Días antes de regresar desde Estados Unidos a Buenos Aires, ya confirmada como nueva canciller de Argentina, Susana Malcorra se reunió con Thomas Shannon, Subsecretario de Estado para asuntos políticos de América Latina. Este la felicitó por su nueva responsabilidad y le adelantó que estaban dadas todas las condiciones en América Latina para que antes de finalizar el primer semestre del 2016 el presidente Barack Obama visitara su país.
Aquello que Shannon le dijo a Malcorra en diciembre, es lo que estamos viviendo hoy. El golpe judicial-mediático- parlamentario que desplazó a Dilma Rousseff de la presidencia brasileña, además de sacar del poder al Partido de los trabajadores y suspender los programas sociales y otros beneficios para los más desposeídos, buscaba dejar en claro que un nuevo gobierno neoliberal en Brasilia significa una amenaza a sus vecinos, como Venezuela, Bolivia, Ecuador, en un listado que bien puede extenderse.
La visita de Barack Obama a la Argentina y su apoyo al proyecto neoliberal de Mauricio Macri, junto a su silencio cómplice r respecto al golpe en Brasil, revela los objetivos centrales de EE.UU. en la región: romper su aislamiento con lo que aún considera su “patio trasero” y lograr, con otros formatos, rehacer el ALCA.
Lo planificado por Shannon con Malcorra y Macri –a quien le hicieron creer que era un líder regional- era garantizar el retorno a los años en que la política de EE.UU. era determinante para la política exterior de todo el continente, o sea antes de 2005, cuando los gobiernos progresistas lograron en Mar del Plata que la región le dijera No al ALCA, que transformaría al continente en una inmensa área de libre comercio, bajo el mando de la economía estadounidense y las trasnacionales.
El plan era extender a todo el continente lo que Washington ya estaba poniendo en práctica con México y Canadá, que en 20 años solo ha mostrado saldos negativos sobre todo para los mexicanos. En todo esto se vislumbra también un odio personalizado –ya en Washington, ya en el nuevo gobierno argentino- hacia la figura de Lula da Silva. Su triunfo electoral de 2002 frustró el acuerdo que Estados Unidos tenía con Brasil para imponer el proyecto del ALCA.
Hasta entonces nunca EE.UU. había estado tan aislado en el continente, mientras América Latina comenzaba a salir del modelo neoliberal y repensaba su inserción internacional, a partir de la fortificación de la integración de las economías y el intercambio Sur-Sur –con la locomotora que significó la Venezuela de Hugo Chávez y el bolivarianismo-, lo que permitió mejores condiciones a los impactos de la prolongada y profunda crisis recesiva internacional.
Hoy, el escenario mundial no es el mismo que en 2005. Es peor. En la última década, una mayor y mejor articulación del intercambio regional, la intensificación del comercio con China y la extensión del mercado interno de consumo popular fueron claves en esa resistencia a la recesión mundial.
No vivimos las mismas condiciones mundiales de los años 1990, y tampoco existe un paradigma o modelo a seguir como lo fue el promocionado modelo chileno. Los principales experimentos de la derecha son un fracaso n(Chile, México, Perú, Colombia). No existe un modelo que se pueda poner como referencia exitosa. Estados Unidos esperaba que fuera la Argentina de Macri, pero este rápidamente muestra una desubicación en cuanto a las condiciones específicas de este contexto para aplicar las políticas neoliberales y estas surtan el efecto esperado.
No extraña que el ministro argentino de economía de Argentina, Alfonso Prat Gay, haya declarado con cierta euforia que los cambios políticos en Brasil son “una buena oportunidad para refundar el Mercosur”. La estrategia queda al descubierto: el restablecimiento del modelo neoliberal, con su política de apertura de los mercados y reacercamiento con los países del Norte, parte de la necesidad de desmontar los procesos de integración regional.
Ya lo había planteado un oscuro canciller uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, quien sin apoyo del partido de gobierno (Frente Amplio) ni el Parlamento, planteó, al asumir su país la presidencia pro-témpore del Mercosur, “la flexibilización” del organismo de integración regional. Las fuerzas polícas le respondieron que la ésta solo podrá ser utilizada por aquellos países que busquen fragmentar el Mercosur y debilitar el poder de negociación que la unidad del bloque representa. La capacidad de negociación del país fuera del Mercosur será insignificante, con el agravante de que en la nueva situación regional los gobiernos de Argentina y Brasil quedaran liberados para firmar acuerdos que dejen a Uruguay como furgón de cola de sus políticas y/o perder mercados que actualmente tiene el país, añadieron.
Pat Gray coincide con las posiciones del nuevo canciller brasileño José Serra, quien tiene la idea fija de entregar el petróleo brasileño a trasnacionales petrolíferas internacionales (en especial el proyecto Pre-sal) y así se lo hizo saber extemporáneamente a sus representantes en una reunión que intentó ser secreta, realizada en Foz de Iguazú. El ministro argentino también espera entregar la estatal petrolera YPF (y sobre todo el yacimiento de Vaca Muerta en el sur del país) a las trasnacionales y en los sueños de Nin Novoa y sus mandantes para negociar los nuevos yacimientos del Atlántico uruguayo.
Más allá de ser una demostración de vasallaje, la “flexibilización”, la “refundación” significan lisa y llanamente el desmonte de los procesos de integración regional -Mercosur, Unasur, Celac- que lograron su mayor impulso gracias al entendimiento de los gobiernos progresistas de la región, y la promoción de un nuevo proceso de total dependencia de la región.
La derecha mercosureña siempre intentó mantener el Mercosur como organismo fantasma, abriendo brechas y espacios para acuerdos bilaterales de libre comercio –sobre todo- con EE.UU. Ahora, quiere rebajar la importancia del bloque, que cumplió cuarto de siglo, con flirteos y presiones para que, además de suscribir un muy incierto TLC con la UE –pendiente desde hace 22 años-, se produzca un mayor relacionamiento con la Alianza para el Pacifico, cuyos éxitos se desconocen en todo el mundo.
Uno puede estar de acuerdo con redefinir el Mercosur, pero cambiarlo no puede significar volver hacia atrás. La crisis y las desproporciones (estructurales y coyunturales) requieren de más integración, requieren profundizar la integración. Ese es el camino correcto, y no el camino de “sálvense quien pueda”. Hay que buscar soluciones que nos ayuden a superar en conjunto las circunstancias críticas regionales y nacionales.
Fue el mismo presidente estadounidense Barack Obama quien no dudó en decirle a Gran Bretaña que no abandone el bloque de la Unión Europea, porque esa separación sería un error para enfrentar las amenazas comunes (léase China y Rusia). Aquí nuestros “estadistas” proponen flexibilizarnos, eufemismo que oculta la desbandada, para negociar cada uno por su cuenta y a cuenta de los países centrales y las trasnacionales.
Mientras, desesperada por el fracaso del TLC del Mercosur con la Unión Europea –por el manifiesto desinterés de éstos- Malcorra, articuladora del desmantelamiento de la integración, lanzó un mensaje desesperado para evitar “otra oportunidad perdida” ante inversionistas españoles: “Si no otros (Rusia, China) entrarán en Latinoamérica”, advirtió. Mutis en el foro.
El camino propuesto por Uruguay al Mercosur lleva inexorablemente a un destino similar al de la Comunidad Andina, que luego de flexibilizar su normativa para avanzar con acuerdos comerciales con la Unión Europea, prácticamente ha desaparecido.Y esa parece ser la estrategia trazada en Washington y seguida en Montevideo, Buenos Aires y ahora también en Brasilia.