Pronto entraremos en un nuevo año de la "nueva" Guerra Fría que involucra a todo el mundo. Esta es diferente a la anterior, la que los historiadores datan entre 1947 y 1999. Tal vez una de las cosas que tienen en común es que también se juegan posiciones estratégicas militares en la geografía del planeta. Si confrontamos las tendencias actuales con las que explicaron los teóricos del imperialismo a principios del siglo XX, incluyendo a Lenin, por supuesto que encontraremos muchos aspectos idénticos: lucha por mercados de mercancía y de capitales, búsqueda de control sobre la extracción de materias primas claves (petróleo, minerales, alimentos, etc.), respaldo de los intereses económicos de grandes corporaciones por parte de superpotencias militares, gradación del conflicto bélico por zonas frías, tibias y calientes donde se encuentran los grandes enemigos por mediación de "delegados" desgraciados, manipulación de odios étnicos, religiosos y políticos.
Y es que la actual Guerra Fría se parece más a las tensiones que llevaron a la Primera Guerra Mundial 1914-1918, que a la confrontación entre el supuesto "bloque soviético" y el "bloque capitalista" del "pequeño siglo XX" entre 1947 y 1999. No hay confrontación entre doctrinas totalizadoras, que pretendían una concepción de la sociedad y del conjunto de la historia y lo deseable, como lo fueron el marxismo-leninismo (versión soviética o china) y la democracia liberal. La tesis del "fin de la Historia" era equivocada sólo por parcial; tenía razón en algo: ya no hay opción de conjunto que se enfrente al sistema mundo capitalista. En todo el globo, los intereses económicos de los grandes monopolios, sean de la nacionalidad que sean, son los que establecen los márgenes de posibilidad de los acontecimientos. Es la lucha por mercados, negocios y saqueos, lo que rige las tendencias, incluida la del desarrollo de las nuevas tecnologías.
Por supuesto que siguen existiendo ideologías. Sobreviven en el triple sentido de sentidos comunes que reproducen los sentidos de la vida cotidiana en cada contexto de vida, de doctrinas generales que justifican lo dado o lo propuesto, y también en el sentido de "falsa conciencia", racionalizaciones que enmascaran los intereses económicos o de simple afirmación de poder, coacciones y chantajes "morales", engaños y manipulaciones que justifican.
Por eso hay que recurrir, de nuevo, como siempre, a los grandes maestros de la sospecha, a los adalides del pensamiento crítico, sea Marx, sea Nietzsche, sea Freud, incluso los sabios de Frankfurt. Hay que estar advertidos que toda moral gobierna, no por su bondad, sino porque gobierna, domina, coacciona. Hay que desconfiar de los grandes discursos, los que apelan al ya tan mitificado "Pueblo", la tan burlada y violada "Democracia", incluso a la llorada "Nación". Ni qué hablar de la amplia variedad de religiones que, como siempre, sirven de consuelo para la pobre criatura humillada, masacrada, explotada, funcionan como el corazón de un mundo sin corazón que siempre tiene dispuestos los superhéroes, las princesas y los príncipes, los cantantes relinchantes, las tramas emocionantes, para los espacios que no deben servir para la reflexión preocupante.
Todo eso de "socialismo al estilo chino", "democracia y libertad", "Poder Popular", incluso "soberanía", hay que olfatearlo muy bien, tomarlo con discreción, con malicia. Por supuesto que son engaños, pero ¿quién que hace política no sabe, sin confesarlo, que la mentira es tan sólo una herramienta para alcanzar los fines propuestos? El pragmatismo reinante no consiste en dejar de lado simplemente los grandes sistemas y rendir culto al éxito independientemente de los medios, sino que representa la sustitución de la verdad por el beneficio a quien actúa. Es la filosofía de los Hombres de Acción, y estos no son nada platónicos: se mantienen dentro de la caverna, han disuelto en el aire las verdades trascendentes y sólo conocen un solo mundo de apariencias y beneficios tangibles.
El nihilismo se ha realizado como auguró Nietzsche. Hace tiempo, más de un siglo, si a ver vamos. Por eso es bueno sospechar. Tener presto el martillo. Los imperios, sea chino, ruso o norteamericano se esconden detrás de múltiples máscaras. Hay que afilar la sospecha.
Ya los chinos disponen de la tecnología para utilizar una cámara cada siete habitantes, reconocerle la cara a cada quien, llevar un archivo de todos sus comportamientos hasta para asignarle a cada quien un puntaje para el crédito de distintas transacciones de su vida. Los estadounidenses controlan todas las conversaciones, los chats, las redes sociales. Orwel y su 1984 quedó como una antigualla. Esos sueños hippies de libertad y cooperación comunitaria de los primeros hackers de los noventa, que esperaban, ingenuos, que la INTERNET y las PC podían desarrollar nuevos niveles de democracia, han terminado en una nueva pesadilla.
Los grandes imperios seguirán disputando por los mercados, por el saqueo de los recursos naturales hasta agotarlos. Ya están preparando las bases interplanetarias y las naves para que los poderosos puedan irse, dejándonos este planeta en la indigencia, una especie de Haití planetario. También disputarán por controlar gobiernos nacionales, sobre todo los que se mantengan con el control de las incómodas poblaciones, agitando sueños de soberanía, democracia e igualdad. Pero ya esos estados serán muñecos.
Es la hora de la sospecha, no de la esperanza. Es mejor desechar todas las ilusiones como los guerreros griegos de la Antigüedad. El mundo será cada vez más violento. No conviene ni es sabio esperar o tener fe en algo que no se ve, que está escondido y nunca aparece, cuando todo depende de un esfuerzo del resto de vida que nos queda. Debemos fortalecernos en la pelea, con el martillo en la mano.
Que la felicidad nuestra sea fortalecernos con lo que no logre matarnos.