En su gira por México y Cuba aprovechó su alta investidura y el respeto que le profesan millones de personas para decir, en la segunda nación, que “El marxismo no se corresponde con la realidad”. Extraño: no lo dijo en México sino precisamente en el país bloqueado por Estados Unidos por alzar, desde hace más de medio siglo, la bandera del socialismo.
Bueno, todo religioso o creyente en Dios, en el señor Jesucristo y en la Virgen María y hasta en la del Cobre, tiene derecho a negar la vigencia del marxismo, porque éste, desde el punto de vista teórico y científico, es incompatible o irreconciliable con la teología que cree que el Ser Supremo hizo al mundo y decide por él.
Si el marxismo carece de correspondencia con las realidades de este mundo porque plantea la necesidad de la revolución proletaria y la inevitabilidad del socialismo tendríamos, igualmente, que analizar si la religión, cualquiera que ella sea, posee correspondencia con las realidades objetivas de este tiempo. Si el señor Jesucristo vivió, pensó y luchó por la liberación de los pobres y sus postulados son la doctrina de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, el Papa y sus fundamentales cardenales y obispos están obligados a reflexionar seria y objetivamente sobre las realidades de este mundo para determinar si tiene o no vigencia sus posturas frente a la política, la economía y la ideología que hace imperar el capitalismo para que los pobres sean cada día más pobres y los ricos más ricos, para que los pobres cada día sean más esclavos y los ricos más esclavistas.
Se tiene entendido que la teología cristiana y el marxismo coinciden en la necesidad de liberar a los pobres del yugo de los ricos. El cristianismo planteó la justa distribución entre todos de lo producido, cosa que igualmente expone el marxismo. La diferencia estriba en que el marxismo agregó que para lograr eso era imprescindible que todos los seres humanos se hicieran propietarios de los medios de producción y no como lo establece el capitalismo enarbolando la sagrada propiedad privada sobre los mismos.
El Vaticano, es decir, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana posee grandes propiedades de medios de producción como también bancos que viven del préstamo ganando intereses usando dinero ajeno. Jesucristo jamás pregonó tales postulados de explotación de clase ni del hombre por el hombre. Pero aceptemos que en este mundo capitalista ninguna institución religiosa, por ejemplo, puede sostenerse sin poseer negocios propios. Respetemos eso, aunque la doctrina comunista plantea el imperio de la propiedad social sobre la desaparición de la propiedad privada.
La Iglesia tiene una concepción del mundo que tiene como fundamento o principio la creación de la naturaleza y del hombre y la mujer por Dios, quien posee poderes sobrenaturales, divinos e inmutables, aun cuando el Papa Juan Pablo II dijo lo contrario. En cambio, la concepción del mundo del marxismo tiene como principio no sólo que el hombre y la mujer son productos de la propia naturaleza sino, igualmente, que “... el proceso real de producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción y engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases como el fundamento de toda la Historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando a base de él todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad (y también, por ello mismo, la interdependencia entre estos diversos aspectos)”, como lo dijeron Marx y Engels.
Sin embargo, mientras el Papa Benedicto XVI sostiene que el marxismo no se corresponde con la realidad, muchos pero muchísimos sacerdotes de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana se dan de la mano con los marxistas en la lucha por la creación de un mundo nuevo, es decir, del socialismo. Si al Papa se le ocurriera expulsar a ese numeroso grupo de sacerdotes crearía una profunda crisis, especialmente de credibilidad, en la Iglesia. El Papa Benedicto XVI no esconde su anticomunismo pero, al mismo tiempo, no se le ha escuchado decir que ya el capitalismo no se corresponde con un mundo donde sean resueltas todas las necesidades fundamentales, tanto materiales como espirituales, de la inmensa mayoría de la humanidad, es decir, de los pobres por los cuales vivió, pensó, luchó y murió el señor Jesucristo.
Es supremamente dificilísimo que vuelva un Papa Juan XXIII al Vaticano. ¡Que Dios y el proletariado que esté en el Cielo lo tengan siempre en la gloria! El anticomunismo es un principio rector en las altas esferas de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana como, igualmente, de otras religiones. Si embargo, ninguna tiene fundamentos científicos para rebatir la doctrina marxista que hoy mucho más que ayer cobra mayor vigencia y mayor correspondencia con la realidad internacional y con las realidades nacionales.