¿Tolerancia?

Desde T. Moros, pasando por Locke y Voltaire, y más recientemente E. Fromm o M. Foucault, por citar algunos pensadores occidentales emblemáticos, se ha reflexionado sobre la tolerancia, aunque cuando hablamos desde este lado de la “orilla” es imposible eludir las referencias históricas de nuestro origen y no recordar a nuestros pueblos originarios y sus prácticas ante el invasor y colonizador.      

Dice N. Bobbio que cuando se habla de tolerancia se debe ver desde dos momentos históricos: aquel donde el concepto era aplicable a la convivencia entre distintas creencias religiosas y/o políticas, y un segundo momento donde el problema de la convivencia es con las minorías étnicas, lingüísticas, raciales, o en general de todo aquello que se trata de catalogar como “diferente”. En este sentido los primeros autores citados en el párrafo anterior se ubican en el primer momento de Bobbio y los segundos, en su correspondiente segundo momento.

El concepto más extendido sobre la tolerancia, a pesar de las amplias diferencias y ausencias de consensos, lo expresa Annette Schmitt tomando a Peter Nicholson, es aquel que asume que es la acción de una persona cuando omite por determinadas razones intervenir en contra de una acción de otra persona, teniendo el poder para hacerlo, a pesar de que esta acción lesiona una convicción relevante.

Esta definición de tolerancia parte del hecho de que quien define ser tolerante lo hace bajo la condición de poder que tendría sobre el otro al que tolera, pero la pregunta que salta a la vista es ¿Qué pasa cuando quien lesiona también tiene poder?

La tolerancia desde diversas dimensiones se ha tratado se señalar como un valor o acción positiva, pero ¿Qué pasa cuando la tolerancia transgrede las normas y cuando toleran se convierte en impunidad? Este dilema se complica cuando nos preguntamos si es pertinente tolerar la intolerancia como exaltación de valor, y es peor aún cuando lo aplicamos a la vida real y nos imaginamos tolerando las acciones nazi-fascistas de exterminio en campos de concentración, o de exterminio en los gulag stalinistas, o de torturas estadounidenses de la “democracia imperial” en Guantánamo.

Los límites de la tolerancia están definidos por la “transigencia”, es decir, el consentimiento con lo que no se cree justo, razonable o verdadero para dar fin con alguna discrepancia o diferencia, en pocas palabras, aceptar algo por resignación. Quienes toleran, no descartan la intervención, pero prefieren buscar una salida negociada, el que transige se entrega.

En nuestro país, con base en el diálogo que se ha convocado, existen diversos dilemas a resolver para su desarrollo, y entre ellos está la capacidad y voluntad de tolerancia de los actores involucrados para tal fin. La intolerancia discursiva ha sido la fase permanente de una convocatoria al diálogo para la paz, y eso definitivamente es contradictorio, y demuestra una falsa voluntad política de lograr el objetivo, quien llama “dictador” a la otra parte del diálogo, o quien define a un actor adversario que podría servir de interlocutor del otro sector del diálogo como “Chucky Lucky” mal podrían después sentarse a conversar.

En el marco de esta gran pasión política que polariza a nuestro país, existen igual dos opciones en cuanto a la tolerancia: se es tolerante pero no transigente, o se es alcahueta de la violación permanente de la Constitución.

Me defino claramente por la necesidad de ser tolerantes con aquellos que pretendan realmente dialogar, aún a pesar que tengan profundas diferencias con el chavismo, incluso me defino tolerante con aquellos que no desean dialogar pero no utilizan la violencia para imponer su criterio, pero será imposible ser tolerante con quien no acepta al chavismo como una realidad política de una parte importante de nuestro país.

Pero aun más, creo que la tolerancia política en nuestro país debe centrarse en comprender a la crítica como un instrumento útil para mejorar el proyecto que pretende ser además de socialista, democrático, participativo y protagónico. Esta crítica debe ser tolerada incluso si viene de filas opositoras que realmente tengan como objetivo aportar al país a pesar de las diferencias, pero debe ser aún más tolerada si proviene de las propias filas del chavismo.

La intolerancia dentro de la dirección política del chavismo para con los críticos, y la transigencia con la corrupción, el jalabolismo y la ineficiencia son mucho más graves que la intolerancia de la oposición o la intransigencia de los mismos, por ello es importante rectificar.



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Nicmer Evans

Director de Visor 360 Consultores, una piedrita en el zapato, "Guerrero del Teclado", Politólogo, M.Sc. en Psicología Social.

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