. Y así, para justificar la invasión
al país del sureste asiático, provocaron el auto-atentado en el Golfo
de Tomkim
El resultado
de esa guerra criminal todo el mundo lo conoce . A los Estados Unidos
le sucedió lo mismo que le había sucedido en Corea, es decir, fueron
vergonzosamente derrotados. Sin embargo, esa derrota tuvo esta vez una
significación especial. Eso se debe a que en este caso la belicosa
nación del norte no sólo sufrió una derrota militar sino también
una derrota económica.
Como ya lo expresamos en líneas anteriores, los Estados Unidos invadieron a Vetnam convencidos de que sus operaciones militares en ese glorioso país no se prolongarían por demasiado tiempo; que para decirlo en criollo, eso sería un verdadero paseo de salud. Sin embargo, desgraciadamente para ellos no fue así. Porque al contrario de lo que habían calculado, su permanencia en Vietnam se extendió por mucho más tiempo del que hubieran querido. Y así, contra su voluntad, vieron pasar los días, los meses y los años. Y en la medida que se prolongaba la guerra, fueron en aumento creciente, además de sus muertos, las necesidades de financiamiento del esfuerzo bélico. En esto, si es verdad que no habían pensado los guerreristas del norte. De modo que sus compras en el exterior fueron tan grandes, que los billetes verdes virtualmente inundaron a Europa, dando lugar al fenómeno conocido como “eurodólares”.
Esta situación
se mantuvo así hasta que el Presidente de Francia, General Charles
de Gaulle, le exigió a los Estados Unidos la convertibilidad de la
moneda norteamericana, que abarrotaba las bóvedas del banco central
de su país. La respuesta que le dieron al presidente de Gaulle, como
es de suponer, causó una gran conmoción en los centros financieros
del mundo. La Reserva Federal (fed), banco central de los Estados Unidos,
contestó que su país no disponía del oro suficiente para responder
positivamente a las exigencias del país europeo (y esto, como lo dijimos
arriba después de haber contado, durante su participación en la guerra
de Corea, o sea, en 1950, con las dos terceras partes de las reservas
de oro de todo el mundo).
La consecuencia
inmediata de esta declaración fue, aparte del descalabro masivo de
los mercados bursátiles de todos los países, la eliminación del sistema
monetario internacional, tan trabajosamente diseñado en la conferencia
de Bretón Woods. Después de esto, como si fuera la maldición de un
fatum vengativo, se produjo el desplome de Wall Street, cuando el índice
Down Jon registró una caída de 500 puntos, generando el consabido
pánico bursátil a escala internacional. Más tarde, como si lo sucedido
hubiera sido poco, se produce la estrepitosa quiebra del gigante Enron,
que suministraba el 60 por ciento de la electricidad que consumían
los ciudadanos norteamericanos. Y todo esto, acompañado por una sistemática
y permanente contracción de la economía, que rozaba casi los umbrales
de la recesión.
De ahí
en adelante, todas las atrocidades cometidas por el imperialismo, así
como las insufribles tribulaciones por las que en estos momentos atraviesa
esa economía, todo el mundo las conoce. No es necesario abundar mucho
sobre ello para que se pueda percibir el estado pre-agónico de la que
aun sigue siendo la primera economía del mundo. Porque, ¿quién ignora
la quiebra de una empresa como la General Motors, que siempre había
simbolizado el descomunal poderío alcanzado por la patria de Walt Whitman,
y que en su desplome arrastró consigo otra multitud de empresas que
directa e indirectamente de pendían de ella? ¿Quién desconoce el
desplome de bancos que representaban la fortaleza financiera de esa
nación, como Morgan Stanley, Standard & Poors, que se creían más
sólidos que las pirámides egipcias e inmunes, por tanto, a crisis
y bancarrotas?
No es nuestro
propósito detallar los innumerables estragos que la crisis actual de
la nación norteña está produciendo en ese país. El propósito esencial
de este escrito es indagar acerca de si esa catástrofe se podría superar,
si es posible revertir su tendencia al colapso, De acuerdo con lo que
hemos expuesto al principio de esta nota, ¿cómo pensar, como lo afirma
Laurence Kotlykoff, en un artículo publicado en esta misma página,
que todavía exista alguna esperanza de recuperación? ¿Cómo creer
que la economía norteamericana, que lo único que ha hecho después
de haber alcanzado la cúspide más alta del progreso y el desarrollo
es deslizarse como en un inclinado tobogán hacia el despeñadero, del
cual le va a resultar muy difícil por no decir imposible salir? ¡Qué
hace pensar, repito, que ese deslizamiento se podría detener e impedir
la caída del gigante en un insondable abismo, de donde no podría
salir jamás, al menos, con sus actuales característica? No existen
razones para que sus viudas sean tan optimistas.
Pero todavía
existe un obstáculo más importante aún, que excluye toda posibilidad
de recuperación. Se trata, como ya lo sugerimos, de que la economía
norteamericana ha entrado en conflicto antagónico precisamente con
el factor que le había permitido alcanzar el descomunal grado de desarrollo
que ha alcanzado: la tecnología. Pero eso no es todo, porque
todavía existe otra circunstancia que condena a los Estados Unidos
a la debacle, sin que nada pueda hacerse par evitarlo. Se trata de que
países que antes eran importadores netos de bienes y servicios estadounidenses,
ahora, además de haber dejado de serlo, de ser compradores de esos
productos, se han convertido en fuertes competidores en el mercado mundial
de ese país.
Increíble:
Hace poco María Machado declaró que su política de gobierno, en el
supuesto de que llegara a triunfar en la elecciones del venidero 2012,
se basaría en el libre mercado. Es decir, en la política que
ha llevado a los Estados Unidos y a algunos países europeos a
un estado de postración tal que difícilmente se puedan recuperar.
Ahora, ¿por qué esta señora, haciendo gala de una osadía increíble,
hace este ofrecimiento? ¿Porque es estúpida? Posiblemente. Pero lo
más probable es que piense, y quizás tenga razón, en que la inmensa
mayoría de la población ignore de lo que se trata. Y lo que es peor
aún: que la dirigencia del Proceso será incapaz de explicarle satisfactoriamente
a la gente en qué consiste esa política y los estragos que ha causado
en los países -incluyendo el nuestro- en los que ha sido aplicada.
Y yo comparto íntegramente esta opinión, porque si hay algo inservible
en este país es el aparato publicitario del PSUV. Tanto es así, que
a pesar de los doce años que tiene en el poder, ha sido incapaz de
elaborar una estrategia que les haya permitido llegarle a la gente y
convencerla de lo terriblemente nefasto que sería para la población
una política como la que está proponiendo la candidata de Fedecámaras,
María Rodillitas Machado,
Esta es una cuestión
de máxima prioridad, porque la búsqueda de apoyo para el actual Proceso
no puede seguir basándose en la entrega de cosas, sino en la creación
de una conciencia que le permita a la población determinar qué es
lo que en política le conviene o no le conviene.
Aquí en
Maracaibo se acaban de entregar, en el marco de Agrovenezuela, unos
crédito para fomentar la producción agrícola en la región. Sin embargo,
esta no es la prioridad, la prioridad es agua, agua, agua.
Alfredoschmilinsky@hotmail.com