Pinochet, el general de la tortura y de la muerte en contra de la libertad y de la vida, se está muriendo. Un infarto quiso llevárselo de un solo tirón y la muerte aún lo protege. Ya anciano, la justicia chilena no ha podido cobrarle sus crímenes. El poder de la oligarquía continúa manteniendo sus tejidos que garantizan la impunidad al criminal para que la víctima siga siendo culpable de la propia ‘inocencia’ de su victimario. La muerte aún sigue dándole vida a Pinochet para que continúe burlándose de la justicia.
Sabemos que Allende, Neruda, Jara y tantos miles de asesinados están esperándole en la bajadita, en los alrededores de los cementerios, para hacerle la verdadera justicia, que es esa de la que no se tiene escapatoria de la historia. Pinochet, lo sabe. No es él quien no quiere morirse, es la historia que se resiste a que muera de tanta vejez y de tanta impunidad. Lástima que nadie se haya propuesto ponerle las manos y juzgarlo en medio de una muchedumbre verdaderamente hambrienta de justicia social.
Ya están preparados los ¡honores a Pinochet! Los verdugos siguen estando en el poder: tienen las armas de la tortura y de la muerte en sus manos. Visitaron La Moneda y así se lo informaron a Bachelet. Los mineros recordarán que nada es eterno en la vida, pero les dolerá demasiado el corazón que el verdugo mayor se marche sin que ni una rasgadura en la piel le haya hecho la justicia. Unos cuantos celebrarán con vino la partida del general. Miles de madres y de padres mirarán al cielo buscando que Dios no le permita entrada en su reino. Millones de niños y de niñas ignoraran los ¡honores a Pinochet! Jara ya tiene compuesta la canción que recordará la destrucción de una guitarra y de unas manos cortadas.
Neruda volverá a escribirle una poesía a su largo y angosto pétalo, que es Chile. Allende tiene montada su ametralladora para recibirlo a plomo limpio. En la pradera de los honores lo degradarán y Prat recibirá una nueva estrella de dignidad. Los pescadores se verán en el inmenso espejo del mar y dejarán en libertad a los peces para que se aseguren que no quede ni una partícula de ceniza en caso que decidan incinerar el cuerpo malvado del verdugo. Los cisnes recobrarán sus alas cortadas por los hacedores de tortura y muerte. No habrá luto ni en el cielo ni en la selva ni en las escuelas de niños huérfanos. Las campanas de Cristo anunciarán que una bestia perversa ha muerto de tanto gozar sus crímenes.
Por cada adversario torturado, los verdugos aún en el poder, harán sonar un disparo de salva en ¡honor! al criminal. Por cada asesinado harán tronar un cañonazo, para que en el cielo también los ángeles le tengan miedo. Por cada rasgadura que ordenó en la piel de mineros, habrá un rezo de algún sacerdote que nunca ha sido capaz de ver la miseria y el dolor en su pueblo a través del corazón. Por cada mapuche perseguido y conducido al ostracismo, algún esclavo ‘privilegiado’ y burócrata firmará un libro solicitando que Pinochet sea declarado Padre de la Patria y nunca más se recuerden a San Martín y O’Higgins. Por cada estudiante que reprimió no fallará la voz de un rector aristocrático que proponga colocar el nombre de Pinochet a todo lo que se denomine Andrés Bello. Por cada niño que dejó huérfano habrá algún padre perverso pero orgulloso que su hijo bese la frente del cadáver para reconocer la paternidad del genocida.
Pinochet se está muriendo de tanta vida matando vida. Cuerdo exterminó miles de vidas. Anciano, declarado ‘loco’, compró su inocencia. Los ¡honores a Pinochet! son una bofetada a la justicia, una burla a la mirada del futuro, una herida abierta que aún hace desangrar venas cortadas desde el pasado. El presente se siente juzgado en vez de ser el juzgador. El Estado chileno, sigue siendo esclavo de las tropelías de Pinochet. Los muertos están haciendo vigilia en las puertas del cementerio para arrancarle a Pinochet los lugares secretos en donde están enterrados centenares de combatientes que fueron desaparecidos y asesinados por sus bestias salvajes.
Ya están listos los escritos y apologías de los oradores del mal, del amor a la tortura y la muerte. Elogiarán y alabarán al verdugo de rostro pálido dentro del cofre. Extraviada le quedará la mirada como buscando un lugar solitario en el universo para esconderse de sus propios crímenes. Algún biógrafo, abultada exageradamente su cuenta bancaria, propondrá escribir una historia de Pinochet que sea exactamente igual a la historia de Chile, alegando que es lo mismo por analogías. Denigrará de Neruda diciendo que no supo escribir un verso en una noche estrellada. Despotricará de Jara alegando que sus manos eran muy ásperas para tocar la guitarra, y su voz muy apagada cobrándole su canto de solidaridad con Puerto Rico.
Renegará de Allende, inventando que en La Moneda quiso hacer su sueño frustrado de ser general y por eso murió sin experiencia. Se resguardará simplemente de no meter a todo el pueblo en un mismo saco, para cuidarse su imagen de narcotraficante de lisonjas y plagios y que Víctor Hugo no lo incluya en la larga lista de los verdaderos miserables.
Pinochet: nunca podrás renunciar a la palabra que tu boca pronunció, porque estás demasiado comprometido con el crimen de lesa humanidad. Sólo aspiro que don Quijote dónde quiera que Pinochet vaya, no importa con qué te confunda, y en acierta aventura con su adarga al brazo sobre rocinante, te atraviese el pecho y el mundo de los vivientes compruebe que nunca tuviste corazón de humano. Así San Pedro te cerrará la puerta de cielo para obligarte a que tengas que vértela con los comunistas, que están haciendo una insurrección de libertad, en el infierno contra el Diablo.