La ofensiva militar del imperio, que sabe que la crisis del capitalismo es casi imposible superarla, de no ser asumiendo -como siempre lo ha hecho- el camino de la violencia con la cual poder robar territorios, recursos y espacios políticos, coloca a los movimientos revolucionarios en una encrucijada.
Y cuando hablamos de izquierda revolucionaria hacemos una diferencia con respecto a los partidos y movimientos que sostienen ruidosamente ser de izquierda, pero que en su andar han negociado con la derecha y cedido paso a los factores reaccionarios y fascistas que se disfrazan de demócratas, apostando al reformismo, no como alternativa circunstancial para lograr avanzar en alguna medida hacia la Revolución, sino como la vía y el resultante de su proceder. Contrastamos entonces la primera con la segunda, que para esconder su simpatía con la derecha, distorsiona y criminaliza las luchas por la emancipación de los pueblos contra el poder erigido, en perjuicio de las grandes mayorías.
Reproduzcamos una cita del pensador, político y escritor dominicano Narciso Isa Conde del libro recientemente publicado por editorial Trinchera “Multicrisis y Nuevas Vanguardias” en la que afirma: Y las nuevas fuerzas políticas de vanguardia para ser reales vanguardias de los movimientos sociales, deben asumir integralmente e imprimirle contenido político a las rebeldías clasistas, feministas, juveniles, ambientalistas-ecológicas, a las luchas de los pueblos originarios de nuestra América.
Es entonces cuando creemos fundamental destacar el papel de la izquierda como vanguardia articuladora, que impulse las luchas, y no que castre desmovilizando y frustrando el avance de la fuerza que tiene el poder para derrocar al imperio.
Si bien el temor a la confrontación con las contradicciones es uno de los elementos que originan actitudes reformistas dentro de los espacios que construyen revolución, el elemento principal es el miedo a perder el poder, como propiedad de individuos y grupos para beneficiarse y dominar, y no como el ejercicio colectivo de los pueblos para conquistar su libertad en la lucha por derrotar al capitalismo y la explotación.
Ernesto Ché Guevara advirtió que no se puede construir el socialismo “con la ayuda de las armas mellada que nos legara el capitalismo”. Entendemos entonces que no podemos maquillarlo, adornarlo ni reformarlo. Se trata de generar alternativas desde todos los espacios para destruirlo y construir así un sistema socialista que sane las enfermedades, taras y heridas que provoca el capitalismo.
No queremos confrontarnos con las realidades, con las debilidades, con las omisiones y con las fallas. Tememos a la crítica porque asumimos que ella nos destruirá. Como nos dice Iñaki Gil de San Vicente en su artículo “Ché Guevara, crítico marxista del reformismo” donde incorpora una cita de V. Morales Sánchez “Criticar es juzgar con valentía, es identificar méritos y debilidades; develar lo oculto, actuar de forma abierta y no dogmática; llamar a las cosas por su nombre. Es una actividad que implica riesgos porque el ser humano (autor también de las obras criticadas) es un ser contradictorio y orgulloso que construye, inventa y progresa, pero teme los juicios que puedan descubrir sus errores o debilidades. La crítica es, por naturaleza, polémica; genera discordias y enemigos, pero también amigos. Puede producir ideas y conocimientos, así como cambios, siempre necesarios, en las obras y en los seres humanos. De allí que lo normal es que el poder establecido o dominante trate siempre de suprimir o de ocultar la crítica”.
Entonces, la criminalización de las luchas de los pueblos y movimientos contra el capital, el imperio y el sionismo, es parte de la trampa del propio sistema, que cuenta con armas ideológicas para ello, las cuales han afectado la conciencia de los individuos, a través de la cultura y la mediática, especialmente.
Seguimos cayendo en las trampas que nos tiende el sistema a través de sus medios. Tal cual lo planteo el teórico alemán y asesor de Hitler, Paul Joseph Goebbles “Una mentira mil veces repetida…se transforma en verdad”. A esta premisa acude el impero para desprestigiar y criminalizar a los pueblos rebeldes. Nos vendió el término “terrorista” para asesinar a revolucionarios en todo el planeta; para legalmente masacrar a pueblos armados que resisten y poder controlar los negocios más suculentos como el petróleo, el comercio de armas, el tráfico de drogas y otros.
Presencia militar a escala planetaria
Entonces, los coqueteos con la derecha, el temor a confrontarse con los poderes establecidos, el miedo a enfrentarse con el sistema y perder la “comodidad”, la seducción por el reformismo es un enemigo que pone en peligro a la humanidad.
Aunque parece un lugar común la denuncia que se hace desde cientos de voces militantes de la amenaza del imperio con destruir el planeta, es una realidad. La injerencia directa en invasiones y golpes de estado contra las democracias del mundo son el resultado de la ofensiva imperial.
Simón
Bolívar lo profetizó “Los Estados Unidos
de Norteamérica parecen
destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la
libertad”. Seguramente hoy agregaría “el
mundo entero”.
Basta con tomar en cuenta como elemento principal el despliegue militar en todo el planeta. La presencia de Estados Unidos se traduce en la instalación de más de 865 bases militares (según cifras conservadoras) en los cinco continentes, para facilitar el despliegue de sus tropas a la hora de intervenir o invadir cualquier nación.
Entonces los sectores conservadores, ingenuos, reformistas no pueden convencer a ningún pueblo o sector revolucionario de que por la vía de la “negociación” este país colonizador, invasor y forajido va a desistir de su proyecto hegemónico. Hecho público sin vergüenza alguna cuando lanzó las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945.
La crisis económica que atraviesa Estados Unidos, mucho menos divulgada que la de Grecia y otros países europeos, no le ha impedido invertir en armas. No en vano destina unos mil 531 mil millones de dólares al año lo que significa 43 por ciento del total que se invierte para la maquinaria de guerra en todo el planeta.
Esta es una realidad comprobable. Las invasiones a Libia, Afganistán, golpes de estado consumados en países como Honduras y Paraguay; amenazas de invasión en Siria e Irán y financiamiento de movimientos “rebeldes” en naciones latinoamericanas como es el caso de Ecuador, Bolivia, Venezuela se suman a su política guerrerista para consumar el dominio total de las zonas estratégicas que le permitan controlar todo el planeta.
Llama la atención entonces, cuando algunos sectores de la izquierda se ruborizan frente a las políticas militares de países como la República Bolivariana de Venezuela, cuestionada por la adquisición de instrumentos de defensa y sus alianzas con países que le aportan tecnología para lograr su independencia y soberanía militar. La legitimidad en este sentido está en que se piensa en la protección y no en el ataque o invasión a otros países. La paz a veces no suele ser pacífica.
De manera que no será por la vía del reformismo y la conciliación con la derecha que se logre detener la voracidad imperial. No será desmovilizando a los grupos revolucionarios como se podrá avanzar en guerra contra el imperio. Será articulando para lograr la unidad de los comunes soportando las diferencias no antagónicas; generando espacios para el enriquecimiento del pensamiento revolucionario; la organización, la movilización; combinando todas las formas legítimas de lucha, desde las elecciones burguesas hasta la lucha armada en el caso de los pueblos que no tienen otra opción. Por ello es que a nuestro juicio, hoy más que nunca, el reto de la izquierda revolucionaria es mayor y sin otra opción que la de enfrentarse a su enemigo natural.
hindu.anderi@gmail.com