Cada día con más fuerza y volumen está haciendo carne en la población la idea, bastante razonable, de que el Presidente podría tener un cortocircuito en sabrá Dios qué parte de su cerebro.
Arturo Alejandro Muñoz
LAS ‘PIÑERICOSAS’ YA dejaron de ser chistosas o humorísticas. De un tiempo a esta parte muchos chilenos han comenzado a preocuparse de verdad por los patinazos del Presidente de la república, especialmente aquellos que en una u otra medida apoyan al actual gobierno aliancista. Resulta obvio suponer que quienes tienen participación directa en la actual administración también –aunque no lo exterioricen- deben sentir un extraño cosquilleo provocado por el disgusto y el temor.
¿Disgusto y temor, a qué? Obviamente, el disgusto es comprobar que muchas de las opiniones respecto de Piñera, vertidas por la gente en la calle y en las redes sociales, están obteniendo asidero real…y el temor, por supuesto, apunta a que poco a poco –y cada día con más fuerza y volumen- está haciendo carne en la población la idea –bastante razonable- de que el Presidente podría tener un cortocircuito en sabrá Dios qué parte de su cerebro.
Un amigo radical –de esos radicales a la antigua, republicano y bueno para los asados y las longanizas- asegura que Piñera está afectado por un mal social que años atrás el pueblo bautizó como “el síndrome Pato Peñaloza”. ¿No sabe de qué se trata? La verdad es que para conocer ese síndrome usted tendría que haber leído –hace algunas décadas- la revista de variedades y chistes picantitos más famosa de Chile: “El Pingüino”.
En esa revista, creada y dirigida por Guido Vallejos, había una página dedicada a “Los relatos del Pato Peñaloza”, que era un personaje de baja estatura, gran jopo engominado, bracitos y piernas cortitas, chamullero, fantasioso, un pesado insoportable, siempre vestido con el mejor de los ternos.
Es posible (sólo posible) que un mandatario pueda dirigir un país mezclando seriedad con farándula y egocentrismo, pero en los casos conocidos ello terminó siendo un fiasco absoluto. Recordemos lo acontecido al ex presidente ecuatoriano, Abdalá Bucaram, o al ex mandatario brasileño Fernando Collor de Mello, para de esa forma aquilatar cuán peligrosa resulta tal mixtura, no sólo para quienes la utilizan sino también para el país en general.
En Europa, Silvio Berlusconi (cuya figura política-empresarial muchos chilenos asocian con Piñera) ya probó el amargo sabor de ese trago, y no se requiere ser analista político a objeto de barruntar las razones del por qué terminó mucho peor de lo que él y sus cada vez más escasos partidarios esperaban.
En el caso que nos ocupa (y preocupa), todo Chile sabe que don Sebastián –financieramente hablando- es un especulador que ha tenido la enorme granjería de contar con una estupenda red social gracias a que su hermano José fue ministro durante la dictadura, y centenares de empresarios le deben a él (y a Pinochet) toda su riqueza actual. Además de ese económicamente vital hecho, para lograr que sus actividades bolicheras pasen desapercibidas a los ojos de las masas, don Sebastián no sólo cuenta con el irrestricto y cómplice apoyo de los medios de prensa conservadores sino, además, sus adláteres han sabido disfrazarle los turbios negociados con una capa de inefable y mediática estulticia.
¿Pero, es ella (la estulticia) espontánea o responde a un estudiado y malévolo objetivo? La pregunta tiene un afán asentado en la realidad, ya que al destacarse el ‘payaseo’ del mandatario se cubren con polvo del olvido acciones como lo acaecido en el Banco de Talca, la sanción de la Superintendencia de Valores y Seguros; las elevadas multas a LAN en USA (cuando Tatán era gerente de esa empresa); el “Caso Chispas”, el Piñeragate, la colusión de las Farmacias, el escándalo por intervención presidencial en la ANFP para desbancar a Mayne Nichols y dejar a Bielsa entre la espada y la pared; las torpes y mitómanas declaraciones en la ONU; las increíbles y falaces respuestas entregadas por Piñera al cantante Roger Waters, y un largo etcétera.
Sea cual sea la respuesta, ya estulticia natural ya mero teatro, ella da cuenta de que nuestro mandatario podría ser una persona que no está real y completamente sana en lo que respecta a cordura, en el estricto y extenso sentido del término, pues la mitomanía, las contradicciones y las torpezas gigantescas que le hemos conocido en dos años de mandato, parecerían ser elementos suficientes para que en un país más civilizado y democrático que el nuestro, el establishment ya le hubiese retirado del importantísimo cargo que ocupa, o por lo menos se plantease la cuestión. Le ocurrió a Bucaram, y en alguna medida, a Berlusconi.
Piñera y sus asociados, en cambio, siguen confiando en la cómoda pusilanimidad del pueblo chileno…asegurando que en nuestro país – a diferencia de Italia, Ecuador o Argentina- no hay suficiente valor para desestibar a un gobierno por muy mal que este haya actuado…o por muy ‘extraño y poco cuerdo’ que sea el comportamiento de quien encabeza el Estado. En resumen, la derecha empresarial y el bloque de la Alianza están apostando todas sus fichas a un supuestamente inagotable ‘aguante’ del pueblo.
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(*) Publicado en Revista POLITIKA