En
Colombia existe un revuelo de conciencia por el nacimiento de un niño
entre una retenida política y un guerrillero de las FARC. Se ha
juzgado, tanto a la retenida como al guerrillero, desde diferentes
ángulos de la visión política del conflicto armado que padece Colombia
y que se acerca a casi medio siglo de violencia social, sin que haya
habido una salida política negociada que de al traste con las causas
que lo originaron. Se han expresado criterios que van desde la más
burda condena hasta la más humana comprensión del hecho.
Clara
Rojas fue retenida políticamente desde hace algunos años por las FARC.
En ese largo periplo, sin duda, doloroso para Clara, vino un día la
flecha de cupido y se clavó en su corazón, no para matarla sino para
llenarla de más vida, crearle un hijo por obra de uno de sus
retenedores. Eso, a los ojos del odio común que se desborda por los
poros de la incomprensión o del interesado adversario a la violencia
social, parece una monstruosidad, un sacrilegio y una ofensa a la
dignidad humana. Para quienes saben mirar con el corazón, aun cuando no
comportan la violencia social, es resultado de esa fuerza que domina la
interioridad de sentimientos y no distingue entre amigo y enemigo a la
hora de expresar su razón amorosa personal.
Quienes
conozcan a la insurgencia colombiana, en materia de retención, saben
que si algo no le agrada al guerrillero es dedicarse al cuido de
retenidos, porque eso causa sin duda una gran incomodidad al
sentimiento humano. Lo puedo decir y escribir con conocimiento de causa
al haber entrevistado a un retenido y a los guerrilleros que lo
custodiaban. La retención política no es un negocio que busca
remuneración económica, sino que se trata de convertirla en un factor
de presión política para una concertación específica, que en el caso de
Clara Rojas y otros retenidos y retenidas, como una alternativa de canje por guerrilleros presos y que, por cierto, ha sido siempre obstaculizado por el Estado colombiano.
Sin
embargo, se conoce lo que se llama el síndrome de Estocolmo, por
aquello de un asalto que se hizo en la capital Sueca y que generó una
simpatía de las víctimas retenidas o secuestradas hacia sus captores.
No olvidemos que hubo un sonado caso en los Estados Unidos, en que la
retenida se incorporó al grupo que la mantenía en cautiverio. Por eso
no debe resultar tan extraño el caso de Clara Rojas de haberse
enamorado de un guerrillero y haberse decidido procrear un hijo con él.
La
idiosincrasia latina no es, por ejemplo, ni siquiera parecida a la
asiática política ni a la árabe religiosa, donde sí se tendría como un
delito (muchas veces) imperdonable una relación semejante a la de Clara
Rojas con el guerrillero de las FARC. La llamada revolución cultural
china, cuando Mao Tse Tung era el jefe del gobierno, juzgó con
agresividad y hasta con inusitada violencia una relación amorosa entre
una camarada y un hombre considerado de la oposición o lo contrario. Y
la historia demostró que eso nada tenía que ver ni con la condición
humana natural ni con el socialismo. Esos arranques de sectarismo
político o ideológico resultan de la incomprensión de la misma
condición humana de las personas y nada tienen que ver con la doctrina
marxista.
Los
que han criticado con agresividad y vehementemente inspirados en el
odio irracional a la insurgencia, han recurrido a todo epíteto grotesco
para intentar crear una matriz de opinión que convenza que hubo una
violación sexual donde la víctima es Clara Rojas. Ninguno de esos
críticos se ha paseado, desde lejos, por la interioridad del corazón de
Clara, y lo que han hecho es denigrar de su condición de mujer, de
retenida y de ser humano. Sin embargo, esos mismos críticos, pegan un
salto al cielo y manifiestan su alegría desbordada cuando una o un
insurgente deserta para denigrar conscientemente de la lucha del
movimiento guerrillero colombiano. Eso si les resulta digno de un buen
colombiano.
Los
críticos malvados de Clara Rojas quisieron inclinar a su favor a los
mismos familiares de su víctima. No tuvieron ni siquiera la delicadeza
de respetar el sentimiento de una madre que vive el intenso dolor de
tener a su hija retenida por las FARC desde hace algunos años. La madre
de Clara Rojas dio una lección de ultraísmo humano al tener la
suficiente comprensión de lo que ha hecho su hija en estado de
cautiverio, y el valor de manifestar públicamente que “Quisiera tener a mi nieto
entre sus mis brazos”. De esa manera divulgó su inquebrantable solidaridad con su hija y con su nieto.
No
sé cómo se llama el niño, pero nadie debe dudar que sea el fruto de un
momento en que los sentimientos del amor son superiores a los del odio
de clase; es decir, producto de acción amorosa de paz en pleno ardor de
la guerra. Es sin duda un niño especial como son todos los niños y
niñas que han nacido en los rigores de la lucha en la selva colombiana.
Sin embargo, el niño de Clara Rojas reviste una característica
superiormente singular a los demás, porque se trata de haberlo
concebido con un ‘adversario’, con un guerrillero que es parte del
grupo responsable de su captura y de su estancia en cautiverio.
El niño de Clara Rojas y del camarada guerrillero de las FARC no debe ser satanizado como embrión de la guerra, sino como
un símbolo de la paz, de que sí es posible encontrar una salida
política negociada al prolongado conflicto armado y político que vive
Colombia desde hace casi medio siglo, de que el amor entre personas de
bandos opuestos es una señal que pueden crear seres dignos del futuro.