Hoy en el contexto del proceso de globalización y del debate posmoderno, los colectivos que se oponen a la prevalecencia de pautas de consumos, hábitos culturales de carácter mundial, léase particularismos culturales, nacionalismos, tercermundismo, regionalismos, son vistos como un freno al progreso. Hoy en defensa del individualismo se niega la validez de los colectivos, de los meta relatos, de los discursos de las ideologías socializantes, se profesa el replanteamiento de una cultura universal gracias a los avances de las tecnologías de comunicación. Hoy las identidades están siendo severamente golpeadas, no solamente por el espacio que están perdiendo los estados nacionales, su incapacidad para resistirse a las decisiones que en el orden económico, político y hasta cultural son pensados y decididos fuera de ellos, sino que estos mismos cambios internos producen profundas transformaciones de las culturas nacionales. Por un lado; la propia violencia y marcada desigualdad del proceso de globalización han hecho posible el despertar espontáneo e intencional de sentimientos de revalorización, en un primer momento de las culturas nacionales, pero ahora mas de las diversas culturas que forman parte de estas y que amenazan su existencia.
Mucho se ha dicho sobre los males de los nacionalismos, de las identidades, y de la propia prepotencia del Estado Nacional como mayor representación de imposición de los intereses de una elite sobre la mayoría, pero nos guste o no, hoy dentro del mundo no somos reconocidos política o culturalmente por nuestras diversidades culturales sino por pertenecer a los Estados Nacionales. A pesar del debilitamiento de estos, de sus múltiples contradicciones, los Estados Nacionales son, a nuestro modo de ver, los únicos garantes de nuestra supervivencia económica, política y cultural. Es necesario reformar los Estados nacionales, enfrentar las injusticias y desigualdades en su interior, abrir canales de participación política y cultural, incentivar la tolerancia. A nuestro modo de ver, hoy más que nunca son necesarias las identidades que abarquen colectivos mayores que la de los estados nacionales, como las integraciones regionales y el tercermundismo. En este caso identidades que traspasan las diferencias de lenguas, religión y otras manifestaciones culturales, que nos identifican en propósitos económicos y políticos comunes, en defensa no solamente de la tolerancia mundial hacia nuestras particularidades, sino de nuestra propia existencia frente al más violento y planificado proceso de homogeneización del mundo bajo el designio de las tradicionales potencias. La dialéctica de una identidad de las "diversidades culturales", una unidad que traspase lo cultural y lo geográfico, que se eleva a la "entidad de voluntades", la de proyectos políticos y culturales. Tal como lo plantea Lerma y Blasco.. (1988): Definir la nación a través de sus elementos objetivos resulta una tarea harta difícil porque esto, en último termino, se funda en la libre y consciente adhesión de los individuos al grupo nacional: Es el fondo un asunto de conciencia, de sentimiento y de voluntad.(p.99).En ese mismo orden de ideas, Colomes, J. (1988) señala: En cambio la condición de ciudadanía igual supone la existencia de libertades para la expresión de la diversidad y limita el alcance unificador de lo político sobre lo cultural. La unión política se sostiene en un convencional y consensuado reconocimiento de la legitimidad del marco legal e institucional en que se desarrollan las convivencias y el conflicto y es compatible con una amplia pluralidad natural, cultural de los ciudadanos.(p. 16)