La decisión de restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba no es ni una buena ni una mala noticia, es simplemente una noticia. Estados Unidos (EUA) mantiene relaciones con muchos países del mundo a los que continuamente desestabiliza y cuyos gobiernos, abierta o veladamente, intenta sacarse del medio por no representar ni defender sus intereses.
No es casual que, pese a no tener relaciones diplomáticas con Cuba, sin embargo sí tuviese una Sección de Intereses de los Estados Unidos en la Habana, porque el «interés» es lo que mueve el engranaje político y diplomático de todos los gobiernos estadounidenses desde la muerte de Franklin Delano Roosevelt.
La prensa europea y estadounidense, salvo contadas y dignas excepciones, relató el restablecimiento de las relaciones como una derrota de Cuba (y de rebote para Venezuela), como si mañana volviesen a abrir casinos en La Habana, Raúl Castro y el PCP dejasen vía libre a partidos «liberales» y «modernos» con candidatos venidos del «pueblo» y reconociesen el «error» cometido por mantener a 11 millones de cubanos educados y sanos pero sin posibilidad de consumir viajes, ropa, celulares y lo último en tecnología.
Tal vez no escucharon el discurso de Obama, lo dijo bien claro, el bloqueo no sirvió para nada. Aquí, el humilde David cubano (con y sin ayuda) mantuvo la libertad de verdad, la martiana, aquella que decía que un pueblo culto es un pueblo libre.
El único agujero negro que existe en la isla de Cuba, donde se tortura, donde la cultura no existe, donde se violan todos los derechos humanos es propiedad, fruto del robo, de Estados Unidos. Se llama Guantánamo.