Cierto es que el terrorismo, en todas sus expresiones y de un lado y del otro, ha estado atravesado y actuando como un método que en vez de acercar soluciones positivas y prolongadas al conflicto palestino-israelí, lo que ha logrado es dificultarlas o atrasarlas agravando la confrontación por la vía de la violencia y no del diálogo político-diplomático. El terrorismo, como método de la lucha política, jamás resuelve satisfactoriamente los conflictos entre Estados, clases o de cualquier otra naturaleza. Los pueblos, con el incremento de sus necesidades y sufrimiento, son la primera víctima de cualquier expresión de terrorismo político y, peor aún, llevado a su prolongación o continuación por otro medio: bélico.
El mundo entero, a través de todos los medios de comunicación y de las relaciones diplomáticas o internacionales, conocen del ya viejo conflicto político y armado entre palestinos y, especialmente, el Estado israelita (representando, según sus voceros, a toda la sociedad de Israel). Nadie, como los palestinos y los israelitas, saben de cuántas muertes, cuánta sangre, cuánto dolor, cuántas frustraciones, cuánta incertidumbre, cuánto ostracismo, cuántas mutilaciones y cuántos días y noches de vigilias han implicado ese prolongado y costoso conflicto que acabó con aquel tiempo en que árabes y judíos convivían en la misma tierra sin odiarse los unos con los otros, sin matarse los otros con los unos y sin disputarse espacio geográficos los unos con los otros.
El conflicto palestino-israelita ha servido para violar derechos humanos de una parte y de la otra pero, justo reconocer, ha sido el Estado de Israel quien, con mayor virulencia, ha vulnerado de la manera más sangrienta los derechos de un pueblo a tener, por lo menos mientras exista capitalismo, terruño propio respetándole su derecho a la autodeterminación. Pero no es la intención de esta opinión volver a ocuparnos de todos los detalles del conflicto palestino-israelita. Dejemos eso para otra ocasión.
En el momento en que los Estados de Estados Unidos, Israel, y otros poquísimos donde desgraciadamente, pero comprensible por su posición de clase al servicio de la oligarquía y el imperialismo, como los de Colombia y México se oponen (contrariando la volutad de la aplastante mayoría de representaciones de Estados en la ONU) a la creación del Estado palestino que le otorgue contextura de nación se produce, en medio y fragor del conflicto palestino-israelita, un hecho de trascendental importancia política, digno de estudio y hasta de hacer también efectivo en otras regiones donde, igualmente, existen conflictos políticos y armados desde hace décadas, como es el caso de Colombia, donde las autoridades gubernamentales se ciegan y dan la espalda al deseo de un intercambio humanitario de presos políticos o rehenes de guerra.
Al Estado de Israel se le podrá criticar su orientación sionista para resolver las contradicciones con otros Estados, se le podrá criticar que hace caso omiso a las decisiones de la ONU que le afectan, se le podrá acusar de violar en demasía los derechos de los palestinos, se le podrá criticar que casi siempre pone por delante la violencia y no el diálogo; en fin, se le podrá criticar por lo que se considere hace injustamente en política internacional pero nadie puede criticarle su alta consideración o valorización, no importa si por una u otra razón, que tiene sobre sus soldados. El hecho de intercambiar la libertad de un soldado israelita por la libertad de más de mil prisoneros palestinos así lo testifica y testimonia. Eso hay que aplaudirlo.
Que para el Estado de Israel un soldado de su ejército valga más que mil palestinos, eso debe respetarse como, de seguro, que un palestino, para el Estado de Palestina, vale mucho más que varios soldados israelitas, también es respetable aunque lo ideal llegará ese día en que una persona y ya no existiendo ejércitos ni policías, sea cual fuere, de una región se considere a sí misma y también considerada por los otros con el mismo valor de los demás y no tengan que odiarse o matarse los unos con los otros por fronteras ni intereses económico-sociales diferentes.
De otro lado, ese intercambio humanitario deja mirar o apreciar una esperanza cercana en que palestinos e israelitas puedan convivir sin violencia respetándose sus fronteras y sus derechos como nación de características diversas. Así lo exige el derecho a la autodeterminación de los pueblos, lo cual seguirá teniendo vigencia mientras en este mundo continúe siendo predominante el modo capitalista de producción. Sólo el socialismo está facultado históricamente para ponerle fin a los hitos que separan pueblos y los dividen en intereses nacionales diferentes aunque el mismo sueño de emancipación, como duende, les recuerde, de vez en cuando o de cuando en vez, que el gran enemigo de la humanidad a derrotar es el capitalismo salvaje como condición sine quo non para la construcción de un mundo sin clases sociales, sin Estado ni fronteras nacionales, sin fetiches ni egoísmos, sin poderes que enriquezcan a unos pocos sobre la pobreza para los muchos; es decir, un mundo donde reinen la libertad, el amor y la solidaridad sobre las necesidades materiales y espirituales. Entonces, culminadas para siempre las guerras y hermanadas todas las personas como humanidad, nunca más habrá necesidad de que exista un preso ni tampoco una cárcel por lo cual igualmente no habrá necesidad de ningún intercambio de rehenes de guerra o de otra naturaleza.