El domingo 8 de octubre, pudimos comprobar en Barcelona como la supuesta mayoría silenciosa representa una minoría. Los números lo demuestran: 350 mil personas. Eso es lo máximo que se logró reunir por la unidad de España, a pesar de contar con el viento a favor y muchas facilidades, incluidos la prensa y el discurso del jefe del Estado.
Fue una manifestación a la que asistieron personas de todas las localidades del reino, no solo catalanas. Es esta manifestación un hecho del que no hay despreciar su significado, ni su proporción. Ahora bien, situémonos: El 1 de octubre, solo una semana antes, más de dos millones de personas (o sea, seis veces más) se enfrentaron, con todo en contra menos su determinación, al aparato del Estado, a sus decisiones judiciales y administrativas y, a 15 mil policías que les robaban urnas y aporreaban por votar.
Su grado de organización sorprendió al mundo por su naturaleza pacífica, popular, masiva, ciudadana e inclusiva; representó un ejercicio completo de democracia y de autodeterminación. El resultado fueron dos millones de votos a favor del nacimiento de una república en Catalunya. Ese día vio la luz una nueva legalidad que ahora debe encontrar su expresión jurídica en un proceso constituyente, republicano y popular.
Los 350 mil del día 8 salieron a la calle contra el ejercicio de democracia del día 1 y contra la posibilidad de decidir. Se manifestaron a favor del Rey, de la banca que recibe ayudas por 40 mil millones que no devolverá y que nadie votó, del IBEX 35, de la gran empresa que paga sus verdaderos impuestos en paraísos fiscales, de quienes desahucian y mantienen al 21% de la población en riesgo de pobreza, de los que defraudan y son corruptos.
Se manifestaron también a favor del ejército y de la policía, de sus palizas y retiradas de urnas; de la fiscalía que quiere encarcelar por sedición a las autoridades que permitieron y convocaron ese referéndum. En definitiva, se manifestaron para defender todo aquello que representa la España que no escoge nadie, la que manda contra el pueblo y lo exprime; contra la democracia real, de ahí los saludos fascistas. Gentes que quieren al pueblo de Catalunya y a la clase trabajadora de todo el Estado en la mazmorra del reino.
Fue una movilización amparada por esa parte del poder y del Estado sobre la que nunca nadie pudo decidir. Esa parte franquista y oligárquica que se tragó con la píldora de la segunda restauración borbónica y su transición. Frente a esa parte se tomaron las plazas el 15M para decir no nos representan y reclamar el cambio de página del régimen del 78. Una página que ahora el pueblo en Catalunya ha decidido enterrar al votar por su república.
El 7 de octubre, un día antes, miles de personas con prendas y banderas blancas tomaron muchas plazas de ayuntamientos. Su movilización, totalmente contraria a la del 8, pedía diálogo y expresaba la preocupación de miles de ciudadanos y ciudadanas del reino que desean compartir un espacio común que nazca de manera voluntaria con el pueblo de Catalunya.
Pero con Rajoy en la Moncloa y con el Felipe VI no hay posibilidad de diálogo; sus propuestas así lo muestran: quieren la rendición del pueblo de Catalunya, no un acuerdo. Niegan el valor del referéndum y los más de dos millones de votos emitidos; secuestran las cuentas de la Generalitat, lanzan a los fiscales y jueces contra los dirigentes y entidades más reconocibles de este proceso, mantienen a la policía en el territorio y amenazan con suspender la autonomía (artículo 155) o con la intervención directa del ejército (artículo 116). Un diálogo digno de serlo exige reconocer la legalidad surgida el día 1 de octubre.
¿Entre quiénes entonces llevarlo a cabo? Entre pueblos y gentes iguales. Necesitamos diálogo entre los oprimidos, contra los banqueros y los privilegiados, frente a una justicia que defiende al corrupto. Un dialogo republicano, contrario al Rey y a su España de desigualdad. Necesitamos diálogo libre y fraterno basado en la conquista de nuestros derechos.
¿Cómo? A través del lenguaje de la libertad y el reconocimiento de la igualdad. De la manera más abierta, directa y transparente posible. No nos conformemos en que sea entre gobiernos y parlamentos. Hablemos entre entidades ciudadanas. Hablemos para conquistar una democracia real para todas y todos.
¿Para qué? Para avanzar en un proceso de procesos constituyentes republicanos contra esta segunda restauración borbónica y su legalidad. Para conquistar la libertad de todos y la igualdad plena, y hacer valer la lucha que une a los trabajadores de todas las partes de la península y que es capaz de reconocerlos en toda su pluralidad de personas y de pueblos diversos frente a la cohorte de los privilegios.