Cuando arde París: algo grave pasa en el mundo

Cuando arde París y arde Francia, al mismo tiempo, es que algo grave está pasando en el mundo que mucho preocupa y hace temblar a lo que de conservador tiene la vieja Europa. Tal vez, ande escapada rondando el alma de Voltaire por la América del Norte, la de Lenin y Trotsky entre Europa y Asia, unas barbas entre la América Latina, un Lumumba por el Africa, o el siglo XXI está clamando por un Waterloo contra todos los Napoleón y Wellington juntos. O, quizá, ha vuelto a circular no ya como teoría sino como práctica en la lucha de clases, más rejuvenecido y más vitalizado, el <> con Marx y Engels, mezclados entre los estudiantes de París, mientras Aragón y Sartre bendicen el atrevimiento de los bachis, Breton busca desesperadamente componerles una poesía surrealista y nazca de urgencia, si no existe, un Víctor Hugo para escribir no la forma sino el contenido de “… esa nube horrible que se llama batalla”.

Cuando París se enardece manda al carajo la academia, porque no le gusta que le prohíban lo prohibido y que le vendan, como mercancía ideológica, lo imposible como no posible. En París no se detiene el reloj del tiempo. Desde la Comuna de París -1871- viene el proletariado soñando y andando unas veces despierto y otras en letargo de resignación, mientras los estudiantes han ido haciendo del murmullo de pocas voces un rumor de multitudes, y de éste –cada ciertas décadas- una revuelta que hace arder a Europa en los ojos de París, y al mundo en la suerte de Francia. El fin o el renacer del mundo pareciera estar dentro del pecho fronterizo de París, para después romper con todos los hitos y dogmas y mitos que fracturan el universo humano en dicotonomías irreconciliables..

París ya no soporta que ahorquen a un padre cuyo hijo le ha sido arrebatado por un exento. Luis XV fue muy mediocre para Francia, porque no comprendió las inquietudes y rebeldía de los niños en París. Un aventurero parisiense sabe que un fin de cena o un último bocado puede ser la muerte de su vida. Las alcantarillas de París no perdieron su memoria en la masacre de proletarios por las huestes de Thier en aquel luctuoso mayo de 1871.

Sin luz, París está enfermo. Con luz, Francia está convulsionada contra el fuego fatuo de Europa que quiere seguir siendo la reina por ser la más vieja de todos los continentes. En Francia saben comunicarse los vivos con los muertos, pero en París los muertos entierran a los vivos. Por eso los girondinos vivos tienen cercados los cementerios para que cuando el alma de Robespierre asome su cabeza, volver a guillotinársela. Toda risa de París, que perdonaba a su verdugo, se extinguió porque ahora los vicios no distraen, el pícaro dejó de ser chistoso y toda hipocresía le incomoda. Cualquier que sabe que Francia le oprime, es un diablillo que próspera en París por recomponer el mundo. Cuando Francia hace de la ley una moda, París la convierte una rutina para desconocerla y combatirla. En París, en cada siglo, se hace el intento para que brote de la entraña de Suiza un Marat, y se haga verdadero amigo del pueblo francés. París enardecido arranca con sus manos la cabeza a Charlotte Corday antes que le asesine a su mejor amigo.

Cuando Francia arde, hay locura en París. Cuando Francia se envejece, París se vuelve joven y enseña al mundo su alegría rompiendo con la tristeza como si fuera un rayo, y por la vida es capaz de anunciar una explosión simplemente en una mueca de su jornada de rebeldía. Sólo si vencen las tonterías deja París, con su ideal y a través de Francia, influenciar al mundo para que, por lo menos, reflexione en su silencio sobre un nuevo destino. Cuando París enseña los dientes al abrir la boca de Francia, es porque en el mundo hay condición para gruñir las ansias de ser libre. París tiene la audacia pero Francia lleva por dentro su Guillotín, para que corte la cabeza de los que se vuelven atrevidos pensando que su acción es por redimir el mundo. Así cree, el bonapartismo capitalista, que la intelligentzia es para que la audacia nunca soborne el estado de ánimo del París enardecido contra las tropelías de sus opresores.

Basta que París grite <> para que en Europa se enciendan los faroles y haya luz, y luz, es un camino que hacen las masas cuando llegan al nivel de la locura y en su estado de delirio se convencen que sobre la ruina de lo viejo es donde sólo puede levantarse el rostro monumental de la aurora para un nuevo mundo posible. Es cuando los locos deciden quitarse la camisa de fuerza para ponérsela a los cuerdos e intentar que el mundo camine patas abajo. Pero es, entonces, cuando Francia, por toda la vieja Europa y hasta por todo el maligno designio del imperio, cerca a París y todo lo desplaza para apaciguarla y rendirla, hasta que un día antes de llegar al Arco de Triunfo, ya Versalles dormido en derrota por sus propias atrocidades, a sus fuerzas caídas en desgracia se le calcinen sus injusticias en el fuego ardoroso de los invencibles parisienses.

Si París trabaja y padece sus dolores en calma, es porque la luz que electriza el mundo se está tejiendo en la oscuridad de los sufrimientos de su pueblo oprimido, y Francia, creyendo que nada pasa, no tiene idea de cuándo despertará y venga el intento y el desafío donde la grande ciudad persevere, sea fiel a sí misma, luche cuerpo a cuerpo con el destino, sepa que la aurora al aparecerse asombre a la catástrofe con el poco miedo que le cause, resistirá y hará frente a los poderes injustos hasta que su relámpago traspase fronteras no ya de naciones sino de continentes, plenándolos de luz, y la luz es siempre una rebeldía que sólo la libertad la extingue para que sea eternamente brillo. Por eso, para que el universo humano se transforme es imprescindible que la temeridad deslumbre a la historia. Sépase que París, con sus locuras de estudiantes de vez en cuando en el tiempo, quiere ser la vanguardia de esa monumental conquista humana que no ha llegado todavía.

París es un pedacito de mundo que a veces habla por el mundo entero aunque Francia le mande a callar la boca y le ahogue su esperanza en sangre para salvar los privilegios de Versalles, que son los de la vieja Europa. En París, de cuando en vez y de vez en cuando, los pobres se deciden a no morirse solos. París, de pronto, cuando primero existe y luego piensa y maldice a Descartes, se convierte en Tántalo porque sus estudiantes llevan por dentro un Voltaire y deja de reconocer a los dioses para creer en los hombres. Es entonces cuando parafrasea a Roy para cantar en vez .

Cuando París, decidido hacerse ejemplo de lucha por libertad, enciende sus resplandores de luz, Francia le echa sombras encima para que lo que tenga de divino se vuelva oscuro, y fracase la rebeldía de sus . Cuando París vuelve a la calma y el dolor es su derrota, Francia ha vencido pero Europa, burlándose de los sufrimientos ajenos, se lleva casi toda la ganancia de lo que el mundo ha perdido dejando de conquistar las libertades que le faltan.

Los movimientos de jóvenes que se han producido en París estremeciendo a Francia y trasnochando a Europa últimamente, tienen la significación que el imperio capitalista les niega y que no lo deja dormir en paz. París cuando rompe con el silencio pierde el miedo de que los anticuarios la conviertan en un Hugomons –sitio fúnebre-. Bien vale una misa sobre cuya sangre el mundo levanta una esperanza redentora que se acrisola con el devenir. Cuando Francia entra en pánico y vence a París, la derrota de ésta se transforma en un progreso conquistado para el futuro. El mundo toma la palabra por la razón de redimirse y reivindica las consignas que fueron silenciadas con sangre en el París anterior. Europa entra en deuda con el destino. Los súbditos, que son la mayoría en el universo humano, empiezan a sentir el cosquillar de rocinante.

Los jóvenes son atrevidos por su misma naturaleza humana, esa que se hace en la transición de la imitación al deseo de creación propio. Es allí donde más se puede errar, pero también donde más se inventa. París está lleno de ese género de que de pronto la rutina no les divierte sino que la aborrecen y es, entonces, cuando se vuelven hombres que buscan inventar que en su revuelta alguien presienta, otro predique, cualquiera anuncie, alguno calcule, alguien prepare y otro premedite su rebeldía, porque el de la audacia es el hecho hombre, hecho pueblo. Así es como triunfan las revoluciones.
Hay que echar una profunda mirada, más con el corazón que con los ojos, hacia Francia para descubrir la luz de París no importa que haya neblina en Europa. Los jóvenes inventan cuando los adultos, recelosos de las locuras de aquellos, llaman a la calma creyéndose son los que presienten, predicen, anuncian, calculan, preparan, premeditan y son, al mismo tiempo, la audacia para realizar por sí solos las grandes obras del universo humano, y no se percatan que los jóvenes, en pleno rompimiento con los rígidos esquemas del orden establecido por los perversos de siempre, se prohíben lo prohibido y hacen de lo imposible lo posible. La historia dice que los jóvenes tienen los brazos más fuertes que los ancianos, aunque toda regla contenga su excepción.

El mundo actual, emblemático por sus leyendas que nos explican el fin de todos los sueños de redención social, ha entrado en crisis de las que no tienen vuelta atrás. Podrá el silencio y el miedo alargar el sufrimiento y la pobreza de los muchos, pero no despojará de rebeldía a los jóvenes atrevidos que rompen con ellos, y son capaces de inmolarse por el propósito declarado que otros le prohíben y le dicen es imposible conquistarlo. En París están sintetizadas todas las tendencias del pensamiento social y todos los sueños, por separado o en común, que profesan sus clases, sectores y segmentos de población heterogénea. Todo está universalizado menos la riqueza y el privilegio sociales. Podrá mucho llover y retardarse un poco la batalla final que traerá al mundo la nueva aurora de su destino nuevo, pero éste llegará con el fin de la supremacía de los injustos sobre los justos. Todo cambiará como los ríos que normalizan su cauce luego de los grandes ventisqueros. Brillará la humanidad venciendo para siempre las tinieblas de sus impostores. Los déspotas, vueltos sombríos, perderán su alegría para fenecer en su tristeza de haber sido despojados de todos sus privilegios que los hacían creerse superiores a los demás; y los pueblos, abrazados como universo humano, conquistarán la alegría para que en la vida se extinga su sufrimiento, porque en su jornada fulgurante y monumental se hundirá, con todos sus grillos, el peso perverso del imperio capitalista, sucumbidas las fuerzas del impostor será derrotada la guerra para que triunfe la paz. La esperanza del porvenir derrotará en el presente todos los vestigios atroces que acumula en su extraña el viejo pasado que jamás ha de volver. Así será el Waterloo de nuevo tiempo en que la humanidad, casi entera, enfrentará ese poderoso pedacito de mundo que decide, explota y oprime, al mundo entero para satisfacción de los poquísimos amos de los enormes capitales que se levantan y construyen su poder sobre la pobreza y el dolor de los muchos. Ese momento será el motín que deje de ver hacia atrás para mirar hacia delante en la suma de la mayor felicidad posible para el mundo antié –entero-.

No nos pongamos una venda en los ojos ni corchos en los oídos cuando ¡arde, París, arde! <>. Bien ha valido la pena plagiar a Víctor Hugo.


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Freddy Yépez


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