El informe de la Organización de las Naciones Unidas sobre el cambio climático no podría emitir una conclusión más clara: "No hay duda alguna de que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra". Las fatídicas y alarmantes olas de calor, el incremento de la desertificación y las megasequías, la acidificación y aumento del nivel del mar, los cada vez más frecuentes incendios forestales en diversas regiones, la desglaciación continua, las destructoras tormentas tropicales e inundaciones que asolan varias regiones del planeta, sumados a las emisiones no controladas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, afectando el aire que respiramos, son parte de las evidencias apocalípticas más notorias que demuestran cómo la humanidad está cavando su propia tumba al hacer caso omiso de lo que está ocurriendo a su alrededor, con lo que -de paso- condena a otras especies a su gradual y total extinción.
Durante 2015, una gran porción de naciones suscribió el Acuerdo de París, sin embargo, a esta fecha es poco lo logrado en los compromisos asumidos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La transición de los combustibles fósiles a las energías renovables que muchos movimientos ecológicos han planteado como una solución a la crisis climática se mantiene en agenda pero es saboteada, de una u otra manera, por las grandes corporaciones dedicadas a esta industria, influyendo en las decisiones de muchos gobiernos mientras que la opinión de sus súbditos apenas es tomada en cuenta (como ocurre con los pueblos campesinos y originarios que defienden sus territorios de la depredación capitalista). Lo que debiera fomentar -con sentido de urgencia- un debate obligado que trascienda el marco político y/o económico habitual para convertirse en soluciones concretas y factibles a corto, mediano y largo plazo.
«Estamos hablando -nos dice Fernando Valladares, experto en cambio climático y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid- de medidas difíciles de encajar por los políticos debido a su elevado coste electoral, por los ciudadanos por su notable esfuerzo de aplicación y por la economía porque supone, simple y llanamente, ponerlo todo patas arriba. Hay tecnología suficiente, pero el cuello de botella es su implementación real. No basta con tener soluciones tecnológicas, marcos jurídicos y estrategias políticas. Es imprescindible tener voluntad y capacidad de aplicar todo esto». No menos cierto es lo que, hablando del mismo tema, señala Silvia Ribeiro, Directora para América Latina de la organización internacional sin fines de lucro Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (conocido como Grupo ETC): «los datos muestran que el capitalismo como sistema y un centenar de sus empresas trasnacionales han logrado desequilibrar en tiempo récord el clima global que para estabilizarse se llevó millones de años de coevolución, con un calentamiento que podría llevar al planeta, en pocas décadas, a puntos de no retorno, lo cual nos afectará a todos, pero fundamentalmente a quienes menos recursos tienen para enfrentar la crisis». La declaratoria de emergencia climática (o código rojo) para la humanidad emitida por la Organización de las Naciones Unidas resume la exigencia de un cambio profundo del actual modelo de producción y consumo (aunque suene utópico), lo que debiera iniciarse -en un corto tiempo- mediante la puesta en práctica de una diversidad de propuestas, experiencias y conocimientos que han demostrado su efectividad para revertir los efectos nefastos del apocalipsis que se cierne sobre la humanidad entera.