Hace más de 4 décadas llegó a este país de mierda, claro que cuando decidió venirse a probar suerte creyó que llegaba al paraíso. Llegó en pleno boom petrolero de Carlos Andrés, en aquella época de la Venezuela saudita, la del tá barato dame dos, la de una Venezuela que desde 1999 muchos consideran oprobiosa mientras otros añoran como el paraíso perdido donde fueron felices sin llegar a saberlo siquiera.
Como todo inmigrante llegó cargada de sueños y esperanzas, convencida que la única posibilidad de superación y progreso estaba en un país donde muchos europeos llegados en la época de la posguerra, padeciendo pobreza y miseria, terminaron atesorando riquezas o, en cualquier caso, la vida digna que cualquier persona aspira.
Llegó de la única forma que podía hacerlo, ilegal. Como llegan los pobres que con suerte logran emigrar de sus países de origen. Aunque después de muchos años logró regularizar su situación, aún muchos de los de su prole, así como "paisanos" suyos siguen padeciendo la ilegalidad que les resta oportunidades. Aunque tiene cédula venezolana, sus rasgos étnicos, su vida y la pobreza acuestas la delatan.
Después de los duros 40 años vividos aquí es difícil que alguien pueda decir que tiene la vida que se merece. Aunque la verdad es que ella parece convencida que la vida de los pobres es una desgracia, tanto aquí como allá, aunque no se le hace difícil aceptar que los pobres en su país están más jodidos que los de aquí.
La labor de doméstica que durante tantos años ejerce en viviendas de familias de sectores de la clase media la obliga a ver cómo viven hoy quienes huyendo de la guerra europea llegaron a Venezuela en tiempos del perejimenismo con el propósito de "blanquear" a este pueblo mestizo. Ha visto nacer y crecer nuevas generación de sus "patrones" y hoy ve como muchos de estos, especialmente de las nuevas generaciones, deciden retornar a las patrias de sus ancestros.
Como sus patrones está convencida de que en Venezuela desde 1999 se vive una dictadura y que las políticas del gobierno no favorecen verdaderamente a los pobres. La mejor prueba es ella misma. Ha votado y seguirá votando por la opción de la gente pensante de este país. Quien ha visto que un conductor de autobuses puede ser el Presidente de un país.
Su último sueño es que su último hijo, menor de edad aún, culmine el bachillerato, pero la terca realidad parece indicarle que en poco tiempo la hará abuela, abandonando sus estudios, después de varios años accidentados de liceo para adentrarse en una vida tan desgraciada como la que ella misma ha vivido desde que tiene uso de razón.
Se cansó de rezar y de pedirle a Dios. Piensa que Dios se olvidó de ella, aunque reconoce que ha tenido un poco más de suerte que algunos de sus hermanos. Aun cuando goza de buena salud, el duro trabajo y los constantes esfuerzos físicos que debe realizar en cada faena, debilitan su cuerpo y la hacen pensar que vino a este mundo a sufrir desgracias.
Así la vida de ésta inmigrante suramericana que no termina de lograr sus sueños y que a pesar de trabajar sin descanso sobrevive en una Venezuela petrolera que a pesar de haberla acobijado apenas le ha dado las migajas de una riqueza que sobre otros inmigrantes de otro continente derramó a raudales. ¿Será que aún la persigue la desgracia que durante la conquista y la colonia avasalló a sus ancestros aborígenes?.
Juan González