Santísimo padre. Bienvenido al mundo como Papa. Aunque usted es oriundo de Argentina, nos cae en esta hora aciaga como una bendición que nos manda el cielo o, más bien el Olimpo creador y, a mí en particular, me satisface hondamente su aparición con esa fumata blanca que crispó de alegría el cielo nublado de Roma y, a los miles de personas presentes en la plaza San Pedro: los envalentonó de un júbilo católico ilimitado como si fuera un eterno Emperador romano que viene a crear y a conciliar con la paz y el amor y a satisfacer las necesidades de los millones de pobres que existimos en el mundo: desamparados y olvidados, pero explotados por el capitalismo salvaje.
No se imagina Santísimo Padre: cómo nos embargó esa emoción celestial que nos corrió por las venas de la convivencia racional por su llegada sin paracaídas y, por ser de un país Suramericano que, anda dando pasos democráticos con una presidenta que lucha por su pueblo y, que no es vista con buenos ojos por la oligarquía y grupos de poder que odian como acá en mi país todo lo que huela a revolución dentro de la justicia social que debe prevalecer en toda sociedad democrática como el cordón umbilical de satisfacción y progreso de la gran mayoría.
Vuestra eminencia Francisco, como sé que usted sabrá que acá en Venezuela estamos pasando por una situación de hondo pesar y de tristeza incontenible que nos ha dejado la muerte de nuestro comandante presidente Chávez –al que usted: estamos seguro- lo habrá incluido en su rosario de oraciones como pastor del Vaticano en que está obligado a bendecir en el día a día a todos los habitantes de la tierra: católicos o no como buen cristiano que debe ser, apegado a su Dios y, a sus creencias, sería bueno que no nos olvide ni nos desampare de su fe en su recién estreno y acogida como sustituyente del papa Benedicto XVI por cansancio.
No está por demás pedirle con infinita devoción como sucesor de san Pedro que es acá en la tierra y, decirle que su elección como Papa nos satisface en grado sumo como Latinoamericano que es, lo compromete de tantos años de ejercer su carrera como arzobispo de Buenos Aires en la Argentina a procurar y considerar darle una manito al camarada y mártir revolucionario como lo fue el Che Guevara que luchó afanosamente por los pobres del mundo: ojala lo ilumine con sus bendiciones y le busque un buen lugar de reacomodo mundial que lo haga el “santo Che” de por vida como gloria a su persona de mártir guerrillero y, luchador social internacional incansable por el bien de los pobres y, además compatriota suyo. Qué acto tan hermoso sería de su parte y a lo mejor los santos y feligreses de la tierra se lo agradecerían como un ritual de compensación a un hombre que en vida salió de su país a pelear en defensa como lo hizo por los oprimidos.
Piénselo: papa Francisco que, imaginamos que escogió ese nombre para resaltar a tantos Franciscos que ha parido la madre naturaleza en toda su extensión geográfica que han sido los olvidados en su condición humana con ese nombre y, que usted en atención a ellos: hace justicia divina con esa selección que encaja bien al presente en El Vaticano, aunque su apellido de Bergoglio sea un poco astringente de pronunciar como argentino que es como el nuevo Romano Pontífice de la iglesia católica universal.
Y lo otro que le ruego encarecidamente santo Papa es que, al candidato de la oposición venezolana: el fascista Capriles Radonski lo crucifique de sucesiones convergentes de bendiciones piadosas que le permitan sacarle de su cuerpo el demonio contagioso de perversidades inescrupulosas que en ritmos aburguesados lo contaminan de odio tangencial absorbente que, hacen de él un ser despreciable fuera de todo principio de persona normal que busque el bien de los ciudadanos que quieran seguirlo y, apoyarlo e ilumínelo a que consiga el fiel del sentido común de la racionalidad sin distingo y, remueva sus pecados que son muchos y siguen creciendo en ascendencia exponencial que lo hunde diariamente cada vez que está frente a un micrófono.
Consuélese de él que papa Francisco que con eso ganará un alma antes que se lo lleve el infierno de sus mentiras caprichosas que, como un don oculto lo mantienen en una bajeza espiritual que da lástima en peregrinación de bajas y peligrosas ideas que lo alejan de la realidad del País y, que por él y por usted en l misma balsa del bien se llenen de consuelo ante Cristo.