Con la revolución siria a pesar de todo

A pesar de la frustración, a pesar de la nebulosa política que vive la oposición, a pesar de la falta de coordinación entre las unidades del ESL, a pesar de la presencia del Frente de Al-Nusra, a pesar de los errores, tropiezos y posturas dudosas, a pesar del rechazo del mundo apoyar al pueblo sirio, a pesar de la tardanza en lograr la solución militar y la confusión política, a pesar del enfado que provocan las declaraciones televisivas y a pesar de todo, estoy con la revolución siria.

Esperaba que el régimen de la dictadura cayera en Daraa, ante la sacralidad del sacrifico de Hamza al-Jatib. Esperaba que las flores de Ghiath Mátar y las botellas de agua que repartió entre los soldados lograran la victoria y el régimen cayera sin pérdidas. Esperaba que el grito de Homs, las canciones de Qashus y las decenas de miles que ocuparon las calles con sus gargantas y manos alzadas en un desafío pacífico bastasen. Esperaba que las armas no se levantaran contra las armas, y que la voluntad popular lograse despertar las conciencias que no tienen conciencia y que sus manos temblaran antes de disparar. Esperaba y sigo esperando, pero el salvaje régimen mafioso cuyos tentáculos se extienden por todas partes y que edificó Al-Asad padre y heredó su hijo, decidió enfrentarse al pueblo hasta el final.

Asad o nadie, Asad o quemamos el país, Asad hasta la eternidad. Son los lemas del régimen asadiano, que tiene por costumbre comportarse como si Siria fuera un reino canonizado con su nombre. Los aviones están por todas partes y también la muerte. El régimen no tiene otro objetivo que mantenerse y la condición de su permanencia es humillar al pueblo. No es cierto que el objetivo de la represión que practica el régimen, desde el inicio de la revolución, sea asustar al pueblo sirio y destruir su tejido social. La política de terror comenzó hace mucho cuando el poder se convirtió en un monstruo inmundo que se separó de la sociedad con su aparato represor y se comportó como una fuerza bruta de ocupación sin nada que la detuviera. Lo que hoy estamos presenciando es la generalización de ese terror y su transformación en el único medio de tratar con la sociedad, sumergiendo al pueblo en sangre y convirtiendo la civilización en destrucción.

Las palabras sobre la solución política de la situación en Siria son humo y una pérdida de tiempo. Este régimen no comprende la política más que en su forma de juego al borde del precipicio de la muerte. A sus enemigos políticos los aniquila, mata a los símbolos de la sociedad, y después deja a quien queda vivo que aprenda la lección y que se acostumbre a inclinarse, callarse y someterse.

Pero, en contrapartida, trabaja de forma muy experta en el ámbito de la política exterior, a nivel regional e internacional. Se arrodilla, negocia, vende y compra para asegurarse su permanencia. Derriba un avión turco, pero se agacha ante el avión israelí; apoya a Hezbollah, pero no perjudica en nada los acuerdos de seguridad en las fronteras siro-israelíes, que se encogen y expanden según los equilibrios de fuerzas. Sin embargo, su capacidad de maniobra regional e internacional depende de su éxito total en sacar a la sociedad siria de la ecuación política por completo.

Cuando los sirios rompieron el muro del miedo y salieron del atoramiento de la represión, el régimen descubrió su calidad de mafia que no habla más que la lengua del crimen. Por ello, cualquier discurso sobre la solución política con el régimen es una mera ilusión y una invitación a la debilidad y la relajación. No comprende la política interior más que como la no política; es decir, sacando a la gente de la política y devolviéndolos a las cadenas de su adoración.

La situación en Siria es trágica, y el dolor de los sirios es demasiado grande como para soportarlo, pero la condición para que se detenga la tragedia es la caída del régimen. Todo lo que sea hablar de otra cosa es una mera ilusión y una compra de espejismos. Mientras la familia asadiana se mantenga en el poder, seguirá comportándose como un león [1] con el pueblo. La condición para que detente el poder es acabar con la voluntad de la gente y no se contentará con dividir el poder con nadie. La mafia puede llegar a un pacto de división en el que tenga influencia junto a otra mafia, pero no pueda formalizar un pacto con la Ley, ni el Derecho. La condición para que se detenga la tragedia y se reduzca el sufrimiento de los sirios es la caída del régimen, pero esto no supone en absoluto que la revolución no juegue en política, o sea, no se trata de que no maniobre ni acumule victorias, ni hable con la lógica que saque al régimen de asesinos.

Esto no es una invitación ni llamada a negociar con Asad. El único lugar de diálogo con el carnicero es el tribunal, donde el hijo y señor del régimen deberá confesar sus crímenes. Este es un llamamiento a construir una estrategia de acción política que avergüence a los aliados del régimen, especialmente su aliado ruso, que se ha afanado en cubrir el crimen, convirtiéndose en partícipe del mismo.

Y ello exige que la oposición no actúe como si no padeciera tres enfermedades:

La primera es la enfermedad de dudar de todos, una enfermedad que es resultado de la era de la dictadura cuando el régimen logró hacer que el padre dudase del hijo. Se trata de una enfermedad letal y acarrea la posibilidad de que la oposición se convierta en la otra cara del régimen despótico.

La segunda es la enfermedad del autoritarismo, el autoritarismo y no la autoridad, pues la lucha es imaginaria. Dejad de luchar por imponer vuestra autoridad para poder vencer en la lucha por la autoridad con el régimen.

La tercera es la enfermedad de la corrección del concepto de liderazgo, pues el liderazgo no reside solo en vivir en Siria y ser partícipe de las preocupaciones del pueblo, sino que también es la capacidad de adoptar posturas, condenar los errores y corregir el cañón del fusil cuando se convierte en un instrumento de terror.

A pesar de todo, deben unirse todos los sirios y los que creen en el derecho del pueblo sirio a la libertad en torno a la revolución. No esperéis una solución del exterior: ni el petróleo del Golfo ni las promesas estadounidenses. La revolución siria está por encima de que se la mire como si mendigara la victoria a quien nunca creyó en el derecho de los árabes a vivir dignamente.

El pueblo sirio vencerá porque lo merece tras sus enormes sacrificios. Cuando Siria vuelva a ser de los sirios y las sirias comenzará el camino del Levante árabe hacia la recuperación de su voz y su presencia.


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