La consulta a la ciudadanía es una de las figuras emblemáticas de la democracia participativa, actualmente en boga por la exigencia de que las reformas constitucionales en materia de energía sean sometidas a la expresión de la voluntad popular. En una verdadera democracia ésta tendría que ser la última palabra. En México tal democracia es absolutamente dudosa, lo que obstaculiza la posibilidad de la consulta. Pero además, en caso de darse la consulta, la ciudadanía está muy lejos de asumirse a plenitud como tal. El IFE recién hizo público el resultado del Informe sobre Ciudadanía y Democracia por el que concluye que la mexicana es una ciudadanía en formación, alejada de su gobierno y de baja participación; el 66% de los once mil encuestados considera que las leyes se respetan poco o nada; el 60% se manifiesta por la no participación y por la solución individual de los problemas. Las elecciones dan cuenta también de tal condición, particularmente la que llevó a Peña Nieto a la presidencia, caracterizada por la masiva compra de votos.
En el artículo de la semana pasada me referí a la publicidad como instrumento de formación cultural (o deformación, si se prefiere) que lleva a que la masa privilegie el placer y el confort por sobre cualquier otro valor. De aquí se nutre el individualismo prevaleciente y la pérdida de valores cívicos. Si además, se analiza el efecto de la abrumadora propaganda gubernamental, el resultado es el que exhibe la OCDE en el sentido de que los mexicanos somos un pueblo feliz. Las gallinas encantadas de abrirle la puerta a la zorra que se las comerá. Gracias, amables publicistas, por darme esta posibilidad de ser feliz: miénteme más, que me hace tu maldad feliz.
En la izquierda nos desgarramos la vestidura para lograr la consulta popular y con ello construimos el cadalso donde seremos ahorcados. Es un sueño de opio suponer que ante una consulta importante para sus intereses, la oligarquía propietaria de la mentalidad colectiva dejaría el camino libre a la expresión popular; el resultado sería la confirmación del atraco aderezado de convalidación popular. La mueite, chico, la mueite. No dudo que algunos especímenes de la llamada izquierda lo tengan claro y sigan el juego, pero creo que los auténticos se equivocan al suponer una respuesta popular racional. Las elecciones también muestran que la opción conservadora (PRI-PAN) logra más de dos terceras partes del electorado, misma que se reflejaría en una consulta ciudadana sobre este o cualquier tema importante; más aún cuando en la elección del 2015, cuando pudiera realizarse la tal consulta, la izquierda acudirá a las urnas en plena desunión. Por fortuna, a los gringos no les interesa anexionarse a México, nos prefieren esclavos fuera de casa, de lo contrario una consulta al estilo Crimea nos llevaría derechito a gozar del sueño americano. Parafraseando a Monsiváis, estoy documentando mi pesimismo.
La Revolución Mexicana fue un proceso altamente participativo. La mayor parte de la población del país era campesina; el amor a la tierra sustanciaba el amor a la patria y a la familia; la solidaridad era una forma extendida de vida y la justicia era un anhelo compartido. En paralelo al proceso de urbanización de la sociedad se registró el de la pérdida de esos valores; el anonimato urbano se estableció como forma de comodidad y, para algunos, en garantía de seguridad; pronto el dicho anonimato devino en impunidad. Los lazos de la solidaridad quedaron rotos y, sólo por excepción, perdidos para siempre. El individualismo es el campeón y la oligarquía su apoderado.
Transformar la realidad ominosa en que se vive reclama un descomunal esfuerzo de educación que difícilmente se dará por la vía escolar, tendrá que ser en la práctica de la organización de la sociedad, en la acción misma de procurarse formas de democracia directa en el procesamiento de soluciones a las graves carencias. Experimentar vivencialmente el resultado de la acción organizada educa más que mil horas de aula escolar. A este esfuerzo debieran volcarse todas las voluntades de progreso nacional. La organización política podrá ser una resultante de este proceso educativo, pero no al revés.
Lamento que la indiscutible capacidad de convocatoria de Andrés Manuel insista en la organización política electoral, ajena a la organización y la educación social. Con la pésima cultura ciudadana actual sólo podemos aspirar al fracaso renovado.