El mundo se llenó de muros. Quienes han viajado alto dicen que es mentira que la Gran Muralla China se ve desde el espacio, pero no importa, porque cada día son más visibles. Están de moda. País que se respete debe tener su muralla. O tantas como le alcance el presupuesto o endeudarse si no le da. Supongo que el neoliberalismo ya diseñó una de sus doctrinas delirantes para incorporar el rubro ‘muros’ en los presupuestos.
No solo sirven para repeler gente de piel oscura, pobre, y de religiones forajidas. Nunca gente blanca —ni anaranjada como Trump. También sirven para dar empleo y exprimir capitales indolentes. No sé quién construirá el muro con México si deporta masivamente a la inmigración. En fin, él sabrá, supongo. Aunque sospecho que ni él sabe.
En Venezuela tenemos las barreras y rejas de las urbanizaciones quitipún, como llamaban antes a la gente taquititaqui, goda, mantuana, nariz parada, estirada, culito apretado, o sea, sifrina, dicho en nuestro román paladino. Están por todas partes. Vivimos delante o detrás de muros, murallas, tapias, parapetos, barbacanas, contrafuertes, baluartes, fortalezas, ciudadelas, vallas, cercas, barreras, paramentos, verjas… Se acabaron los sinónimos de mi diccionario. Ah, sí, ahora se lleva mucho tensar alambres galvanizados para degollar motociclistas, como el que el humanista Henry Ramos Allup llamó «el tal muerto de la guaya».
Por ahí vuelve el Mesías. Ojalá no en Palestina porque su madre virgen tal vez lo tendrá que alumbrar sobre un muro, de un lado la mula y del otro el buey. A San José no sé dónde ubicarlo porque ni la Iglesia sabe dónde le toca estar.
Pero más inexpugnables son los muros invisibles, cuando alguien taquititaqui te grita si eres pobre en un centro comercial quitipún: «¡Vete pa tu rancho!». Apartheid. O te mira becerreao. O te saca con el servicio de inseguridad.
Cada quien tiene su muro mental portátil, más inexpugnable que los que las migraciones masivas desbordan en el Río Grande, en Ceuta, en el Mediterráneo donde nació Serrat. Es que son inútiles, la gente los sobrevuela, solo sirven para declarar grima mística, o sea, desesperada, por personas engorrosas.
Daniel Viglieti cantaba: «¡A desalambrar!». Sugiero empezar por nuestras guayas mentales.