La sociedad de los cultos, para ser
tal, necesita, primero, desplazar del poder a los que han usufructuado a la
humanidad de su inalienable derecho a vivir en el reino de la libertad sobre el
de las necesidades. Luego, es la misión más legítima y sagrada, partir de una
economía socializada para crear una cultura y un arte universales que
testimonie la verdad de que todos los habitantes tienen las mismas
oportunidades de acceso a la educación, las ciencias, la tecnología más
avanzada y el trabajo digno. Eso es lo único que facilitará la extinción de las
parcialidades para el ejercicio de gobernar y se imponga, con el abrazo de los
trabajadores con las ciencias, la gobernabilidad social de toda la humanidad,
ya culta para siempre, sobre todas las fuentes que producen su felicidad
global, expresada en la felicidad de todos sus integrantes.
Sabemos que una política de
nacionalización, en un momento y lugar dados, puede significar un acuerdo
voluntario entre los propietarios –supuestamente afectados- y un gobierno. Los
propietarios pueden convertirse en accionistas de las propiedades
nacionalizadas. En esto debe tenerse el sumo cuidado de revisar la experiencia
histórica para tomar medidas pertinentes, que eviten que los propietarios
–ahora accionistas- no se hagan más ricos que antes o se libren victoriosamente
de la bancarrota.
La expropiación a los expropiadores,
a los que se han apoderado y explotado la riqueza y el trabajo de los pueblos,
debe ser siempre una política de voluntad revolucionaria, porque los medios
expropiados corresponden a las necesidades vitales de la revolución. Esta debe
tener presente cuáles son, en determinadas condiciones, los sectores
industriales claves para las economías nacionales y cuáles los grupos más
parasitarios de la oligarquía, para expropiarlos o nacionalizarlos. No existe
peor dominio capitalista que el ejercido por los bancos, esos que concentran en
su poder el auténtico dominio de la economía, esos que mezclan la tendencia al
monopolio con la corriente a la anarquía. De allí, ¡ojo peleo Evo!, que
sean capaces de producir milagros tecnológicos, industrias inmensas y truts
poderosos y, de manera paralela, crean la inflación, las crisis y el paro. ¡Mosca,
Evo!. Mientras la banca privada tenga el poder del dinero –y peor aún:
concentrado en demasía- en un país, olvidémonos de la economía planificada para
salvar al pueblo de los estragos del capitalismo salvaje.
No nos olvidemos nunca que cuando un
gobierno cree que vive un proceso revolucionario, los retrasos de la revolución
se traducen en hechos de barbarie, tales como: desempleo crónico, pauperación
de los sectores medios, violencia de exterminio y hasta preparan las
condiciones para el triunfo del bonapartismo o del fascismo. Que no se nos pase
por alto que la política es economía concentrada, como lo decía Lenin, es
decir, aquella surge de la actividad económica diaria, atomizada, inconsciente
y no generalizada, al decir de Trotsky. En todo caso, Evo no necesita de
lecciones teóricas de marxismo, porque los obreros y los indígenas bolivianos
son expertos en la creación de ideas productivas cuando les toca vivir tiempos
difíciles, aun cuando no hayan podido tomar el poder por la violencia
revolucionaria.
Evo, en su condición de presidente
de Bolivia, con su política de nacionalización de los hidrocarburos no se está
enfrentando a unos propietarios de empresas aislados, que están
desprotegidos del Estado de su nacionalidad. Si eso fuese así, no habría
consecuencia que pueda poner en peligro la seguridad de su gobierno y de su política
de nacionalización. El enemigo principal es el Estado del imperio, que se da el
lujo y el abuso de crear leyes incompatibles con el derecho soberano de otras
naciones para decidir su propio destino en correspondencia con los intereses de
su pueblo. Esas leyes establecen, en el caso de Estados Unidos, que detrás del
dólar que se invierta en otro país, vayan los marines a custodiarlo y
garantizarle su supremacía por encima de los intereses y la gente de la nación
donde realizan su explotación a la riqueza y el trabajo ajenos.
Evo no ha expropiado a los
expropiadores, sino que ha nacionalizado los hidrocarburos. Esta política dará
oportunidades de llegar a acuerdos con los consorcios foráneos que los explotan
y comercializan. Lo que hace Evo es tratar de poner cierto orden en la casa
para que Bolivia no siga siendo perdedora y las empresas extranjeras las
verdaderas ganadoras. Se trata, esa nacionalización, de hacer realidad una
política económica que reparta, desde la visión del nacionalismo de Evo, las
ganancias creando más beneficios a Bolivia que antes y menor ganancia a los
propietarios de las empresas nacionalizadas que hagan pactos con el gobierno.
Eso es todo, por ahora. Sin embargo, ya comenzaron las reacciones no sólo de
los propietarios de las empresas nacionalizadas, sino de los estados de su
nacionalidad.
Cuando
muchos en el mundo, por ejemplo, creen que Zapatero es político de izquierda y
que se supone desea generar verdadera justicia para su pueblo, ya empezó a dar
prueba que su gobierno está sometido bochornosamente a los intereses de los
grandes monopolios y no de los explotados y oprimidos de España. Lula y
otros mandatarios de izquierda andan preocupados por la política de
nacionalización de Evo, y buscan afanosamente dialogar para procurar el logro
que los intereses económicos de las empresas de sus países no salgan afectadas
y puedan continuar gozando de una elevada tajada de ganancia en los nuevos
acuerdos con el gobierno boliviano. Por otro lado, con el rechazo que hacen
algunas autoridades foráneas a la política de nacionalización de Evo,
demuestran que le han dado una patada por el trasero al deber de la solidaridad
entre los gobiernos que deben dar expresiones de antiimperialismo en este
tiempo, cuando la globalización capitalista salvaje pretende privatizar por
completo al planeta y colocar a la aplastante mayoría del mundo sometida a sus
pies. A Zapatero y otros gobiernos que se jactan de ser de izquierda, poco les
importan la pobreza y el dolor del pueblo boliviano que viene de remoto tiempo,
y que ya está hastiado de tanta explotación y tanta opresión. Por eso el paso
de la nacionalización de los hidrocarburos, por Evo, tiene un importante
significado siempre y cuando no se vayan a firmar acuerdos que favorezcan, por
encima de los intereses de los bolivianos, a las empresas nacionalizadas que
decidan continuar en el negocio de los hidrocarburos.
Ha llegado la hora no sólo de un
verdadero ejercicio de solidaridad con el pueblo y gobierno bolivianos, sino
también de que otros gobiernos de América Latina sigan el ejemplo de Evo,
poniéndole la mano a aquellos sectores industriales –y en la medida de lo
posible a la banca privada- que representan punto neurálgico para los intereses
nacionales. Estamos en el tiempo en que las medidas de política económica
antiimperialistas deben ser tomadas internacionalmente por todos los que
gobiernen profesando el antiimperialismo. Eso es lo que nos permitirá hacerle
más difícil la intromisión de los imperios en los asuntos internos de otras
naciones, y cohesionar los pueblos para la defensa de sus procesos
revolucionarios. El socialismo verdadero no puede ser alcanzado nunca sin una
política revolucionaria de expropiaciones a los expropiadores. Llegará su
momento, preparémonos para asumirlo con triunfo. Por ahora, la nacionalización
decretada por Evo es aplaudible.