Inglaterra debe resarcir a los inmigrantes africanos de los daños ocasionados por siglos de explotación y de esclavismo inmisericordes.
La política anti-inmigratoria
El gobierno inglés ha dicho no a la iniciativa europea de reparto de inmigrantes en cuotas entre los diferentes países. De manera explícita, el país que tiene la mayor responsabilidad en el saqueo de los recursos de África, puntualizó que impedirá el ingreso de inmigrantes africanos a su territorio. Sin rubor alguno, el Primer Ministro David Cameron, en clara posición racista, expresó que no permitirá que consiga refugio en Inglaterra la "… plaga de inmigrantes que llega a través del Mediterráneo buscando una vida mejor, deseando venir al Reino Unido porque el Reino Unido tiene mejores trabajos, una economía en crecimiento, y es un lugar increíble para vivir".
A su juicio, no se trata de seres humanos desesperados ante el acoso de la guerra y del hambre sino de aventureros que desafían los peligros de una travesía infernal en busca del paraíso, construido en parte, precisamente, con no poca de las miserias de los pueblos desvastados por el colonialismo y el neocolonialismo. No sienten sobre ellos ninguna obligación moral ni responsabilidad económica.
Organizaciones de defensa de los derechos humanos, líderes laboristas y la iglesia anglicana protestaron el lenguaje hostil e irresponsable del Primer Ministro. Reclamaron un trato compasivo para quienes huyen de la muerte y censuraron el lenguaje racista del Primer Ministro, pues no se trata de insectos sino de personas.
Sin embargo, lo cierto es que las medidas gubernamentales inglesas son cada día más duras. Diputados conservadores consideran que son todavía muy débiles y deben ser más agresivas y, sobre todo, aplicarse sin dilación ni contemplaciones. Piden el uso del ejército para detener y deportar a los inmigrantes; el gobierno amenaza con sanciones severas a quienes acepten inquilinos sin papeles, o contraten a estas personas sin la documentación en regla. Igualmente insiste en la deportación inmediata a quienes, pese a todo, logren ingresar al territorio británico.
Estas acciones del gobierno, además de acentuar la desesperación de los inmigrantes, ha ocasionado nuevas muertes en las puertas mismas de las fronteras inglesas.
La ruta de la muerte
Las cifras de muertes siguen su carrera ascendente. Esta semana dos naufragios arrojan sesenta muertos, sin contar los desaparecidos que, con toda probabilidad, se habrán ahogados y sus cadáveres tragados por el mar para siempre. El martes 4, mueren 19 personas por deshidratación en una embarcación en ruta a Sicilia. El miércoles 5, el barco naufragado frente a las costas de Libia llevaba alrededor de seiscientas personas, de las cuales los equipos de salvamento lograron rescatar 280 vivas, 25 cadáveres y el resto están desaparecidos.
El año pasado hubo 3.279 muertes, de las cuales 1.607 ocurrieron entre enero y julio. Para este año, contemplando el mismo período, la cifra se supera con creces. Sólo en Italia se han recogido en el mar 1.930 cadáveres.
A las muertes en el Mediterráneo, en el desierto, en los conflictos armados, en la ruta hacia las vallas de Ceuta y Melilla, etc., hay que agregar ahora las muertes por atropellamiento en los accesos del Eurotúnel Francia-Inglaterra que cruza el Canal de la Mancha. En las últimas semanas han sido muertas nueve personas por arrollamiento. Los inmigrantes intentan subirse a los camiones, a los trenes, a cualquier medio de transporte que los lleve a Inglaterra y, en ese intento, son atropellados provocándoles la muerte o heridas graves.
La respuesta inglesa es incrementar la represión y radicalizar su posición recurriendo a políticas de tinte fascista: La defensa de la patria y la exclusión racista. Quizás esa repuesta no sólo se deba a la habitual conducta imperialista de desentenderse de los daños infligidos a los pueblos sino también al deseo de desviar la atención de sus ciudadanos de las exigencias y las reivindicaciones que impone su propia realidad nacional. En estos mismos momentos, una huelga de los trabajadores del Metro de Londres mantiene paralizada la ciudad en defensa de los derechos al Estado de Bienestar que conquistaron en jornadas gloriosas de lucha. Ciento treinta mil afiliados agrupados en cuatro sindicatos defienden el salario. Hoy, como ayer, la fuerza organizada y combatida de los trabajadores, puede traer un poco de justicia en esa sociedad de desmanes y abusos contra los ciudadanos y los pueblos.
La responsabilidad inglesa
No es sólo un problema moral de elemental solidaridad. Es también un problema de responsabilidad política y económica. Inglaterra ha tenido un papel principalísimo en el saqueo a África durante siglos. Se llevaron metales preciosos, tesoros arqueológicos, materias primas y se aseguraron mercados. Cazaron a sus pobladores como animales, los apretujaron en las bodegas de los barcos durante semanas y los comercializaron como esclavos para la realización de trabajos extenuantes. Se repartieron el territorio trazando líneas rectas sobre el mapa de África e impusieron gobiernos segregacionistas y despiadados.
Por si todo esto fuera poco, una vez lograda la independencia por estos países, después de una larga lucha de sacrificios y heroísmo, esos colonizadores se dedicaron a fomentar conflictos entre los pueblos, a incitar a unos contra otros y a venderles las armas a ambos bandos, asegurándose así la división de los pueblos y la esclavitud de las deudas impagables. Por eso, dirigentes africanos dicen con ironía y desolación: "En África, donde no hay fabricas de armas, hay armas por todas partes".