¡Ha caído muerto el camarada Cano!

Hace pocas semanas habíamos publicado un artículo donde le pedíamos al camarada Alfonso Cano que no se dejara matar. Pues, ha caído en su puesto de combate como suele suceder en las guerras. La muerte del camarada Cano, por lo menos a los camaradas latinoamericanos, les duele mucho más allá de los huesos y de los músculos, les duele donde más se siente el dolor: en el corazón. En las guerras, unos celebran la victoria y otros lamentan la derrota. El gobierno colombiano derrocha recursos del pueblo colombiano festejando la muerte, especialmente, de miembros del Secretariado de las FARC o del COCE del ELN. Nada es eterno en este o en otro mundo y, entre ellos, el dolor y la alegría.

Traté de observar y escuchar todo cuanto se decía del camarada Cano en los medios de comunicación y, especialmete, en los de la oligarquía colombiana. Produce naúsea que luego de muerto Cano hayan analistas que se ocupen de desvirtuar toda la obra y todo el pensamiento que desarrolló el camarada Cano en beneficio de la redención del pueblo colombiano. Conocí al camarada Alfonso Cano en 1990, hace veintiún años. Estaba realmente joven y ya era miembro del Secretariado de las FARC y responsable de la delegación de su organización en un diálogo por la paz. Ya disfrutaba de un respetable nivel de cultura o de conocimientos, tenía entonces una formación política e ideológica bastante avanzada para su edad y, especialmente, admirable porque la desarrolló en medio de las adversas condiciones de la guerra donde la mayor parte del tiempo se invierte en planificación y realización de los combates militares. Era un guerrillero que siempre encontró tiempo para el estudio de la doctrina en la que creía e, igualmente, de otras corrientes importantes del pensamiento social. Era un marxista muy capaz teóricamente y por eso siempre estuvo vinculado a la responsabilidad de la formación intelectual de mandos y combatientes fareanos como de relaciones políticas con otros movimientos revolucionarios a nivel nacional e interacional. Los primcipales jefes del paramilitarismo en Colombia, por mucho odio que profesaban contra Cano o contra la insurgencia, jamás dejaron de reconocer méritos intelectuales de algunos jefes guerrilleros y, entre ellos, a Cano. Sólo los oligarcas, políticos y militares extremos, imbuidos de una mentalidad o conciencia de ira irracional contra todos los que no le sirvan con fidelidad de epígonos, negaban y niegan los méritos y las virtudes del camarada Alfonso Cano y de los otros comandantes de la insurgencia colombiana. Sólo en esporádicos momentos, por la imperiosidad necesidad de sacarle provecho al oportunismo político en circunstancias de diálogo, sonreían y estrechaban las manos de los insurgentes buscando demostrar, ante la opinión nacional e internacional, que el Estado colombiano era el más interesado en conquistar la paz. Posiblemente, en el próximo año, el Presidente Juan Manuel Santos, militarmente mucho más radical que el expresidente Uribe, sea un seguro candidato a optar el Premio Nobel de la Paz y sus méritos serán valorados sobre, fundamentalmente, los cadáveres del Mono Jojoy y de Alfonso Cano.

El camarada Alfonso Cano fue un hombre, político y revolucionario que creyó en el ideal que pregonaba, vivió por ese ideal, lucho por ese ideal y murió por ese ideal: el socialismo. Que los verdugos hayan anunciado con bombos y platillos “hemos dado muerte el bandido”, “le dimos en la cabeza al terrorista”, “hemos dado de baja al delincuente”, para identificar al camarada Alfonso Cano, es su problema, es el nivel de su conciencia, es el embrollo de sus ideas y es el trastorno de su siquis. Los verdaderos verdugos y asesinos del pueblo colombiano son los primeros en denigrar contra lo que conscientemente pretenden ignorar.

Ni el camarada Alfonso Cano como ninguno de los otros mandos insurgentes que han muerto en el largo conflicto armado y político colombiano hicieron el papel de creer que vivían y luchaban en una sociedad de ingenuos que se tragan los cuentos fantasiosos de los altos funcionarios del Estado colombiano. Todos los colombianos como los extranjeros que recibieron la oferta teórica de que el señor Juan Manuel Santos iba a ser un Presidente distinto al expresidente Uribe por sus capacidades y nobles sentimientos a favor del sueño de justicia social de las clases y sectores más empobrecidos o necesitados de Colombia, se han dado cuenta que la mentira ha rodado por el abismo vencida por la verdad. El Presidente Santos es la contiuación resucitada de aquel Santos que décadas atrás se declaró neutral para favorecer el espíritu y las tropelías del nazismo hitleriano que iba socavando, con su racismo y su irracioal violencia, la aparente prosperidad de Europa. El neoliberalismo lo lleva el Presidente Santos en la sangre y lo demostró cuando siendo “… ministro de comercio exterior pujó por la apertura económica total, que nadie recuerde al ministro de hacienda que sentenció al pueblo colombiano a un largo período de sudor y lágrimas y que con su reforma al régimen de transferencias condenó a muerte la salud y educación públicas, al ministro terrorista de defensa que azuzó a las tropas oficiales a encarnizarse con los humildes colombianos inconformes, cuyos cuerpos brotan ahora de las espeluznantes fosas y sórdidos cementerios a donde fueron arrojados”, como lo reseña ese extraordinario intelectual y guerrillero, el camarada Gabriel Angel.

 Sepan los pueblos del mundo y, especialmente, los camaradas latinoamericanos que el Presidente Santos proviene del sector más rancio, belicoso y conservador de la oligarquía que es copropietaria de los más lucrativos negocios económicos internacionales que deciden en la vida de la sociedad colombiana. Hoy, el Presidente Juan Manuel Santos pertenece a ese círculo reducido de empresarios y políticos felices por haberle impuesto a Colombia el macabro Tratado de Libre Comercio con el imperialismo más poderoso que haya conocido el género humano: el estadounidense.

 Ha sido necesario decir algunas cosas del Presidente Santos, porque éste disfruta de encabezar la parafernalia propagandística o publicitaria para decir las mentiras que les convienen negando las verdades que les afectan. La Doctrina imperialista de la Seguridad Nacional escribe lo que deben repetir al pie de la letra los voceros del Estado colombiano. Así es como crean héroes, mártires y próceres en las filas de los verdugos para sostener la falsa condición de “delincuentes” de los miembros de la insurgencia colombiana. Por eso cuando asesinan a opositores al gobierno o a inocentes los presentan como “dados de baja en combate delincuentes de las FARC o del ELN”. Los asesinos son, en cambio, presentados como “los salvadores de la patria”. El premio para éstos: es mayor impunidad para matar.

 Ningún vencedor que presente las víctimas (especialmente muertas) en combate o fuera del escenario de la guerra para vulnerarle sus méritos o su dignidad puede representar principios de una admirada concepción de la vida o del mundo. Ningún triunfador en una batalla que presente a sus contricantes muertos o capturados para beneficiarse el ego y hacerse ver como el Mesías de la paz merece ser considerado como un estadista de la política. Lo que hizo el Presidente Santos con el cadáver del Mono Jojoy y con el cadáver de Alfonso Cano merece ser aceptado o recordado no como la obra de un servidor público por la paz sino como la acción y el pensamieto de un gendarme del capitalismo capaz de violar los fundamentales derechos humanos establecidos, incluso, por el propio capitalismo en su lucha por derrocar el régimen feudalista de los reyes, reinas, príncipes y princesas. Lo extraño, lo realmente extraño, es que anunciada la muerte del camarada Cano como consecuencia de un bombardeo su cuerpo no haya quedado tan mutilado o desfigurado como el del camarada Mono Jojoy. ¿No sería que lo apresaron y luego, llenos de ira sus captores y de miedo, lo fusilaron porque, hasta como Cristo y como el Che, el camarada Cano quedó con sus ojos abiertos?

Al camarada Alfonso Cano, siendo ya cadáver, creyeron (los políticos y militares que viven, hacen e  incrementan su riqueza individual o de monopolio desde el Estado) poder ultrajarle y humillarle su dignidad de revolucionario. “Arrogante”, “ortodoxo”, “elitesco”, “intransigente”, “déspota” “borracho” y otros términos inventaron para descalificarlo, para desvirtuar su pensamiento y su obra como luchador social. Entre los pocos de sus adversarios o enemigos políticos que no se prestaron para la falacia aunque se hayan alegrado de la muerte del camarada Cano, es justo reconocer al actual gobernador de Cundinamarca, quien fue vocero, junto al doctor Humberto de la Calle, del gobierno del Presidente Gaviria en las conversaciones de paz que se realizaron en Cravo Norte en 1990 igual con el aval del entonces Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, quien logró que el diálogo se trasladara a Caracas. En los diálogos, los voceros del Estado colombiano en su generalidad, medían sus palabras y era justo cuando obligados reconocían no sólo la condición de políticos y revolucionarios de los insurgentes sino, igualmente, hasta los lisonjeaban buscando la desmovilización y desarme sin condición de ninguna naturaleza. Cano fue un camarada de muy alto concepto sobre la unidad de los revolucionarios que sabía medir con exactitud los puntos y las rayas que separan a los principios de los factores flexibles de la lucha de clases. Precisamente, el camarada Cano, apreciaba el ansia de paz del pueblo colombiano en los elementos felxibles de la lucha política que en los diálogos cobraran una gra importancia de exponerlos y debatirlos. Los méritos del camarada Alfonso Cano ni van a desaparecer ni pueden ser ultrajados por las burlas y los juicios mediáticos y horripilantes que sus adversarios han expresado de él luego de su muerte.

Que los enemigos del socialismo – no todos por supuesto- disfruten, festejen y se premien por la muerte del camarada Alfonso Cano, no es una enfermedad síquica que habrá heridas en la piel de los revolucionarios. Es un problema de ellos que, de paso, jamás podrán justificar ante la historia. Fujimori, en Perú y aun sin que se haya producido una revolución socialista, está pagando aquella miserable burla que hizo bailando sobre los cadáveres de los tupamaru; el expresidente Uribe ya comenzó a pagar por sus crímenes que creyó nunca saldrían a la palestra pública. Eso tendrá, obligatoriamente, que sucederle al Presidente Santos que jamás ha sido santo. Manaña, cuando los pueblos liberados valoren su pasado, el camarada Alfonso Cano será recordado con admiración, porque no tendrá ninguna necesidad de ser reivindicado mientras quienes se burlaron y humillaron la dignidad de su cadáver pagarán la culpa de sus actos abominables. El nombre de Cano caminará las calles de Bogotá entre los aplausos y vítores de hombres y mujeres liberados. 



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Freddy Yépez


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