La presidenta de Chile, Bachelet, argumentó en su campaña sus raíces de socialista, su vocación democrática, su indeclinable disposición de respeto a los derechos humanos. No pocas veces recordó a su padre, un meritorio general que fue víctima del odio irracional del gobierno dirigido por el verdugo que lo llevó a la muerte. En otras, hizo memoria de su prisión, tortura y vivencias en el exilio. Nada hacía pensar que el corazón, luego de tantas vicisitudes, se le había endurecido, no para hacer justicia contra los depredadores de la vida humana, sino para ser indiferente al dolor y al clamor de los de abajo, de esos que mayoritariamente votaron para que ella llegase a la presidencia de la república chilena e hiciera algo para cambiarla de rostro. Esto, no es un invento ni una calumnia, lo testimonia la vivencia de los mapuches en particular. Tal vez, Bachelet sea demasiado culta, demasiado blanca, de ojos azulados o de un verde relumbrante, de cabello más de vikingo que de latino mezclado. Quizá, ya no necesite voltear la vista atrás para no recordarse que en Chile sigue existiendo regiones en que permanece intacto el viejo amor a la naturaleza legado a la conciencia futura por los primeros dioses que habitaron esta parte del mundo que conocemos como América. Esos dioses, debería recordarlo la presidente Bachelet, son los árboles que le dan vida a las aguas y a la tierra para cultivarla con raciocinio y nos den vida a los humanos.
Conozco poco de los mapuches. Quizá eso haga que no posea la autoridad suficiente para andar dando opiniones parcializadas. En el seno de los mapuches, me lo imagino, deben existir disidencias. Algunos, posiblemente, se hayan hecho de la riqueza de los otros. Los muchos, creo no equivocarme, viven en la miseria y el dolor. No son dueños particularmente de su destino… y ya no lo serán nunca más, porque la revolución que los emancipe a ellos, tendrá igualmente que emancipar a todos los explotados y oprimidos de su tierra para que dejen, como sucederá con todos las nacionalidades, de ser mapuches para ser humanidad.
Juan Patricio Marileo, Jaime Marileo, Juan Carlos Huenulao y Patricia Troncoso, son mapuches. Están presos por amar y defender a la naturaleza de los depredadores que engrandan su riqueza alargando el sufrimiento y la tristeza de los que la laboran y la viven respetándola. Por oponerse a la destrucción de bosques y a la germinación de más contaminación por los propietarios del capital que invierte sin tener piedad de la vida de los muchos, fueron acusados de terroristas y condenados a varios años de prisión. Lo insólito es que no fue el gobierno de Pinochet, sino uno de esos que se vanaglorió de haber logrado devolver la democracia y la dignidad al pueblo chileno, vilipendiadas anteriormente por el verdugo y sus secuaces.
Esos humanistas, errónea o interesadamente, juzgados como terroristas, están en una prolongada lucha por la vida en una huelga de hambre, por el respeto a los derechos humanos, por el despertar de una conciencia que tenga la sensibilidad de reconocer que ya no es tiempo de continuar permitiendo la depredación irracional de la naturaleza, sino de lucha por la justicia simplemente. Están en huelga de hambre a punto de fenecer sus vidas. Aun así, las autoridades de gobierno los torturan alegando que es la única forma de <salvarles la vida>.
Bachelet, la camarada socialista, la mujer que sabe lo que representa un vientre y un hijo o una hija para la reproducción de la vida, la que prometió mayor suma de felicidad al pueblo chileno, sencillamente ha cerrado sus ojos para no ver la cruda y cruel realidad que viven los mapuches; y se ha tapado los oídos para no escuchar ningún grito de auxilio de quienes son víctimas de leyes arcaicas, y de una masa de pueblo que padece el dolor de la impotencia para salvar a sus camaradas presos en huelga de hambre. Demasiado duro se hizo el corazón de la presidente Bachelet. Ya no existe dolor de otro que lo sienta en el suyo propio. Pareciera que nunca hubo tortura en su cuerpo durante la dictadura del verdugo Pinochet.
Bachelet: toda dama de hierro se derrite en el fuego ardoroso de un pueblo rebelado por su redención. No lo olvide. Quizá, yo no sea nadie para recordárselo. Pregúnteselo a los mapuches, porque ya sus primeros dioses no están para responderle. Fueron mortales como nosotros. Ahora es tiempo de responder los pueblos por sí mismos.
Si los mapuches en huelga de hambre mueren, la historia la culpará de tortura y de asesinato. Por el honor de su padre y respeto a su compromiso con la sociedad chilena: ordene la libertad de los mapuches. El pueblo, si así lo hace, sabrá premiarla con aplausos. Si no lo hiciese: el pétalo largo y angosto de Neruda llorará en cualquier verso escrito por alguna calavera que usted fue cómplice en quitarle la vida.
Lo que nadie entiende en el espíritu de la democracia, en el sentimiento de un gobernante que promete justicia, es que el silencio de su boca siga siendo el miedo de su conciencia para no hacer precisamente la justicia donde haya que hacerla. Si los mapuches fueron juzgados como terroristas por oponerse a la depredación de las partes más imprescindibles de la naturaleza para dar y garantizar vida humana, ¿quién y cómo lo explica que Pinochet haya salvado todas las pruebas que lo comprometen en crímenes de lesa humanidad? ¿Qué es el terrorismo, presidenta Bachelet, para usted: los mapuches que defienden la vida o Pinochet que la asesina?
En
honor de los mapuches en huelga de hambre: mueran o sobrevivan, han
vencido en la memoria de su pueblo, que los recordará con ese
espíritu que deja un buen ejemplo. Sus depredadores: han perdido en el
desprecio que cosecharán en la conciencia de casi todo un mundo entero
que los aborrecerá.