Desde niño se interrogó cómo sería la comunión de aquellos ochenta que se fueron a la travesía del Golfo en el yate Granma, cómo convivieron aquel puñado de hombres que lo dejaron todo por cabalgar tras una idea y una pasión. Esos enigmas lo condujeron a Galilea, a los doce que se reunían con Jesús y caminaban tras sus parábolas, cuáles serían las conversaciones que no registran los evangelios: ¿compartirían la comida?, ¿quién cocinaba?, ¿cómo se ayudaban?, ¿qué espíritu los envolvía? También sus dudas, sus mezquindades, sus grandezas, sus ideas, cómo ese ambiente se reprodujo por dos milenios.
Llegó a una conclusión: toda importante tarea política, social, se fragua en reuniones, verdaderos manantiales que reflejan al duende del futuro. En la Granja Siboney, minutos antes de la toma del Moncada, hubo una reunión de esta clase, también en el Samán de Güere, aquella que culminó con el Juramento. La reunión puede ser sólo entre dos personas elegidas, así fue aquella caminata de Don Simón con el muchacho que se preparaba para ser Libertador, para no dar descanso a su brazo, la que culminó en el Monte Sacro.
Recordó cuando alguien dijo que el mundo todo cabía en una copa de vino, y pensó que el mundo todo cabe en una de estas reuniones.
Estaban en dificultades, él lo sentía, se lo decía su instinto afilado en tantos años de política. Sabía cuando la situación empeoraba, no necesitaba encuestas, la tempestad la olía, la sentía en el viento, en el cielo, la luna lo alertaba. Eran tiempos de reunión, de buscar aquellos manantiales que impulsan la historia, de ir más allá de las apariencias, de hurgar, bucear, en el alma colectiva.
Decidió, entonces, convocar a la extraña reunión. Asistían sólo doce invitados y él. En la noche, fueron llegando por etapas, ya en la madrugada el grupo estaba completo. Les indicaron sus cuartos, la cocina, los víveres, la forma de comunicarse con la guardia que permanecía en el exterior, y los empleados se retiraron, los dejaron solos. Él apareció después que todos se habían ubicado en sus cuartos, algunos eran dobles, otros triples, y unos pocos individuales, todos tenían vista al mar, el arrullo de las olas tranquilizaba el ambiente.
Les dijo: “Esta es una reunión de un grupo escogido, es una especie de congreso político de alta calidad, un cónclave, un concilio. Estaremos, aquí todos, tres días, todo lo haremos nosotros mismos, sin empleados, sin escoltas ni teléfonos. La guardia la cumple el ejército a las afueras de la casa, no está permitido salir. Las reuniones, tres al día, las haremos en una sala donde hay completa oscuridad y la voz saldrá distorsionada, siempre se sentarán en sillas al azar, buscamos el anonimato, sólo se oirán sus voces y sus ideas. Esto con la intención de que prevalezcan las ideas por sobre las jerarquías y las personas, será una verdadera batalla de ideas, como las que se hacían en la antigua Grecia”.
Continuó: “Discutiremos una agenda corta: para dónde queremos ir, para dónde en realidad vamos, cuál es la situación real del gobierno, cuáles serían los más importantes cambios, en dónde nos equivocamos, en qué acertamos. Y habrá una última sesión de críticas a mí, fuertes, groseras si se quiere, que salga todo”.
La extravagante reunión nunca se dio, no pasa de ser un cuento. Pero qué bien le harían a un gobierno estas reuniones, por lo menos una vez al año. Qué diferente sería la historia de la Unión Soviética, de China, de haber hecho este tipo de concilios, a cuántas revoluciones podrá salvar en el futuro.
www.elaradoyelmar.blogspot.com