Algunas cosas que aprender de los sandinistas

Hace poco, el 19 de julio, la Revolución Popular Sandinista cumplió otro aniversario. Para uno de sus comandantes, Víctor Tirado, esa gesta fue el cierre del ciclo de las revoluciones armadas en América Latina. El final negociado de las guerras civiles en Centroamérica, el acuerdo de paz en Colombia, la curiosa trayectoria de los zapatistas en México, parecen darle la razón. Para figuras tan destacadas en la epopeya, como Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal, la comandante Dora María Téllez, los hermanos Mejía Godoy y otros, recordar hoy esa fecha es motivo de orgullo, pero también de amargura, por lo que consideran, en el peor de los casos, una traición, y en el mejor, la degeneración de un hermoso proceso revolucionario. Yo, venezolano de esta época de declinación del chavismo, colaborador por varios años con el primer gobierno sandinista y padre de una hija nicavenezolana que me impresiona con unas fotos de una Nicaragua reconstruida y próspera que no conocí hace 30 años, pretendo pensar un poco en aquella experiencia, con ánimos de aprender.

La dictadura somocista fue hechura completa de una de las tantas invasiones norteamericanas en tierras de Sandino. Ellos sólo se retiraron del territorio nicaragüense, cuando su frankenstein, la Guardia Nacional, contó con suficiente armamento, entrenamiento, cruel eficacia represiva y perruna lealtad a ellos y al "son of a bitch" Somoza y sus hijos, una dinastía. Creían haber dejado bien muerto a aquel líder inspirado que se atrevió a desafiarlos con un ejército de jornaleros, obreros y campesinos, que los sacó por un momento, en los treinta, y los volvió a sacar cuando en 1979 las tres tendencias del FSLN aseguraron su control sobre las principales ciudades y cercaron a la capital, Managua, hasta entrar en ella, el 19 de julio de 1979. Un FSLN construido sobre un recuerdo heroico, digno, sembrado en los humildes por ese Sandino cuya dignidad no pudo borrar la ignominia ni el crimen.

Proceso hermoso este que combinó pluralismo político, no alineamiento en tiempos de guerra fría y justicia social y económica. Libertad de prensa en acción. Alfabetización que juntó jóvenes estudiantes con terrosos campesinos olvidados, reforma agraria justiciera, jornadas populares de salud de vacunaciones y atención primaria masiva, un taller de poesía en cada esquina, casi tantos como iglesias, donde se interpretaba el evangelio como un mensaje de identidad con los pobres y explotados. Una revolución sin fusilamientos. La mayoría del amor del pueblo conquistada por una vanguardia real, el FSLN, en cuya dirección no había secretarios generales ni presidentes omnipotentes, sino 9 comandantes garantes de la apertura y la riqueza de las ideas.

Proceso y gobierno acosados fueron estos, que aguantaron una feroz guerra que incluía masacres espantosas, destrucción de unidades productivas, sabotaje a los servicios y una persistente oposición política. Esta se atrincheró en una coalición que contaba con el prestigio del periódico que siempre se colocó en la crítica contra Somoza durante décadas. Los sandinistas cometieron errores, muchos de ellos garrafales. En la gestión económica, despilfarraron en proyectos inviables el flujo generoso de ayuda internacional para la reconstrucción a partir de una sangrienta guerra, virtual genocidio, que se juntó con terremotos para dejar ciudades en el suelo y debajo de él a multitud de sus habitantes. Trataron de resolver en meses males de siglos: la paciencia impaciente de la que habló el comandante Borge. Nunca entendieron la resistencia cultural de las etnias de la Costa Atlántica, motivando su incorporación a la contra, la sanguinaria fuerza que los EEUU armaron incluso vendiendo "crack" en ciudades norteamericanas. No bastaron las consignas, ante argumentos tan poderosos como los hijos muertos y el hambre generalizada.

La guerra imperialista cobró. Así, en 1990, el cansancio y el dolor de la guerra, de la penuria económica, del retroceso en las conquistas sociales de la misma revolución, los errores grandes y medianos, llevaron a la derrota electoral por parte de una mujer cuyo apellido, Chamorro, recordaba las luchas antisomocistas. La derrota, como siempre, no vino sola.

Siempre huérfana, la derrota desató los demonios que carcomen cualquier vanguardia revolucionaria. En primer lugar, la corrupción. Una ley aprobada a última hora reprivatizó los activos de Somoza que la revolución había nacionalizado, y fueron adquiridos por unos nuevos ricos rojinegros. Un reacomodo entre las tendencias originales, dio lugar a lo que Ernesto Cardenal consideró un caudillismo exclusivo de Daniel Ortega. El sandinismo llegó a la entropía: un largo y doloroso proceso de fragmentación, dispersión, disolución, desesperanza, que sólo la terquedad histórica pudo remontar hasta que en 2007 recuperó el favor del electorado e inauguró un nuevo período sandinista que perdura hasta hoy, con una Nicaragua irreconocible, por lo menos para los que la conocimos destruida por la guerra, la miseria y la intervención imperialista.

Fueron 17 años fuera de los recursos del gobierno. Período asumido con entereza, con dignidad, sin dobleces. Con un compromiso revolucionario y una visión histórica que no feneció porque contaba con la voluntad y la dignidad de un pueblo y el recuerdo de un héroe popular y antimperialista que siguió viviendo, cada vez más, hasta ahora y siempre: Sandino.



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Jesús Puerta


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