Respeto las religiones aunque ellas raras veces respetan y por más que no creo en ninguna. Vaya eso por delante. Mi respeto implica defender el derecho a creer en en ellas —o en ninguna. No me burlo de ellas, aunque a veces dan ganas, como esto del burkini, que francamente… Pero más estrafalario es que un Estado tan envarado como el francés destine un gramo de energía al tema, así sea por cuatro segundos. O tres. Como Vargas Llosa, que acusa a Evo de racismo porque se pone una prenda de pincelada indígena. ¡Qué necia es la gente de talento!
El burkini es un dernier cri: como las prendas balneáreas femeninas en Occidente desabrigan demasiada epidermis para los estándares musulmanes, alguien que no tenía más nada que hacer ideó un mono que solo deja ver cara, pies y manos, como Spiderman. O casi, porque Spidy no muestra los pies. No entiendo que defender la fe musulmana exija oprimir a sus mujeres, pero en todo caso compete a ellas liderar su emancipación, vivas, porque ni modo que las bombardeemos para liberarlas. La estupidez puede y suele ser mortífera.
La islamofobia francesa halló provechoso prohibir la quisicosa, alegando estupideces cada vez más cómicas: higiene, igualdad de sexos, laicidad. Según la igualdad de sexos argumentada por el Primer Ministro francés, un señor tan tieso, habría que imponer un estilo unisex playero. Imperativo categórico, que le dicen. A ese nivel de memez llegó el debate, ah, porque a esta cháchara la llaman debate. Me ocupo del tema porque la estupidez pomposa me asfixia de risa. Es una de mis aficiones dilectas .
Y porque tiene su flanco trágico: la islamofobia. Cuando ya creíamos superadas las ridículas guerras de religión, héteme aquí que regresan con pasmosa energía y con sus crímenes. Quienes quieren prohibir el velo islámico callan sobre el velo de las monjas mientras acusan a los musulmanes de fundamentalistas. Insólita censura que exige desnudarse. O el coqueto velo que algunas occidentales se ponen para el frío, supongo, o por lo que sea.
En el sur de Europa se me antoja vestigio islámico por la larga presencia sarracena allí. Solo una tímida conjetura por no dejar.
Finalmente el Consejo de Estado francés suspendió la prohibición del burkini. Se impuso la sensatez, hasta el próximo asalto a la razón.