Evo: pa’lante que pa’tras espanta

Evo, el presidente de Bolivia, no es el hombre “culto”, el intelectual “sabio”, el estadista de levita, que necesitan esas sociedades para que las gobiernen. Incluso, Evo, el , no es el político ducho en la lectura de textos sagrados ni de clásicos académicos. Es un hombre común, de palabras y documentos sencillos pero concretos, que representa el denominador común medio de una sociedad subdesarrollada donde se requiere el valor para enfrentar los riesgos de su tiempo, y la audacia para mezclarse con el clamor de las masas, y que éstas sigan críticamente las políticas del líder sencillo que quiere hacerles parte de su sueño realidad y ya no les parezca una utopía. Por lo que soplan los vientos desde La Paz a los departamentos de Bolivia, el nacionalismo de Evo lleva cierto germen acorazado del antiimperialismo y no se reduce a los esquemas que dejan para las generaciones del futuro lejano la misión de lo posible en el presente.  

La sociedad de los cultos, para ser tal, necesita, primero, desplazar del poder a los que han usufructuado a la humanidad de su inalienable derecho a vivir en el reino de la libertad sobre el de las necesidades. Luego, es la misión más legítima y sagrada, partir de una economía socializada para crear una cultura y un arte universales que testimonie la verdad de que todos los habitantes tienen las mismas oportunidades de acceso a la educación, las ciencias, la tecnología más avanzada y el trabajo digno. Eso es lo único que facilitará la extinción de las parcialidades para el ejercicio de gobernar y se imponga, con el abrazo de los trabajadores con las ciencias, la gobernabilidad social de toda la humanidad, ya culta para siempre, sobre todas las fuentes que producen su felicidad global, expresada en la felicidad de todos sus integrantes.

 

Sabemos que una política de nacionalización, en un momento y lugar dados, puede significar un acuerdo voluntario entre los propietarios –supuestamente afectados- y un gobierno. Los propietarios pueden convertirse en accionistas de las propiedades nacionalizadas. En esto debe tenerse el sumo cuidado de revisar la experiencia histórica para tomar medidas pertinentes, que eviten que los propietarios –ahora accionistas- no se hagan más ricos que antes o se libren victoriosamente de la bancarrota.

 

La expropiación a los expropiadores, a los que se han apoderado y explotado la riqueza y el trabajo de los pueblos, debe ser siempre una política de voluntad revolucionaria, porque los medios expropiados corresponden a las necesidades vitales de la revolución. Esta debe tener presente cuáles son, en determinadas condiciones, los sectores industriales claves para las economías nacionales y cuáles los grupos más parasitarios de la oligarquía, para expropiarlos o nacionalizarlos. No existe peor dominio capitalista que el ejercido por los bancos, esos que concentran en su poder el auténtico dominio de la economía, esos que mezclan la tendencia al monopolio con la corriente a la anarquía. De allí, ¡ojo peleo Evo!, que sean capaces de producir milagros tecnológicos, industrias inmensas y truts poderosos y, de manera paralela, crean la inflación, las crisis y el paro. ¡Mosca, Evo!. Mientras la banca privada tenga el poder del dinero –y peor aún: concentrado en demasía- en un país, olvidémonos de la economía planificada para salvar al pueblo de los estragos del capitalismo salvaje.

 

No nos olvidemos nunca que cuando un gobierno cree que vive un proceso revolucionario, los retrasos de la revolución se traducen en hechos de barbarie, tales como: desempleo crónico, pauperación de los sectores medios, violencia de exterminio y hasta preparan las condiciones para el triunfo del bonapartismo o del fascismo. Que no se nos pase por alto que la política es economía concentrada, como lo decía Lenin, es decir, aquella surge de la actividad económica diaria, atomizada, inconsciente y no generalizada, al decir de Trotsky. En todo caso, Evo no necesita de lecciones teóricas de marxismo, porque los obreros y los indígenas bolivianos son expertos en la creación de ideas productivas cuando les toca vivir tiempos difíciles, aun cuando no hayan podido tomar el poder por la violencia revolucionaria.

 

Evo, en su condición de presidente de Bolivia, con su política de nacionalización de los hidrocarburos no se está enfrentando a unos propietarios de empresas aislados, que están desprotegidos del Estado de su nacionalidad. Si eso fuese así, no habría consecuencia que pueda poner en peligro la seguridad de su gobierno y de su política de nacionalización. El enemigo principal es el Estado del imperio, que se da el lujo y el abuso de crear leyes incompatibles con el derecho soberano de otras naciones para decidir su propio destino en correspondencia con los intereses de su pueblo. Esas leyes establecen, en el caso de Estados Unidos, que detrás del dólar que se invierta en otro país, vayan los marines a custodiarlo y garantizarle su supremacía por encima de los intereses y la gente de la nación donde realizan su explotación a la riqueza y el trabajo ajenos.

 

Evo no ha expropiado a los expropiadores, sino que ha nacionalizado los hidrocarburos. Esta política dará oportunidades de llegar a acuerdos con los consorcios foráneos que los explotan y comercializan. Lo que hace Evo es tratar de poner cierto orden en la casa para que Bolivia no siga siendo perdedora y las empresas extranjeras las verdaderas ganadoras. Se trata, esa nacionalización, de hacer realidad una política económica que reparta, desde la visión del nacionalismo de Evo, las ganancias creando más beneficios a Bolivia que antes y menor ganancia a los propietarios de las empresas nacionalizadas que hagan pactos con el gobierno. Eso es todo, por ahora. Sin embargo, ya comenzaron las reacciones no sólo de los propietarios de las empresas nacionalizadas, sino de los estados de su nacionalidad.

 

Cuando muchos en el mundo, por ejemplo, creen que Zapatero es político de izquierda y que se supone desea generar verdadera justicia para su pueblo, ya empezó a dar prueba que su gobierno está sometido bochornosamente a los intereses de los grandes monopolios y no de los explotados y oprimidos de España. Lula y otros mandatarios de izquierda andan preocupados por la política de nacionalización de Evo, y buscan afanosamente dialogar para procurar el logro que los intereses económicos de las empresas de sus países no salgan afectadas y puedan continuar gozando de una elevada tajada de ganancia en los nuevos acuerdos con el gobierno boliviano. Por otro lado, con el rechazo que hacen algunas autoridades foráneas a la política de nacionalización de Evo, demuestran que le han dado una patada por el trasero al deber de la solidaridad entre los gobiernos que deben dar expresiones de antiimperialismo en este tiempo, cuando la globalización capitalista salvaje pretende privatizar por completo al planeta y colocar a la aplastante mayoría del mundo sometida a sus pies. A Zapatero y otros gobiernos que se jactan de ser de izquierda, poco les importan la pobreza y el dolor del pueblo boliviano que viene de remoto tiempo, y que ya está hastiado de tanta explotación y tanta opresión. Por eso el paso de la nacionalización de los hidrocarburos, por Evo, tiene un importante significado siempre y cuando no se vayan a firmar acuerdos que favorezcan, por encima de los intereses de los bolivianos, a las empresas nacionalizadas que decidan continuar en el negocio de los hidrocarburos.

 

Ha llegado la hora no sólo de un verdadero ejercicio de solidaridad con el pueblo y gobierno bolivianos, sino también de que otros gobiernos de América Latina sigan el ejemplo de Evo, poniéndole la mano a aquellos sectores industriales –y en la medida de lo posible a la banca privada- que representan punto neurálgico para los intereses nacionales. Estamos en el tiempo en que las medidas de política económica antiimperialistas deben ser tomadas internacionalmente por todos los que gobiernen profesando el antiimperialismo. Eso es lo que nos permitirá hacerle más difícil la intromisión de los imperios en los asuntos internos de otras naciones, y cohesionar los pueblos para la defensa de sus procesos revolucionarios. El socialismo verdadero no puede ser alcanzado nunca sin una política revolucionaria de expropiaciones a los expropiadores. Llegará su momento, preparémonos para asumirlo con triunfo. Por ahora, la nacionalización decretada por Evo es aplaudible.

 Si derrocan a Evo o invaden cualquier pueblo de América Latina de ahora en adelante: ¿qué debemos hacer, por lo menos, los venezolanos? Es tiempo de que cada venezolano antiimperialista se haga esta pregunta y se la responda… y corramos la voz.


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Freddy Yépez


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