Crisis vs despilfarro alimentario. En la actualidad se producen alimentos que servirían para dar de comer al doble de la población del planeta. El problema, pues, no es que no haya alimentos. Por ejemplo, las existencias de cereales han pasado de 428 millones de toneladas en 2007-2008 a 525 millones de toneladas en 2011. Pero cada 5 segundos un niño menor de 10 años muere de hambre.
Según Tristam Stuart (2011), el terminar con el hambre es un problema de voluntad política. Cuando se presentan pandemias mucho menos fuertes que el hambre como la fiebre aviar, la gripe A o la fiebre porcina se han invertido cantidades ingentes. El número de muertos por gripe A durante cuatro años ha sido de 17 mil personas, menos de la mitad de los que mueren en un solo día por hambre y se han hecho los esfuerzos que no se han hecho en el caso del hambre (P.132).
Sin soberanía alimentaria no habrá nunca seguridad mundial ni paz. Debería ser una estrategia global el asimilar el concepto de soberanía alimentaria. Pero hablar de soberanía alimentaria no es fácil, sobre todo en organismos internacionales, en la FAO está "prohibido", prácticamente, hablar de soberanía alimentaria. No es un término aceptado, sólo se habla de seguridad alimentaria porque el primero va en contra del concepto de libre comercio.
El hambre, que mata directa o indirectamente a nueve veces más personas cada día de las que murieron en las Torres. En Estados Unidos se desecha el 50 por ciento de toda la comida, 40 millones de toneladas de despilfarro de alimentos al año. En Gran Bretaña se generan cada año hasta 20 millones de toneladas de residuos alimentarios. Los japoneses logran despilfarrar comida por valor de 11 trillones de yenes cada año. Todo este despilfarro ocurre al tiempo que en los propios Estados Unidos cerca de 35 millones de personas viven en hogares que carecen de acceso estable a la comida, y en la Unión Europea se calcula que 43 millones están en peligro de pobreza alimentaria.(Ob.cit. P 247)
En España, los encargados de supermercados e hipermercados admiten, en forma anónima, que tiran alrededor de 20 por ciento de alimentos frescos, carne y pescado. Se calcula que lo desperdiciado en los hogares españoles representa entre 10 y 15 por ciento de lo comprado, y que en los restaurantes y comedores colectivos el total de lo que termina en la basura supera ese porcentaje Lo peor es que el despilfarro alimentario sucede en supermercados, restaurantes, cafeterías e incluso en las cocinas de los hogares. Las cadenas de supermercados rechazan el 30% de las frutas y verduras por simples cuestiones estéticas. "Si las manzanas no tienen la forma perfecta se tiran a la basura, aunque tengan exactamente el mismo sabor", cuenta Stuart. Solo con esta cantidad de alimentos desechados cada año en EE UU -en Europa se tiran hasta 89 millones anuales- se podría alimentar a los cerca de 1.800 millones de personas hambrientas en todo el mundo.
Sólo como ejemplo, Stuart señala que la compañía Marks & Spencer exije a sus proveedores tirar cuatro rebanadas de cada pan de molde para evitar los bordes. El despilfarro también ha llegado al mar, los pesqueros europeos desechan entre un 40 y un 60 por ciento de la pesca debido al tamaño de los peces, a las prácticas predatorias y a las cuotas que rigen los caladeros.
Sin embargo, la triste realidad es que incluso en países llenos de gente hambrienta hay un nivel de despilfarro asombroso. En los países ricos la comida se desecha deliberadamente; en los pobres se pierde inadvertidamente debido a la falta de recursos y tecnologías. Sólo la India despilfarra más de 580.000 millones de rupias de productos agrícolas cada año. En Sri Lanka se pierde del 30 al 40 por ciento de la fruta y la verdura.
La fecha de caducidad de los productos tiene buena parte de culpa en el derroche. Según Stuart, "no es peligroso comer un alimento caducado, ya que las fechas puestas por las empresas sólo sirven para protegerse ante posibles litigios judiciales. Incluso se han convertido en una práctica herramienta de marketing". Así, asegura que si el alimento está en buen estado, no deberíamos rechazarlo. Tristram Stuart, autor de Despilfarro, culpabiliza a agricultores y multinacionales, y también a los consumidores: "Tenemos que comprar lo que comemos y comer lo que compramos. Tan sencillo como eso".
El hambre no se detiene, pero el gasto militar y la venta de armas tampoco. Los Estados miembros del G-8 producen, cada año, el 84% de las exportaciones de armas en el mundo. Invierten en la industria armamentística diez veces más que en la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD).
Estamos lejos de erradicar el hambre porque en el planeta, hoy, se gastan 900.000 millones de dólares en defensa, unos 325.000 millones en subvenciones a la agricultura y sólo entre 60.000 y 100.000 millones en ayuda para el desarrollo.
Desde 1999 hasta el 2010, los países de África, Asia y América Latina han gastado más de 87.000 millones de dólares en armas, una media anual de unos 22.000 millones de dólares. La FAO asegura que bastarían 25.000 millones al año para reducir a la mitad el hambre en 15 países de Latinoamérica y África antes de 2015 y salvar de una muerte segura a 900.000 niños.
Al comparar el gasto militar total del mundo, destaca Estados Unidos con 711 mil millones dólares al año, lo cual representa el 48% del total mundial mientras toda América Central y Sudamérica con un consumo de 30 mil millones anuales alcanzan un 2%. Europa con un total de 289 millones de dólares se sitúa en el 20% del total mientras que Rusia alcanza el 4%.
Sólo en la Guerra de Iraq, desde 2003, EEUU ha derrochado más de 300.000 millones. En términos económicos, la guerra de Irak es la segunda guerra más onerosa en la historia militar de Estados Unidos, sólo superada por la Segunda Guerra Mundial que supuso el despliegue de 16,3 millones de soldados. No obstante, si en la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos gastó anualmente menos de 100 mil dólares por soldado, hoy en Irak gasta más de 400 mil.
Un estudio de la Universidad de John Hopkins calcula que entre marzo de 2003 y junio de 2006 murieron aproximadamente 650 mil iraquíes a causa de la invasión. De acuerdo con un estudio más reciente, la cifra de iraquíes muertos sobrepasaba el millón (Opinion Research Business, 2007). A estos números, habría que añadir la muerte de los soldados estadounidenses, de las tropas de otros países, de las fuerzas de seguridad iraquíes, de los contratistas, de los periodistas y de los cooperantes y trabajadores humanitarios.
De los 3 billones de dólares proyectados por Stiglitz y Bilmes, sólo un tercio de esa cantidad sería gasto operativo (2003-2017). Las restantes dos terceras partes comprenden los costes del cuidado de los veteranos (630 mil millones de dólares), otros gastos militares (267 mil millones) y el pago de los intereses derivados de la financiación de la guerra (616 mil millones). Estos costes, sumados al gasto operativo de la estimación realista (1,14 billones), elevaría el coste total a 2,65 billones de dólares, cifra que los autores redondean en 3 billones.
Para el final de 2008, las guerras en Irak y Afganistán habrán incrementado la deuda pública en más de 900 mil millones de dólares. A los 3 billones de dólares, habría que añadir unos estimados 840 mil millones por concepto de la guerra en Afganistán. La Administración de Bush no sólo fue engañosa respecto a la casus belli de su intervención, sino que también fue irresponsable respecto al coste de la guerra, que «vendió» como fácil y barata. Antes de la invasión, el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld declaró que la guerra costaría entre 50 y 60 mil millones de dólares, cantidad que hoy en día se gasta en tres meses de operaciones. Andrew Natsios, el entonces Administrador de la Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), declaró que la reconstrucción de Irak ascendería a tan sólo 1.700 millones de dólares.
Con 3 billones Estados Unidos podría haber financiado su sistema de seguridad social para casi medio siglo. Con 1 billón de dólares se podrían haber construido ocho millones de viviendas sociales, con esta cantidad se podrían haber becado la carrera universitaria de 43 millones de estudiantes en universidades públicas. Con una fracción del estimado coste de la guerra podría haber cumplido su compromiso de destinar el 0,7% de su PIB a la ayuda al desarrollo, y así avanzar en el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Diez días de gastos militares en Irak (5 mil millones de dólares) equivalen a lo que Washington destina en todo un año en ayuda al desarrollo de África, el continente más pobre del mundo.
Con estas cantidades se podría haber mejorado la vida de millones de personas, que a su vez podría haber redundado en una mayor seguridad y bienestar. Continuará…