Sin duda, las FARC han sufrido golpes extremadamente duros y dolorosos. Tres miembros del Secretariado (Reyes, Jojoy y Cano) muertos por acciones del ejército y la policía en poco tiempo no es cualquier cosa. Otro miembro del Secretariado (Iván Ríos) asesinado por infiltrados tampoco no es cualquier cosa. Y el máximo comandante (Marulanda) muerto por enfermedad natural, igualmente, no es cualquier cosa. En cuatro de las cinco muertes el Estado colombiano se ha llenado la boca destacando que fueron producto de la infiltración o el espionaje que tiene incrustrado a su favor hasta los tuétanos en las filas de las FARC. Han hecho fiestas bailando en una sola pata para festejar esas muertes.
En toda guerra, especialmente, se estimula y se aplica política de espionaje. Si así no fuere, no habría guerra. El mejor aliado del espionaje es el secreto pero el Estado colombiano es el único en el mundo que anuncia públicamente su espionaje. Y eso lleva una clara y específica intención: crear desconfianza, desmoralización y deserción en las filas de la insurgencia. Lo único que le ha faltado al Estado colombiano es decir: “Marulanda decidió morirse antes que el espía lo condujera seguro a la muerte por bombardeo de explosivos”. Lo que no reconoce el Estado colombiano, no le convino nunca, es que Marulanda construía su campamento muy cerca de los campamentos del ejército colombiano y así no sólo garantizaba su seguridad sino que burlaba los servicios de inteligencia y contrainteligencia como de información y contrainformación del Estado y sus fuerzas militares y policiales.
La táctica militar depende, en primera instancia, de la tecnología del momento. El Estado colombiano cuenta con avanzada tecnología incluso manejada y controlada por expertos estadounidenses. Si no lo creen, traten los dejen visitar el búnker Tres Esquinas u otros lugares que se parecen mucho a bases militrares estadounidenses pero en Colombia. Los errores que comete el movimiento revolucionario los aprovecha el adversario o lo contrario. Una insurgencia que ya lleva casi medio siglo de lucha política en desfavorables condiciones en relación con el Estado y se mantiene activa significa que ha sabido superar escollos y avanzar en medio de las dificultades. El hecho que el Estado con sus fuerzas militares y policiales, con inversiones cuantiosas de recursos económicos, con políticas de terror en los campos y ciudades, con creación de paramilitarismo, con una importante ayuda militar de Estados Unidos en diversos aspectos y hasta de colaboración de Estados vecinos y no haya podido derrotar a la insurgencia es, ojalá un día lo reconozcan, un síntoma de incapacidad física que, posiblemente, jamás explique pero, por otro lado, es un elemento que indica que la insurgencia ha contado con apoyo de una parte del pueblo y de solidaridad internacionalista. Ahora, nada de eso excluye la posibilidad real que la insurgencia cometa errores importantes que conduzcan, entre otras cosas, a recibir golpes como los que actualmente duelen en el alma y el corazón de los revolucionarios. En una guerra tan prolongada como la colombiana, eso es hasta inevitable. Y es incumbencia, en primera instancia, de la misma insurgencia aceptarlos y corregirlos.
Ese cuento de que los espías informan al Estado colombiano de cada paso que dan los jefes guerrilleros es farso, es un invento para provocar, para estimular la confusión, la desconfianza y la deserción en las filas insurgentes. Todo el mundo sabe que existe tecnología para precisar la estancia o movilización de gente armada en las montañas sin necesidad de infiltrarles espías. Si el Estado colombiano estuviese en capacidad de infiltrar un espía por cada Frente guerrillero no abriría tanto su boca y ya hubiese producido golpes demoledores en casi toda la geografía colombiana donde tiene presencia e influencia la guerrilla. Ahora, si el planteamiento del Estado es dejar acéfala a la insurgencia de dirección creyendo que el resto del cuerpo se derrumbaría por sí solo caería en el mismo error del terrorista que considera que matando a un ministro tumba al gobierno completo sin darse cuenta que inmediatamente es sustituido por otro y que termina el pueblo pagando las graves consecuencias de su acto individual.
No soy absolutamente nadie ni tengo los conocimientos para saber cuáles han sido o no errores cometidos por la insurgencia y que les haya costado sangre, sudor y lágrimas. Más bien, mi deseo es que no sufrieran golpes, por lo menos, fuertes y dolorosos como las muertes de Reyes, Jojoy, Cano y Ríos. Si creyese en Dios, todos los días le rezaría para pedirle por el triunfo de la insurgencia colombiana. Pero ni Dios ni la voluntad de los seres humanos deciden el destino de la historia y, mucho menos, en una guerra.
Simplemente voy a comentar unos elementos que la insurgencia, seguro, ya ha analizado bastante y deben haber tomado medidas de precaución. Tengo entendido, sin necesidad de ser espía, que el camarada Cano se afeitó su ya célebre barba para despistar a los sabuesos que desde el aire, mar y tierra buscaban precisar sus movimientos pero, no sé si eso es un error o un descuido, no se separó de los dos perros que siempre le acompañaban como tampoco, en quince años, cambió de radista lo cual facilitaba la identificación de sus desplazamientos deducidos de la misma voz de siempre en la comunicación del camarada Cano con sus otros camaradas.
Todo el cuento del Estado sobre el espía que tiene infiltrado en las FARC indica que envía la información dónde se encuentra el objetivo o hacia dónde se desplaza el mismo pero jamás va en el grupo que será atacado. ¡Tremendo espía! La verdad es que si un miembro del Secretariado de las FARC se va a trasladar de un lugar a otro, sólo los que van con él conocen el destino. Entonces: ¿cómo es eso que lo sabe el Estado sin que lo conozca el espía? En tiempo de guerra actual el mejor espía es la tecnología más los errores que pueda cometer el grupo-objetivo del plan de ataque del Estado o enemigo. En una guerra el bando que sepa introducir extrema descofianza en el otro, lleva una ventaja para la aplicación de las tácticas políticas o militares. Y la insurgencia colombiana posee mucha experiencia para dejarse arrastrar por los petardos de espionaje lanzados al aire por el Estado. Ahora veremos y escucharemos al Presidente Santos y sus altos mandos militares y policiales anunciar que le están pisando los talones o respirándole en la nuca al camarada Timoleón. Pero si logra darle muerte al camarada Timoleón, las FARC tienen personas capacitadas para sustituirlo. En fin, matando miembros del Secretariado el Estado no garantizará jamás acabar con las causas que han generado el conflicto político armado que vive Colombia. El guerrerista piensa, primero, en las armas y las balas al mismo tiempo que en la muerte, dejando lo político a las casualidades. ¡Graso error!
Mientras el gobierno colombiano le saca punta a un espía que actúa invisible y está en todas partes, al mismo tiempo como si fuera un Dios, acompañando a cada miembro del Secretariado de las FARC para datear justo en el momento en que están dadas las condiciones para asesinarlos, ese mismo espía aleja cada vez las probabilidades de encontrar una salida concertada –mediante el diálogo- al conflicto armado y político colombiano. Con cinco espías como los que tiene infiltrados el Estado colombiano en la insurgencia. Bolívar hubiera perdido la guerra contra Morillo, Napoleón jamás hubiese llegado a ser Emperador, Giap no hubiera pasado de ser un simple soldado en la guerra vietnamita contra Francia y Fidel hubiese quedado hecho añico en la Sierra Maestra.