El imperialismo ha cometido tantas atrocidades en este mundo en nombre de la libertad y de la democracia que hemos entrado al tiempo en que ya no hacen falta los profetas sino las revoluciones proletarias. No existe, en la actualidad, regiones donde se presenten las condiciones objetivas ideales para explosiones sociales revolucionarias como en los países islámicos. Pero a falta de condiciones subjetivas (esencialmente carencia de dirección revolucionaria clasista), lancemos gritos al Cielo para que el Dios-Alá baje en auxilio de sus pueblos y de todos los pueblos del planeta para que obligue a sus creyentes a hacer la Revolución proletaria. El capitalismo ya nada tiene que ofrecerle de justicia a los islámicos como tampoco al resto de la humanidad salvo que sea en provecho de la alta burguesía y eso lo sabe, mucho más que ellos y nosotros -los que no somos islámicos-, el Dios-Alá.
Donde más se presenta un mar de contradicciones de todo género es en el mundo islámico. Fracciones, grupos, sectas, amén de cantidades de partidos y organizaciones políticas. Todos creen en el Dios-único Alá, pero cada quien a su manera, es decir, lo invocan con una fe admirable pero hay clases o sectores sociales que nunca le dicen la verdad verdadera al Dios Alá. La burguesía islámica explota y oprime al proletariado de manera semejante a como lo hacen las burguesías en naciones que no son islámicas. Lo mismo hace la clase burguesa que cree en el Cristianismo. Dios, para la burguesía, existe sólo para una satisfacción espiritual pero nunca material. Los burgueses católicos y cristianos van a sus iglesias para conversar con Dios y solicitarle perdón por algunos pecados que precisamente no son los más graves que cometen. Lo mismo hace la burguesía islámica.
Pero no sólo la burguesía islámica es culpable de la nefasta situación que vive la inmensa mayoría de los pueblos islámicos. El proletariado islámico igualmente tiene una gran dosis de culpa porque no se decide a cumplir con su papel gestor de una nueva sociedad, es decir, del socialismo. Pero no sólo el proletariado islámico es culpable de los desafueros y las tropelías que cometen gobiernos islámicos contra pueblos islámicos –en particular- y del mundo –en general-, sino que también permite que sus gobernantes sigan vendiéndole petróleo a las naciones imperialistas para que hagan guerras de rapiñas y cometan crímenes de lesa humanidad, incluso, contra sus propios pueblos o hermanos.
No nos pongamos a discernir, por ahora, los fundamentos del islamismo como tampoco a buscarle una quinta pata al gato, pero tampoco debemos esperar pasivos a que llegue ese momento en que se haga realidad el cierre del sol, la caída de las estrellas, el movimiento de las montañas y el hervir de los mares para entender que antes de que se acabe el mundo, por la propia lógica y dialéctica de la Tierra y sus alrededores –por lo menos- más cercanos, es imprescindible hacer que la humanidad marche hacia la conquista de un ideal redentor o emancipador de todo vestigio de esclavitud social. No importa si entonces algunos siguen creyendo que aún las almas no sabrán qué hicieron para que el gran sueño de la paz con verdadera justicia social se haya cumplido o hecho realidad.
Entre los mandamientos sagrados del Islam están el exhortar la felicidad, que nadie pase hambre y el ejercicio de la caridad. ¿Acaso la burguesía islámica, explotando y oprimiendo pueblos, hace algo positivo para que esos mandamientos se cumplan de manera rigurosa? ¿Acaso el proletariado islámico, resignado a la explotación y opresión de quienes les gobiernan, luchan por hacer realidad el más absoluto respeto a esos mandamientos? Si todos los islámicos deben ser iguales ante Alá: ¿qué hacen los pueblos islámicos para que se cumpla a cabalidad el deseo del Dios-único?
Si buena parte del mundo islámico considera o cree que los imperialistas son trasgresores, despojadores de la tierra, la riqueza y la felicidad de los creyentes en el Dios Alá, entonces ¿por qué no derrocan a todos los gobernantes islámicos que tienen pactos de conchupancia con los imperialistas en perjuicio de los pueblos islámicos ya que también son trasgresores, despojadores de la riqueza, la tierra y la felicidad de los pueblos islámicos?
Lo que sucede actualmente en el mundo islámico es el mejor caldo de cultivo para que los movimientos revolucionarios organizados –los que existan por lo menos- traten, por todos los medios políticos, de convertirse en la verdadera dirección de conducción del gran flujo de masas enardecidas contra los gobiernos que se empecinan en servir a los intereses económicos de la burguesía y del imperialismo en perjuicio de los de sus propios pueblos. Estos ya no quieren que los sigan gobernando como antes pero los que gobiernan no pueden tampoco seguir gobernando como antes; existe un medio ambiente o una situación política de crisis que favorece el fortalecimiento del ideal revolucionario; y las masas, en el diario trajín de la lucha política, se están preparando para acciones más profundas y de mayor relevancia por la conquista de sus objetivos. Falta, sin duda alguna, la dirección revolucionaria ideal para ponerse al frente de la lucha de clases o política en el mundo islámico. Ojalá eso se lograra en poco tiempo y el planeta completo sabrá agradecérselo al mundo islámico.
¡Por favor: Alá… auxílianos: llama a los pueblos islámicos a derrocar sus gobiernos y a establecer la dictadura del proletariado para la construcción del socialismo! Ese sería el grandioso aporte de los pueblos islámicos al carácter permanente de la Revolución Socialista. Amén.